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Caminos de una Ciudad Nueva: "Villa" al otro Lado del Estrecho

 

Antonio Linage Conde
Universidad de San Pablo, CEU
Madrid

 

RESUMEN

En 1925 tuvo lugar el desembarco de las tropas españolas en la bahía de Alhucemas, un hecho decisivo en las hostilidades hispano-marroquíes, que puso fin sin tardarse mucho a la guerra llamada de África. Con ese motivo se instaló un campamento de proveedores del ejército que llegó a ser insensiblemente un genuino poblado civil, reconocido como tal por la autoridad castrense cuando todavía imperaba en la zona de operaciones.

Ese poblado se convirtió en la ciudad de Villa Sanjurjo, la cual se desarrolló con dinamismo a lo largo de los últimos años de la monarquía y de toda la república. Se hace un resumen de los acontecimientos de la historia externa, sobre todo de la urbana, hasta el abandono de la población española, que comenzó a producirse una vez que Marruecos alcanzó su independencia el año 1956.

La distinta procedencia de los españoles asentados, con la consiguiente carencia de tradiciones, así como la yuxtaposición convivencial con la población musulmana, y la minoría judía, dio lugar a un acuñarse de las mentalidades con algo de común a las de las provincias españolas de entonces, pero tambièn con un sello característico. Por otra parte la vida ultramarina llevaba consigo mayores abundancia y libertad que en la metrópoli, incluso en los años de la dictadura.

Los supervivientes trasplantados a la Península cultivan la nostalgia en la diáspora de una ciudad que ya no es la suya, a causa de lo radicalmente distinto de la composición de su vecindaruio, no en virtud del cambio oficial también producido.

            Un español norteafricano, Juan Román, generoso espíritu hispanomagrebí [1] , no solamente por nacimiento y residencia sino por vocación [2] también, a quien debemos la más rica cantera de datos para el argumento de estas páginas [3] , publicó hace unos años un libro titulado Ancora un sbarco. Siendo sorprendente la hondura de las meditaciones en torno a la aventura humana que el título es capaz de suscitarnos. Precisamente por la ambivalencia que lleva ínsito. ¿”Un desembarco todavía”, o sea a destiempo, anacrónicamente? ¿O sencillamente “un desembarco más”?

                                               

De la guerra a la paz

 

            El desembarco en cuestión es el que tuvo lugar en la bahía de Alhucemas, el día 8 de septiembre de 1925, haciendo parte de la intervención francoespañola en Marruecos, con la subsiguiente sumisión del país a un llamado protectorado francés, una situación de hecho más bien colonial, quedando un pequeño apéndice septentrional para España, a la que nuestros vecinos gustaban de llamar entonces “la hermana latina”. Así las cosas, ¡cuántos desembarcos, marítimos y aéreos, ha habido después! Pero no vamos a discurrir por estos tremendos vericuetos. Parece que aquel desembarco contó lo suyo en la historia militar, aleccionador para los que en otras latitudes y a mayor escala se sucedieron luego, por ejemplo en cuanto a la combatividad posible de las tropas recién desembarcadas. Mas tampoco esto nos interesa.

            Lo cierto fue que esa operación castrense dio lugar a la formación de una ciudad nueva, bautizada con el nombre del militar más destacado en ella, Villa Sanjurjo, Villa Alhucemas en los días republicanos, Alhoceima en el actual reino de Marruecos, Villa sin más para sus habitantes de otrora. Otra vez pues la influencia permanente de la guerra en la paz, otro capítulo de lo que lo transitorio deja en lo más permanente. Ahora bien, anticipemos que  hoy, aunque la ciudad permanece, su población es radicalmente distinta. Puesto que del vecindario español, casi nadie ha acabado quedando, Juan Román una de las contadísimas excepciones, repatriado aquél en oleadas sucesivas a partir de la independencia del país hace ya más de cuarenta años. El fenómeno había de suscitar en los antiguos “residentes” una nostalgia colectiva con algunas peculiaridades diferenciadoras, incluso de su manifestación genérica en los casos más comunes de las dispersas añoranzas individuales. Los caminos visibles que llevaron a esa nueva población, y los un tanto invisibles de su recuerdo y evocación hasta ahora, constituyen la urdimbre que va a ocuparnos. Del telar que la hizo posible sólo vamos a hacer unas muy breves consideraciones.

            Esa presencia colonial de España en Marruecos fue una pequeña enmienda a la postración de nuestro país. Este último diagnóstico salta a la vista si se compara su expansión en los dos últimos siglos con la de las demás naciones europeas de similar categoría histórica. Se ha exagerado la decadencia española en los siglos XVII y XVIII. La historiografía es casi unánime a estas alturas en matizar la afirmación de la misma, casi diríamos que en negarla sin más. En cambio, es evidente a partir del primer cuarto del siglo XIX.

            Notemos cómo, mientras que la vecina Francia aceptó el nuevo régimen, aunque con la enmienda definitiva de la consolidación conservadora napoleónica, equivalente a la Santa Alianza en el plano internacional, España trató de salir de él, no solamente las dos veces explícitas, en 1814 y en 1823, sino después a lo largo de medio siglo en el que se sucedieron tres guerras civiles empalmadas [4] . Ello pudo coadyuvar decisivamente a la demasiado temprana secesión hispanoamericana. Por cierto para el historiador francés Pierre Chaunu, una precipitación explicativa de los males endémicos que vendrían aquejando a los países nuevos salidos de la misma, en contraste con los procedentes del norte anglo-franco. Así las cosas, el desastre de 1898 fue el colofón trágico. España salió de la América que había descubierto y formado, mientras en ella iban a permanecer todavía por largo tiempo las demás potencias, algunas que muy poco habían tenido que ver en el nuevo continente. Mientras tanto, al repartirse en 1885 el África vecina las dominantes, entre las cuales España ya no contaba, la concedieron un territorio de dimensiones ridículas en el Golfo de Guinea. De ahí que el libro titulado Reivindicaciones españolas, del que fueron autores Castiella y Areilza, dos puntales de la diplomacia franquista, aunque se publicó a la hora del fascismo, tenía un fundamento nacional que desbordaba la contingencia de éste. Y en tal contexto, como leve enmienda más tardía, se sitúa también nuestra presencia norteafricana. La influencia muy decisiva de ésta en nuestra guerra civil, tanto en el aspecto inmediato de su desarrollo militar, territorial y personal, como en la base soterrada del africanismo militar, extremo este último que no se puede abordar simplificatoriamente, ese influjo puede ser visto ora cual una paradoja ora como una consecuencia lógica. Pero hemos de apartarlo de nuestro camino. Que nos lleva a “Villa”, a la población de la realidad que fue y el recuerdo que permanece, con alguna presencia ineludible de la otra realidad que sigue siendo hoy aunque muy otra.

