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Hae Yong Kim
EPUSP - hae@lps.usp.br
Trad. al castellano: Antonio Orozco-Delclós

“El que ama su vida, la perderá; y quien en este mundo la aborrece, la conservará para la vida eterna” (Jo 12, 25)

 

En esta nota, inentaré explorar un aspecto de esa sentencia un tanto enigmática de Cristo, por medio de un hecho etimológico de la lengua coreana, mi lengua materna [1, 2].

En esa lengua, hombre (saram사람) significa “el ser que vive”. Así, las palabras hombre (saram사람), vivir (sarda살다) y vida (sarm) comparten la misma raíz (sar). Ningún ser vivo, excepto el ser humano, es llamado “el ser que vive” (saram사람). Esta palabra se aplica tanto al hombre como a la mujer.

Es interesante notar que los verbos vivir (sarda살다) y quemar (sarûda사르다) también comparten la misma raíz. En rigor, sarûda사르다 significa más que simplemente quemar. Significa quemar hasta la destrucción total. Así,  hombre sería el ser que se consume por el fuego. Como un ejemplo, entre otros, de relación entre los conceptos vivir y quemar, podemos citar el verbo revivir (saranada사라나다). El sentido original de este verbo es reavivar el fuego que se estaba extinguiendo, pero se aplica también al reverdecer de un tronco seco y al superar un estado próximo a la muerte.

El hombre es el ser que se quema hasta la destrucción total. El sentido reflexivo de quemar (sarûda사르다)  se torna más claro considerando que la palabra carne (sar) también tiene la misma raíz que las palabras hombre, vivir y quemar. Con esto, el ser humano podría caracterizarse como el ser que quema su propia carne hasta la destrucción total.

Parece haber unanimidad entre los autores respecto al origen común de las palabras hasta aquí mencionadas. Pues bien, aunque otros discrepan, muchos consideram que también la palabra amor (sarang사랑) procede de la misma raíz que hombre, vivir, quemar y carne. De este modo, la actividad propria del hombre (saram사람) sería dar amor (sarang사랑). El hombre sería, por tanto, el ser que quema su propia carne hasta la destrucción total para amar y por amor.

Es digno de anotar que estas etimologías de la lengua de un país sin tradición cristiana reflejen perfectamente la visión cristiana de lo que el hombre está llamado a ser. Jesucristo, el hombre por excelencia, el modelo perfecto de lo que un hombre debe ser, murió en una cruz para redimir a la humanidad. Él quemó enteramente su vida por amor a nosotros.

Incluso en el plano meramente natural, es necesario el sacrifício para la realización plena del hombre. La plenitud natural del ser humano es lo que se designa clásicamente por «virtud», como dice Pieper [3]: “Tomás de Aquino designó la virtud humana como ultimum potentiae, o, en lenguaje de hoy, la plenitud de lo que una persona puede llegar a ser”. Así, en el plano natural el hombre se realiza adquiriendo las virtudes morales. Las cuatro principales virtudes morales se denominan «cardinales»: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La virtud de la fortaleza es la que “dispone a la persona a aceptar hasta la renuncia total el sacrifício de su vida para defender una causa justa [4]”.

En el plano sobrenatural, la realización plena del hombre, en unión íntima con Dios, está situada muy por encima de estas potencialidades naturales. Estamos llamados a identificarnos con el mismo Cristo. Este proceso se realiza por la gracia y las virtudes teologles: fe, esperanza y caridad. Y es en esa perspectiva que podemos comprender mejor que el hombre se realiza, alcanza su plenitud, se hace verdaderamente hombre, cuando quema generosamente su vida por amor. Una persona que procurase su realización de modo egoísta estaría destinada al  fracaso. “Quien busca salvar su vida, la perderá, y quien la pierda, la salvará [Lc 17, 33]”.

Se suele comparar el Decálogo a un manual de instrucciones de un eletrodoméstico: contiene instrucciones precisas del fabricante sobre lo que se debe o lo que no se debe hacer para que el aparato funcione de modo apropriado. Así los diez mandamientos describen lo que se debe hacer para que el hombre “funcione” adecuadamente en el plano natural. Pero Cristo, en la Última Cena, nos dio un mandamiento nuevo, un nuevo “manual de instrucciones”, más apropriado para el buen funcionamento del hombre en el plano sobrenatural: “Os doy un mandamiento nuevo: (...) amaos los unos a los otros como Yo os he amado [Jo 13, 34]”.

“¿Qué debo hacer para ser feliz, para realizarme?” Cada uno traza dentro de sí una respuesta íntima a esta pergunta, aunque no llegue a formularla  explícitamente. La respuesta funciona como un divisor de aguas: un centímetro a la izquierda o a la derecha acaba por llevar la gota de lluvia al Océano Atlántico o al Pacífico, a la realización o al fracaso final y definitivo. Sólo existen dos respuestas posibles, como ya indicaba Agustín en  La Ciudad de Dios: o procurar los intereses proprios intentando salvaguardar la propia vida o procurar los de Dios (y, por Dios, los de los demás) quemando alegremente su vida hasta la destrucción completa.

Agradecimientos: Me gustaría manifestar mis agradecimentos al Prof. Kyu Hyun Park, de la Faculdad de Medicina de la Universidad Nacional de Pusan, Corea, que me animó al estudio de esos datos etimológicos y al Prof. Jean Lauand, Faculdade de Educação da USP, que me estimuló a escribir la presente nota y a publicarla en esta revista.

Referencias:

[1] 정호완 (Jung Ho Wan), 우리말의상상력(The Power of Imagination of Korean Language), pp. 226-230, 정신세계사 (Mind World Publications), 1991, 서울 (Seoul, Korea – in Korean).

[2] 최창열 (Choi Chang Ryoul), 우리말어원연구(Introduction to Origin of Korean Language), pp. 30-31 and 192-195, 일지사(Il Gi Publications), 1986, 서울 (Seoul, Korea – in Korean).

[3] Josef Pieper, “Estar Certo Enquanto Homem - As Virtudes Cardeais”, disponível no site http://www.hottopos.com.br/videtur11/estcert.htm.

[4] “Catecismo da Igreja Católica”, ponto 1808.