                                              

Un  impulso  inicial  vigoroso

 

            Si se me permite la confesión, diré que citar el Espasa me complace un poco malignamente, en cuanto relaciono mi actitud con aquella obra de José Cadalso titulada La derrota de los pedantes. Al tener presente a los pequeños dómines que han tratado de proscribir de la erudición nuestra enciclopedia- tremendamente desigual y caprichosa, eso sí-, como no de fiar sin más. Mas entremos en materia.

            Cuando apareció el tomo correspondiente a Villa Sanjurjo [5] , todavía era recién nacida esta “población de Marruecos, situada en la península de Los Morros, junto a la parte de la bahía de Alhucemas llamada de Cala de Quemado”. Interesante una apreciación que no por tal deja de ser objetiva: “Aunque fundada a principios de 1926, ha adquirido rápido desarrollo. Sus calles y plazas obedecen a un trazado regular. Cuenta con unos setecientos edificios de piedra y mampostería y tiene una bonita iglesia parroquial, escuelas para los dos sexos, hospitales civil y militar, teatro, sucursal del Banco Marroquí, casa de la Junta de Obras del Puerto”. Una sensación de empuje dinámico, hasta veloz en esta su ascensión primera que diríamos. Corroborado por el último tomo del apéndice [6] , ya en los días republicanos, cuando había cambiado su nombre, enumerados sus habitantes [7] “sin contar la guarnición”, expresión ésta significativa de la relevancia allí, como por otra parte en todo el Protectorado, del elemento castrense, ello concordantemente con una buena parte de los datos que siguen: “Está unida a Melilla por una buena carretera y tiene con ella servicio diario de automóviles. Carretera a Targuist, que la unirá con la región occidental del Protectorado y aun con la zona francesa. Se ha construido un gran fondak para moros, y en la playa de la Cebadilla un monumento conmemorativo del desembarco en Alhucemas. En Villa Sanjurjo radica la Jefatura Militar del Rif Central, parque de intendencia y aeródromo. El tráfico con el interior es bastante activo, y por ello la aduana marroquí allí establecida es una de las primeras del Protectorado. Tiene alumbrado eléctrico, algunas industrias, dos casinos y servicio de vapores con Melilla, Málaga, Ceuta y varios puntos de la Península y el Extranjero”.

            Por cierto que se incurre en un error sólo explicable a causa de la precipitación  o el descuido que por encima de las cosas pone los nombres. Cuando se dice que la población de Villa sucede a la del Peñón de Alhucemas. Este no es sino tal, literalmente un peñón y no grande, situado frente a la bahía. Fue ocupado por los españoles en 1673, llamándose de San Agustín y San Carlos de Alhucemas desde entonces, el primer santo por se el del día, 28 de agosto,  y el segundo por el del soberano imperante, Carlos II [8] . Más allá ni hubo otra cosa, ni físicamente era posible, que una exigua guarnición militar que por cierto todavía permanece, y un puñado de civiles a su vera, de veras una singularidad en la geografía humana. Un detalle es la prohibición a las escasas mujeres que hay hoy, las esposas de los oficiales, de vestir de cualquier manera que no aleje el apetito sexual.

            En cambio, la población inmediata, Villa, alcanzó el desarrollo que hemos visto [9] y se mantuvo como una ciudad española al otro lado del mar -en convivencia con el vecindario nativo que también se fue asentando-, a lo largo de unos treinta años, hasta iniciarse su evacuación paulatina [10] cuando Marruecos obtuvo la independencia. O sea un plazo bastante como para moldear la mentalidad, el estilo de vida y la convecinalidad de dos generaciones, en la madurez la primera y en la juventud la segunda. 

            En esos tiempos, cada reemplazo del servicio militar se iniciaba con un sorteo previo, para determinar si el destino de cada quinto iba a ser España o África. Ello denota la densidad de la segunda adscripción. De manera que fueron muchos los jóvenes que por allá pasaron, incorporando la nueva experiencia implicada a su acervo de vivencias, ello mucho más relevante entonces, cuando los viajes eran más escasos y el mundo de la imagen apenas si traspasaba las fronteras de lo inmediatamente visual. Si cotejamos su caso con el de los antiguos “residentes” de Villa, ¿nos parecerá estar ante una exacerbación del fenómeno¿ ¿O reconoceremos tratarse de algo cualitativamente distinto? Y otra observación: el cambio radical de la historia última hace que los pueblos de nuestros países todos tampoco coincidan con los atrás en el tiempo dejados .Al volver a ellos, su panorama es tan distinto que apenas si en ellos nos en encontramos más a nosotros mismos en el recuerdo como los villeros hispanos cuando vuelven de visita a la Alhoceima de hoy. Si bien cuente alguna diferencia en la mera materialidad.Tratemos de verlo.

                                   

                                                Los hombres y las cosas

 

            El marco jurídico en el cual se desarrolló Villa fue naturalmente la acción civil de España en Marrueecos [11] . Pero teniendo en cuenta que en sus orígenes fue un apéndice a una fuerza militar destacada sobre el terreno, y ello a consecuencia inmediata de operaciones de guerra, hemos de convenir en que la venia primaria, o sea el acta de nacimiento, tuvo aún la categoría de una decisión en campaña. Fijémonos en la toponimia. El primer nombre del poblado fue Cala-Quemado, en 1925, cambiado a los dos años en Monte-Malmusi [12] . Y bien, a fines de septiembre de 1925, o sea el mismo mes del desembarco, el coronel Goded, jefe del Estado Mayor del general Sanjurjo [13] , se apoderó de la Cala del Qumado, por cierto teniendo que vencer una tenaz resistencia enemiga desde sus cuevas, y de Malmusi bajo [14] . El nombre de Villa Sanjurjo fue adoptado el mismo año 1927, el 30 de abril, aunque parece que ya venía circulando de hecho. La primera visita de Sanjurjo a la ciudad que lo llevaba tuvo lugar el 14 de agosto. El 7 de octubre llevó a cabo la suya Alfonso XIII [15]

            Como nuestro argumento es Villa, no el Protectorado, no vamos a exponer generalidades. Sólo dejaremos sentado que, sobre la base de la concentración del poder en el Alto Comisario y la densidad de la ocupación militar, allí se desplegó la amplia e intensa red de la llamada “intervención” de la administración española, superpuesta e impuesta a la antigua organización imperial o Majzén, a su vez encarnada en los servicios jalifianos. Para Villa, en razón a su índole nueva, hay que valorar la carencia de estructura anterior alguna, cuando al fin, en julio de 1928, fue erigida su Junta de Servicios Municipales [16] .

            Sí. De esa tan sencilla como espontánea e improvisada manera empezó: “Después del desembarco, nada más terminar la campaña y aún ya durante la misma, los primeros civiles llegaban desde Melilla por los montes de Tensaman y los barrancos del Nekor hasta el emplazamiento militar que habría de convertirse en la actual Alhoceima. Casa de mampostería, barracas de lata y tiendas de campaña agrupadas junto a los cuarteles entre las dunas en baile continuo con las arenas y los vientos [17] ”.

            Así las cosas, cuando ese poblado de cantinas, agrupado en desorden de campamento, se convirtió en meta de inmigración española estabilizada, el destino estaba echado. Una inmigración que enlazó inmediata y concretamente también ella misma la guerra con la paz, en cuanto hubo soldados que se quedaron; incluso se cuentan las peripecias de un padre a la búsqueda entre unas y otras líneas de su hijo desaparecido, acabando por convertirse ambos en convecinos. Entrándose en la historia del fenómeno urbano por la puerta grande. Pues al año había ya más de dos mil habitantes. El primer edificio de mampostería fue construido antes de terminar el 1926 [18] . En el puerto por nacer se alimentaba la esperanza de una seguridad definitiva. Pero siendo el ambiente capaz de no dar respiro a las esperanzas mismas. Pues para la dicha visita de Alfonso XIII, nada más que a los dos años casi justos de los inicios, en poquísimo tiempo se levantó igualmente de mampostería la escuela. Y ya podía escribir su crónica el primer periódico del lugar, Diario Español de Alhucemas, “apolítico, patriota y alma” de la población, salido el día 6 de marzo anterior, obra del periodista melillense José Mingorance [19] .

            Un entusiasmo asentado en la benevolencia del condicionamiento geográfico. Pero también llevado de las alas de un azar caprichoso que, a no haber sido realidad, nos pasaría de la historia a la novela. Y volvemos a ceder la pluma a Juan Román: “Se justifican las ventajas del lugar escogido: la situación estratégica, el puerto natural bien abrigado, la sanidad del lugar garantizada por los vientos, la ausencia de paludismo que constituía un problema en el lugar de la Vega donde se pensaba construir, su fácil defensa. Pero no hay que descartar como uno de los motivos en la toma de esta decisión, el deseo inflexible de La Concha, amiga del General de la Plaza, negándose a trasladar su restaurante La Cristalera, que había instalado con todo confort en la subida del puerto, adonde se les ocurriera a ellos hacer el poblado [20] ”.

            Volviendo atrás, en el primer reglamento del poblado de Cala-Quemado, dado en el de Malmusi por el teniente coronel Mariano Santiago Guerrero, con el visto bueno de Saro, se definía él mismo como “el conjunto de edificaciones de mampostería (sic) y las llamadas chabolas enclavadas en las parcelas numeradas en el plano de urbanización proyectado por la Jefatura de Ingenieros del sector [..] habitadas por paisanos europeos, indígenas y hebreos dedicados al comercio o empleados del Estado”. Para establecerse se requería la autorización del General del sector, llevándose un registro de los vecinos civiles. Se estableció ya una “Junta Local de Servicios”- la de Servicios Municipales se haría esperar hasta julio de 1928-, integrada por el comandante de marina, los jefes de ingenieros, artillería, sanidad  y veterinaria, el farmacéutico del hospital. el capitán de la Guardia Civil, y nada más que “un representante civil por clase de contribuyentes, elegido por votación entre los que llevan por lo menos un año de residencia”, pero sus acuerdos habían de ser aprobados por el General del sector. Se creó a la vez el llamado Fondo del Poblado, formado no sólo por los arbitrios e impuestos, sino también por las multas, ventas de decomisos, depósitos pérdidos por contratistas, rentas de propiedades y cesiones voluntarias. A efectos impositivos se clasifican los comerciantes en tres categorías, previéndose además la de lujo. Los ambulantes pagarían un real diario. “Los establecimientos prostibularios tributarán mensualmente a razón de cuarenta pesetas por huésped. Por las licencias individuales se satisfarán diez pesetas por una sola vez”. Y todos los establecimientos “pueden abrirse desde el amanecer, debiendo cerrarse para el público una hora antes de la retreta del campamento, y definitivamente y apagadas las luces una hora después [21] ”.   Sin embargo, parece que el primer trazado del plano hubo de aguardar hasta el 5 de enero de 1927, cuando se adjudicaron gratuitamente 771 parcelas, con un eje norte-sur integrado por las avenidas sin solución de continuidad llamadas Melilla y General Primo de Rivera. Y el 20 de diciembre firmó el primer proyecto el “arquitecto de obras públicas y minas” Alejandro Ferrat, cinco días después de haber inaugurado Sanjurjo el Teatro Español.

            En febrero de 1928 fue nombrado interventor civil, el primero, un oficial de valía, tanto en el ámbito castrense como en el civil, el comandante Edmundo Seco Sánchez, “auténtico artífice de Villa [22] ”, que permaneció en ella hasta 1934 [23] . Teniendo en cuenta el estereotipo de la figura del militar que tiene circulación en el acervo de nuestros tópicos, no nos parece de más citar aquí, a propósito de este personaje, un testimonio del novelista Arturo Barea, también genuino hisoriador de aquellos días africanos [24] : “Lo que  yo vi del estado mayor del ejército español en aquella época, me mueve a hacerle justicia. He visto allí hombres que representaban la ciencia y la cultura militares, estudiosos y desinteresados, luchando constantemente contra la envidia de sus hermanos oficiales en otros cuerpos y contra el antagonismo de los generales, muchos de los cuales eran incapaces de leer un mapa militar y, siendo por tanto dependientes del estado mayor, odiaban o despreciaban a sus miembros”.  

            Y hasta aquí, ya en la lejanía el trasfondo de la escenografía bélica, hemos ido viendo emerger en la paz el paisaje urbano de una convivencia, plasmada en unos edificios emblemáticos, al conjuro de unos nombres que implican la secuela de uno, y a la vez en él de varios, grupos humanos inominados. Con la urdimbre ineludible de todos esos aspectos de su vivir que tejen y son la historia, una historia total que se hace de todas las demás historias, no por eso pequeñas, en todo caso pequeñas grandes si queremos. Una historia total que para el historiador no puede pasar de un anhelo, y ahí su grandeza y su miseria. No sólo porque lo que ha sido no puede ya volver a ser, sino también porque lo que es tampoco es sin más aprehensible. Y, sin embargo, y ahí la consolación, lo que ha sido no ha dejado de ser del todo, el pasado hace parte del presente. Como para los vecinos que fueron de aquella Villa al otro lado del mar la Villa inefable e invisible que ahora llevan en sus corazones, incluso con alguna capacidad para traducirse en alguna que otra encarnación material insospechada. Unas alas que querríamos tener al volver otra vez atrás, en pos de la entraña de aquel lugar y su población.

 

                                    Desde una vieja cita de Unamuno

 

            Muy citada desde que la escribió a principios del novecientos, tanto que se ha atribuido a otras plumas al capricho de la popularidad y la ocurrencia. La de esas felices ciudades que tienen obispado y no tienen gobierno civil. Pero nada hemos de decir aquí de ellas. Pues es el capítulo inverso el que nos sale al paso, el de las  ciudades que tienen gobierno civil y no tienen obispado. De entrada, en nuestros países tan cargados de historia, alegres y juveniles presumiblemente, con la oferta ingrávida de una cierta liberación del pasado. Evoquemos la primera impresión, por ejemplo, de Pontevedra y La Coruña, San Sebastián y Bilbao, Alicante y Castellón de la Plana, la vinal Logroño, hasta las lentas tertulias de funcionarios en Soria, Guadalajara, Ciudad Real o Huelva. Además, en cuanto a Villa, hay que tener en cuenta su aislamiento de los otros núcleos de población española del propio Protectorado, un factor desde luego influyente en la más íntima cohesión interna.

            Y bien, ésta de nuestro argumento, una ciudad del todo nueva, sita al otro lado del Estrecho, lo que quiere decir separada pero no lejos, compuesta por gentes de una múltiple procedencia reclutada a lo ancho de las Españas, a simple vista se nos retrata envuelta en esa atmósfera leve, lúdica incluso, la falta de raíces en el lugar y la carencia de abolengo en las relaciones convecinales compensada por el impulso propicio al tejido de los vínculos de un presente que por no tener pasado ya se hacía futuro.

            Esto a propósito del acuñarse de las sensibilidades en el nuevo ambiente, por supuesto heredado por la generación siguiente desde su mismo nacer.  Pero la situación también repercutía en el trato dispensado a ellos por los poderes imperantes, incluso en las etapas difíciles y duras [25] . Al fin y al cabo, el mantenimiento de un cierto nivel y la concesión de algunos alicientes, uno y otros por encima de los comunes en la  metrópoli, era también una cuestión de prestigio. Una consideración que se traducía por descontado en la generosidad presupuestaria e incluso de hecho en una cierta autonomía de régimen. Si bien lo que decimos vale para todo el Protectorado, y no para Villa sólo, pero era ineludible consignarlo para luego entender los datos concretos. Lo cierto fue que allí se vivió aliviado de la miseria de los primeros años de la postguerra franquista, la de la estampa de las cartillas de racionamiento, a veces a octavo de litro de aceite, y la tiranía de la Comisaría de Abastecimientos y Transportes. Incluso la autarquía, ahora vista por los historiadores como voluntaria, de decisión política y una de las causas del aumento de la miseria misma, fue más mitigada. Juan Román recuerda por ejemplo las cubiertas de coches de Alemania, el jabón de Holanda y los faroles de Bélgica, “los tocadiscos, las neveras, las cocinas de gas, los blue-jeans, las máquinas fotográficas automáticas, los view-masters..., todo ese mundo de confort y gadgets futuristas que en España no llegaría hasta los sesenta”. Sin preterir tampoco la influencia que esa mayor liberalidad del ambiente, por eso mismo una liberación también de las luces y las sombras de los lastres ancestrales [26] , podía tener incluso en los que tenían la tasa de la libertad por misión.

            La población rifeña que se estableció en Villa y la que habitaba el territorio en torno era bereber. Su lengua, el chelja, es de distinta familia que el árabe, el cual casi nadie entendía allí. Ahora bien, en cuanto a la visión que de esos sus convecinos tenían los españoles y las relaciones entre unos y otros, no parece que esa condición influyera, queremos decir que no había diferencia en ese aspecto entre ellos y los establecidos en la zona arabófana, como era el caso de los tetuaníes.  Al fin y al cabo, el Islam los unificaba desde los puntos de vista cristiano y occidental; “en todas sus acciones llevan un sello opuesto al de los europeos”, había escrito un auditor general del ejército ya antes de la anterior guerra de África [27] . ¿Una evidencia objetiva o un punto de vista? En cuanto a la convivencia en sí, la respuesta sería indiferente.

            En Villa más que convivencia había yuxtaposición. Pero no existían hostilidad ni racismo, cual si paradójicamente llevara consigo una cierta inmunidad contra ellos la conciencia de lo distinto de ambas culturas, Y en esa situación, la yuxtaposición acababa por pasar las fronteras de la propia convivencia, poniendo la intrahistoria por encima de la historia, o sea situándose en lo más profundo aunque menos llamativo.

            Lo que apenas se dio es la curiosidad de los unos por el mundo de los otros. Un ejemplo es el desconocimiento por los católicos españoles de la creencia musulmana en el nacimiento virginal de Jesús. Para quienes conozcan la atmósfera religiosa de aquellos días, con la carga que habría tenido el significado de aquel dato, todo está dicho en este ejemplo. Pero ello no equivale a negar que conocieran a sus vecinos mejor que ciertos intelectuales dedicados desde lejos a su estudio teórico.

            Y otro dato, también propicio a alguna reflexión. En el chelja que se sigue hablando en el antiguo Protectorado, ha quedado la palabra castellana hola. Aunque no se usa cuando la persona saludada es un anciano o acreedor a algún respeto, es decir recordatoria de la tradición [28] .

 

                        Trabajos, días, placeres, juegos

 

            “Los primeros años treinta fueron como una epopeya del far west-escribe Juan Román-. Nadie venía de paso ni para hacer fortuna y volverse. Aquellos españoles repetían modestamente la gesta de las Américas”. Predominaban los andaluces y los levantinos. Llegando todos a acostumbrarse al sabor a arena de las comidas, hasta que la repoblación forestal domó los vientos de levante y de poniente, fijando las dunas del Malmusi. También se resolvió el problema de la carestía del agua. No en cambio en la ciudad rifeña en germen, a la cual sin embargo había encontrado su estilo morisco, andalusí-magrebí “con alguna que otra fantasía azteca-bereber que debía hacerla perecerse a las kasbas del sur de Marruecos”, otro interventor militar, Emilio Blanco Izaga. De hecho, esa frustrada ciudad jardín había acabado convirtiéndose en el barrio de los trabajadores españoles, continuando en el campo los nativos del contorno. En cuanto a la iniciativa privada, era notable el clima generoso de oportunidades, sobre todo en el comercio, pero sin excluir la industria. Una prosperidad que por eso y por el factor decisivo que dejamos apuntado no era parsimoniosa en el gasto placentero.      

            Sabido es que la Santa Sede tenía confiada a los franciscanos la presencia católica en Marruecos. Acordes a ello, hicieron los mismos acto de presencia en el nuevo poblado desde sus comienzos. Ya el 16 de julio de 1927 se puso la primera piedra de su iglesia y residencia, aunque su primer titular, el padre Miguel Quecedo, tuvo que hospedarse todavía en el Hotel España, a la vez que celebraba el culto en una de las barracas militares de madera. Si bien las obras no fueron muy lentas, inauguradas ya el 18 de mayo de 1930 por el vicario apostólico de Tánger. Su arquitectura es la común en los templos más sencillos y sin concretas pretensiones estilísticas del siglo XIX y primera mitad del XX, antes de la aparición de la nueva, y lo mismo hay que decir de la profusión de sus imágenes a la manera sulpìciana de Olot. Además había naturalmente clero castrense.

            Muy pronto también, el mismo año 1930, llegaron las religiosas de una congregación fundada en Méjico por un canónigo natural de Almería, Federico Salvador Ramón [29] , las Esclavas de la Divina Infantita. El mismo fundador dijo al visitar la población: “Me parece que esta fundación se impone antes que ninguna otra”, sobre todo teniendo en cuenta la condición de la niñez y de la juventud obrera. Los primeros establecimientos fueron un colegio-asilo y una escuela nocturna. El colegio como tal fue de pago [30] . La otra congregación femenina establecida en Villa fue la de las Hijas de la Caridad, famoso su hábito entonces por las aparatosas dimensiones de su corneta. Pero allí tenían dos comunidades distintas, de sendas ramas según su más o menos inmediata vinculación francesa, las primeras de hábito azul, negro las segundas, variando también la colocación de la corneta. Aquellas tenían el Hospital de la Cruz Roja y el Colegio del Sagrado Corazón, gratuito; éstas los otros dos hospitales, el civil y el militar. Además había un grupo escolar estatal, “España”, y el excelente Instituto de Enseñanza Media (=Patronato). En ambos había profesores de árabe.

            La existencia de un único colegio privado de pago denota también la mayor cohesión del vecindario en ese lugar que en la mayoría de las poblaciones españolas de la misma densidad [31] . Y otro dato suavizador de la diferencia, de las diferencias. El colegio de pago tenía algunas alumnas becarias. Éstas venían obligadas a ciertas tareas, como el barrido. Pero las de pago se disputaban relevarlas en ellas, pues ello implicaba un aliciente que rompía la monotonía de las jornadas. No nos cuesta trabajo estar seguros de que nada parecido se concebía, pongamos por caso, en las Irlandesas de Madrid, las Francesas de Valladolid o las del Sagrado Corazón de Chamartín. La música del himno nacional mejicano era la de uno pio de las colegialas, Entusiastas el himno cantemos a la Niña divina de amor...Pero las colegialas no se enteraron del dato hasta no oír el himno en cuestión cuando fue televisado el campeonato mundial de fútbol desde allá [32] . Y las locuciones de Madre Esperanza eran lecciones vivientes de las variantes de aquella habla hispana...

            Aparte la religiosidad tradicional e inmutable, la juventud la manifestaba con un cierto dinamismo en la Acción Católica masculina y las Hijas de María. Éstas se dividían en dos grupos, popularmente llamados “las de arriba” (novena a la Inmaculada) y “las de abajo” (triduo a la Milagrosa). Pero se juntaban para dar esplendor a la procesión [33] del corpus en el hospital militar [34] .

            Y un dato también de significado. Los entierros se despedían cerca del cuartel de la Mejaznía. Y, ya camino del cementerio cristiano, que se había construido inmediatamente, al pasar por la puerta de dicho establecimiento, se formaba el cuerpo de guardia y presentaba armas. Una manifestación más de la simbiosis cívico-militar de la población. Aunque iba mucho de ese gesto de amabilidad ceremonial a la vinculación indisoluble. Estamos pensando en que el tercio legionario Alejandro Farnesio se llamaba familiarmente de San Alejandro, por los muchos maridos que en él y aledaños habían reclutado las villeras, destronando por lo tanto en la especialidad milagrosa al propio San Antonio.

            El titular de la iglesia era San José. Una advocación naturalmente de elección eclesiástica, al no haber en la tierra nueva ningún vestigio de santos patronos. Deficiencia compensada con creces mediante la adopción por el vecindario como propios de todas las vírgenes y santos patronos de cada cuerpo o arma de los ejércitos en ella generosamente acampados.

            En el marco histórico pues que hemos tratado de reconstruir se desarrolló la cotidianidad de esa población hispanobereber, que siempre tuvo su elemento hebreo, a lo largo de los años del Protectorado. Terminado éste, tuvo lugar como hemos dicho una prolongación de la misma, adaptada sin traumas evemenciales apenas a la nueva situación, pero con una continua merma de densidad que acabó en el retorno a la Península originaria, alimentada allí su nostalgia con una intensificación y alguna singularidad derivadas de esa sustitución casi integral del elemento humano producida en el solar de su adopción o nacimiento.

            Por su parte, esa cotidianidad se nos dibuja en los contornos de una ciudad española de provincias de entonces, con la doble modificación que ya hemos apuntado, de un lado la yuxtaposición al vecindario islámico, en la que podríamos llamar una separación convivencial, desde luego no conflictiva, y de otro unos vientos algo más liberales, fáciles y amplios que los de la metrópoli [35] . Esta última característica, a su vez parece haber obedecido a una doble circunstancia, la meramente administrativa, allí favorecedera de esa cierta tolerancia de hecho [36] , y la más profunda implicada en la liberación de los viejos lastres del abolengo de cada uno, teniendo en cuenta lo diferente de sus procedencias, y la carencia en la nueva entidad urbana de tradiciones y memorias propias.

                                               

Espugando

 

            Entrando en algún detalle, no solamente ciertos reclamos publicitarios de aquellos comercio e industria [37] , sino incluso la rotulación a veces de los establecimientos [38] son reveladores de una etapa histórica. Y ni que decir tiene la densidad de algunos negocios y menesteres. Así los agentes de aduanas y de importación y exportación, nos permiten insistir en esa relativa excepcionalidad de que decíamos, si recordamos la feroz autarquía que al otro lado del Estrecho estaba coadyuvando a la miseria de la España de entonces. Más en lo concreto, tampoco es anodino el anuncio, en un almacén de vinos, a la vez fábrica de gaseosas y licores, de “productos de verano”, como la “nevería” de cuando en vez, o un depósito de hielo, éste complementario de una fábrica de gaseosas y sifones y agias carbónicas. Ni siquiera “servir encargos para bodas y bautizos”, como la “especialidad en objetos para regalos” de una joyería y relojería, eran un lujo común por entonces. Mientras que la abundancia de constructores, contratistas, proveedores del ejército, transportistas, y de materiales de construcción, cuadran en el retrato que hemos intentado hacer. ”Fabricación de lozas en prensas hidráulicas de grandes presiones”, por ejemplo, “Desfribradora del Rif”, cordelería para usos naúticos, junto a unas fábricas de crines vegetales, valen por notas de geografía económica como la presencia de bastantes cabreros a la vez que de algunas lecherías. También abundancia de de saladeros.

            El exquisito prestigio que en nuestro mundo técnico tiene la artesanía, sobreviviente aunque no tanto como debiera, y aquí podríamos traer a colación las quejas por ejemplo de ciertos artistas encuadernadores, la tal estimación ya se iniciaba entonces, pero sin haberse aún perdido la que al principio de la industrialización aureoló la exactitud de las máquinas. Lo cual se nos ocurre a propósito de la exhibición en un almacén de maderas y actividades anejas, de una ebanistería mecánica, como de bastantes serrerías. En cambio una farmacia presumía de la “escrupulosa preparación de recetas” y otra sugería pedir siempre “sellos Cuadros”, que era éste último su nombre, ello compatible con los “sueros, vacunas, y productos químicamente puros”. ”Sastre artesano en la confección de prendas de señora y caballero”, presumía uno. Estando puesto en razón que algunas sastrerías fueran a la vez civiles y militares”; con “sastrería y efectos militares” se conformaba un proveedor de la Legión. Un hotel anunciaba “habitaciones higiénicas e individuales”. “Pepe el del Repuesto” se cargaba sin más de toda aquella atmósfera de la convecinalidad. Un taxista ofrecía “coches haiga”, la palabra tan significativa de la corrupción y el cambio de fortunas preponderantes en el franquismo.

            El Oriente, La Oriental, no nos extrañan, aun respondiendo a una moda, pero ya antigua y siempre extendida. Pero Gandhi ya nos sugiere la apertura a otros horizontes. En otro sentido, La Imperial, La Recoqnuista. Especializadas en artículos morunos había dos tiendas, los titulares Mammu ben Hadu y Mohamed ben Azur, y Abderrhaman ben Hamed.

            Mientras que el Cocodrilo se merece una mención por haber sido algo más que un bar. Vérase su oferta en los carnavales de 1933: “Bar Cocodrilo presenta este año al distinguido público en general doce bellísimas señoritas que alternarán en los bailes que, con carácter de cabaret, se celebrarán en este establecimiento durante los días del 24 de febrero al 5 de marzo. Este amplio y magnífico salón estará artísticamente adornado con combinaciones de luz en varios colores durante los bailes, amenizando los mismos una excelente orquesta que ejecutará lo más escogido y popular de su repertorio. Hay serpentinas y confettis para los ratos de ocio y alegría que requiere esta festividad”. La nota de precios del “copeado y chateado” era muy extensa y detallada, y en ella más que la presencia del benedictino nos llama la atención la del whisky.

            El fúbol estuvo muy desarrollado, con una proliferación de equipos civiles y militares al conjuro de la espontaneidad. Muy popular llegó a ser el juvenil Sangre Deportiva, aunque no llegó a estar federado. Absorbiendo al Atlético Deportivo y al Juventud Marroquí, se formó el Villa Sanjurjo S.D., rival del C.D.Pescadores o Las Lachas en la primera regional, aunque el segundo llegó a estar una temporada en tercera división. Sus viajes por carreteras accidentadas en camiones militares entoldados a los otros campos apenas si dejaban a los jugadores el tiempo para tomar un bocadillo antes de saltar al terreno. La abundancia de equipos permitía hacer una liguilla local, cuya final, siempre entre los dos citados rivales “eternos”, tenía lugar el 18 de julio. Mientras que en Tetuán, el colegio marianista del Pilar prestaba sus amplios campos para el Trofeo polideportivo García Valiño, su ámbito todo el Protectorado. Allí cabían los bastantes barracones con literas para los de acá y los de acullá, sin faltar los villeros. El boxeo era popular gracias a los bastantes soldados púgiles que se sucedían en los cuarteles locales. 

            En cambio, una novillada, el 29 de julio de 1951, en una plaza que se anunciaba como “provisional”, instalada sencillamente por un maestro carpintero en el campo municipal de deportes aprovechando parte de la grada de preferencia [39] , fue un acontecimiento singular: “rogamos a las señoras y señoritas asistan con mantilla española o mantón de Manila”. En el programa de esas fiestas, centradas en torno a la conmemoración de la sublevación franquista [40] , se definía la ciudad cual de “cuerpo moruno y alma española”. Uno de los novilleros, Valerito, dio la vuelta al ruedo con un tarbuch en la mano. También fue excepcional otro año la plantación y quema de unas fallas valencianas [41] . Durante el citado franquismo, a pesar de respetarse al aire libre la extraña prohibición de los carnavales, se consiguió mantener la fama que habían adquirido en los días republicanos, hasta el extremo de que bastantes viajantes, otra estampa de los tipos que pasaron, hacían coincidir sus días con sus visitas a Villa para de ese modo mezclar horacianamente lo útil y lo dulce [42] . En navidad actuaban varias comparsas formadas por aficionados, llamadas pastorales, con su repertorio naturalmente de villlancicos sobre todo.

            La legislación de entonces obligaba a todas las compañías de espectáculos que gozaran de cualquier subvención estatal a hacer alguna gira por el Protectorado. A consecuencia de ello, las estrellas de la escena de aquella España pasaron por Villa [43] . Y se llegaron incluso a contraer uniones matrimoniales por ciertas actrices con la tal ocasión. Esas actuaciones tenían lugar en los cines locales, aunque uno de ellos se llamara Teatro Español, eclipsado a la postre ante el Gran Cinema Florido [44] . Un dato también revelador: en su última etapa de agonía, abrió solamente sábados y domingos exclusivamente para los soldados. Se había hecho famoso su gallinero, por la lluvia de cáscaras de pipas que de él caía al patio de butacas [45] . Ni que decir tiene que las funciones a cargo de aficionados eran una de las constantes de aquel tejido lúdico. Por eso también la misión católica tenía su local para ellas y actos aledaños.

            En cuanto a las sociedades recreativas, los casinos en definitiva, en Villa tenían planteado el doble problema de la misma distinción social que en la Península y además el de la separación jerárquica en el ejército. Recordamos que en la vecina Francia, la abolición de la tercera clase en los trenes, se retrasó por presiones militares, ya que la misma permitía viajar a los llamados “individuos” o sea a los soldados, separados de los suboficiales, como a su vez éstos, en la segunda, lo estaban de los oficiales, jefes y generales de la primera. Dicho sea de paso, precisamente en su zona marroquí, los franceses introdujeron la cuarta, poblada sobre todo por los nativos. En la terminología castrense, los suboficiales eran llamados “clases”. Y Casino de Clases se llamó en virtud de ello el fundado allí en 1929, pero abierto a los civiles [46] , por eso con su correspondiente cuadro artístico como era de rigor, “compuesto por señoritas y axctores de la sociedad villasanjurjense”. El Casino Español [47] estaba abierto a oficiales y suboficiales, mientras que el Club Deportivo se vetaba a los últimos. El primero presumía de tener la mejor biblioteca del Rif, y contaba con cuatrocientos socios en 1931 [48] Benéficamente, colaboraba con la obra franciscana de “El Ropero de San Antonio”. En la fiesta de las ánimas, el dos de noviembre, homenajeaba en el cementerio a los muertos militares. En 1933 se esforzó por manifestar su gratitud a Méjico, con el motivo de los esfuerzos de éste por encontrar a los aviadores desaparecidos Barberán y Collar [49] . Por su parte los pescadores [50] tenían su propio casino, llamado Caza y pesca [51] , justificadas ambas denominaciones por una cierta polarización también a la primera. Resultaban muy atractivos los concursos para la elección de mises, “ciudadanas república” que se llamaban durante el correspondiente período.

            Una urdimbre social no sólo permisiva sino también estimulante de la configuración de tipos y caracteres un tanto dotados de alguna personalidad singular, comparativamente al menos. Tengamos en cuenta esa mayor apertura de que venimos diciendo, el propio sustrato de la emigración, el contacto con gentes de otras culturas, la radicación en su mismo país, éste aunque vecino y otrora común entonces exótico. De ahí que en su nostalgia, si bien la visión sentimental de la ciudad a la manera de aquella Brujas la muerta de Georges Rodenbach es su constante trasfondo, también pulule el desplegarse intra y extramuros, aun no teniendo murallas, de toda una selva de genuinos personajes barojianos. 

            Un exotismo que lleva en sí un llamamiento a la fantasía. Lo cual se nos ejemplifica en un libro de relatos escrito por un villero, nacido durante la guerra civil, Rafael Real Díaz, Érase una vez Marruecos [52] . Teniendo en cuenta su recogida de recuerdos personales, es una de esas obras literarias que, aun perteneciendo a nuestra civilización escrita, incorporan lo suyo de la cultura oral. Algunos de sus capítulos son meramente autobiográficos, si bien ineludiblemente llevan consigo una evocación del ambiente de esa convecindad que es su marco integral: Las gafas de don León (la vida del Instituto [53] ), Calabonita, La comunión de Dieguito, El toque de Cupido; y hay que adscribir a la veta erótica [54] , con algún toque de la picaresca Una situación difícil, Ginno Roca, El fantasma de la casa de Candó. Al tangencial mundo de los nativos y a la presencia tan densa militar Mohand, Quetama, El héroe de Quemado Beach, El faquí particularmente coloreado y vigoroso. Pero Caramú exhibe un elemento fantástico que nos recuerda los cuentos alhambrinos de Washington Irving [55] , mientras que El fugitivo de Annual [56] y Mimún el feo, en el mismo ámbito, son reveladores del intercambio de vidas y recuerdos a ambos lados del Estrecho, entre cristianos y musulmanes, hispanos y norteafricanos de ahora y de antes, del fenómeno que alcanzó su máxima expresión novelística en uno de los episodios nacionales de Galdós, Aita Tettauen.

            Un historiador marroquí, Abdallah Laroui [57] , al ser galardonado este año dos mil con el Premio Cataluña, manifestó una vez más su ideal como historiador de su país, consistente su argumento en el cotejo de las respuestas respectivas dadas por España y Marruecos a los mismos estímulos, no dudando en preterir el ámbito concreto de sus relaciones mutuas. Pero quizás, en el caso de nuestras dos tierras vecinas, los estímulos y las respuestas, ora coincidentes ora de una divergencia igualmente significativa, se entrecruzen en una urdimbre de conocimiento fructífero. Y en el de aquella Villa Sanjurjo, eso mismo en la realidad que fue, en el recuerdo que permanece, y para un futuro todavía de itinerarios insospechados [58] en no sabemos qué direcciones.

 

                                                RESUMEN

 

En 1925 tuvo lugar el desembarco de las tropas españolas en la bahía de Alhucemas, un hecho decisivo en las hostilidades hispano-marroquíes, que puso fin sin tardarse mucho a la guerra llamada de África. Con ese motivo se instaló un campamento de proveedores del ejército que llegó a ser insensiblemente un genuino poblado civil, reconocido como tal por la autoridad castrense cuando todavía imperaba en la zona de operaciones.

Ese poblado se convirtió en la ciudad de Villa Sanjurjo, la cual se desarrolló con dinamismo a lo largo de los últimos años de la monarquía y de toda la república. Se hace un resumen de los acontecimientos de la historia externa, sobre todo de la urbana, hasta el abandono de la población española, que comenzó a producirse una vez que Marruecos alcanzó su independencia el año 1956.

La distinta procedencia de los españoles asentados, con la consiguiente carencia de tradiciones, así como la yuxtaposición convivencial con la población musulmana, y la minoría judía, dio lugar a un acuñarse de las mentalidades con algo de común a las de las provincias españolas de entonces, pero tambièn con un sello característico. Por otra parte la vida ultramarina llevaba consigo mayores abundancia y libertad que en la metrópoli, incluso en los años de la dictadura.

Los supervivientes trasplantados a la Península cultivan la nostalgia en la diáspora de una ciudad que ya no es la suya, a causa de lo radicalmente distinto de la composición de su vecindaruio, no en virtud del cambio oficial también producido.



[1] ”Árabes y españoles se han dado hospitalidad a través de la historia. Yo soy el rehén desarraigado de una vecindad hostil y fraterna en equilibrio sobre los bordes del Bahar Al Abiád Al Mutauasita, Media-Tera-Nostra, Mediterráneo”; I Genún, en “Magazini” (Florencia) 8 (1985) 13.

[2] Recordamos que, al ser nombrado por Franco capitán general de La Coruña un militar musulmán, Salvador de Madariaga, en una de sus charlas por Radio París, le tildó irónicamente de “hispano-marroquí, pero más marroquí que hispano”. De Román podríamos decir ser hispano marroquí, aunque más hispano que marroquí, pero en la dimensión de la sensibilidad profunda,  a diferencia pues del caso anterior ajeno a cualquier oficialismo.

[3] J.ROMÁN, Fragmentos de una conversación continua sobre Alhucemas (=JR; Melilla, 1994). Hay que tener en cuenta también las memorias de uno de los pioneros, FLORIÁN GÓMEZ AROCA, publicadas en el libro de P.RUBIO ALFARO y M.LACALLE ALFARO, Alhucemas, 1925: Desembarco, asentamiento, evolución (=DAE; Málaga, 1999) 13-122=FGA.

[4] Habría que tener en cuenta la guerra de la independencia como desencadenante del planteamiento en cuestión. Notemos que los afrancesados fueron el sector equilibrado entre la reacción y la revolución. Pero por la tacha de ilegitimidad quedaron fuera de juego.

[5] 68, 1315.

[6] 10, 1123.

[7] 11.000 en la primera noticia, en ésta 4.000 sin duda por errata.

[8] Se dio una coincidencia que desde luego va contra el cálculo de probabilidades: los dos barcos intervinientes en la ocasión se llamaban (¿o cambiaron sus nombres?) San Agustín  y San Carlos.

[9] Claro que al principio también fue un núcleo exiguo, al amparo de las necesidades del elemento castrense acampado (aunque sin la singularidad eremítica del Peñón de enfrente), y en ello hubiese podido quedarse. Mas inmediatamente tomó otros vuelos.

[10] Un fenómeno inevitable. Ya vimos lo que el elemento militar contaba. Solamente con su desaparición, y la del funcionariado, la fisonomía y la densidad habrían cambiado decisivamente, además de implicar un freno a la necesaria renovación del resto. En cuanto a la sustitución en sí, de la población española por la nativa, hay que tener en cuenta que no resultó traumática, en ese sentido bastante distinta de la que tuvo lugar en la zona francesa, si bien en ésta no se llegó al extremismo violento de la vecina Argelia. En las causas de la diferencia no nos compete entrar. Uno de los militares españoles entonces destinados en Villa nos contó su repugancia a tener que proteger a un marroquí del otro lado de la frontera que había matado a un ingeniero francés. Al así obrar seguía instrucciones gubernativas franquistas. Por entonces, François Mauriac escribió un artículo en Le Figaro, en el que lanzaba a Franco uno de los ataques más duros que jamás se le hayan hecho. Decía que Francia le había proporcionado guantes para taparse sus manos, que no podría lavar toda el agua del mar, y él  quería darla, con ellas así presentables, lecciones de humanidad. A la vez, en la Cámara de los Comunes, un diputado laborista interpeló al gobierno conservador proponiendo se suprimiese la venta de armas a España, para evitar que pudieran ser utilizadas “contra nosotros en Gibraltar, contra los franceses en Marruecos o contra el pueblo español”. Lo cieto es que no hubo violencia, salvo en algunos casos estrictamente individuales y no graves. Sí se dieron algunas medidas disuasorias a la larga, sobre todo la exigencia (desde 1973) de tener un socio marroquí los europeos que pretendieran continuar en el país el ejercicio de sus industrias. También estaba prohibido sacar moneda, aunque era muy fácil burlarlo, existiendo un genuino tráfico casero en ese sentido. Aunque la independencia tuvo lugar en 1956, hubo allí tropas españolas hasta 1961, y concretamente en Villa hasta 1959, fecha en que se aceleró el despoblamiento que nos está ocupando. Ese mismo año tuvo lugar un enfrentamiento entre militares españoles y marroquíes en el “Club Deportivo” de la calle de Melilla. En julio de 1961 la “Casa de España”, presidida por el médico Federico Molina Martín,  sustituyó al “Casino Español” y quedó como el último reducto de los mermados residentes. Duró hasta 1974; “los civiles que habían venido haciendo santa labor de Protectorado, no eran, según palabras del cónsul de España en Nador, más que aventureros. No hubo ningún tipo de ayuda para los que quisieran volver, debiendo incluso pagar tasas de aduana por sus propiedades inmigradas, como si vinieran de cualquier otro país. Sólo había una excepción para los camiones, y ello fue el gran negocio de algunos transportistas, que poseían maravillosos Mercedes los cuales en España aún soñaban tener”, JR 37.

[11] E.BUENO y NÚÑEZ DE PRADO, Historia de la acción de España en Marruecos (Madrid, 1929); cfr., C.RODRÍGUEZ AGUILERA, Manuel de Droit Marocain, Zone Espagnole (Institut des Hautes-Études Marocaines, París, 1954).

[12] Nombre que ya se adoptó en homenaje a Sanjurjo, a instancias del comandante militar de Melilla, Alberto Castro Girona, un militar éste arabista por cierto.

[13] Éste al mando de la división desembarcada, bajo la jefatura suprema del propio Primo de Rivera, hasta quedarse ya como general en jefe una vez consolidados los resultados de la operación. El general jefe del sector donde la población fue emplazada era Leopoldo Saro, quien había mandado una de las dos brigadas desembarcadas. Se le dio el título de conde de la Playa de Ixdaín.

[14] En 1928 hizo una visita a Villa con el mariscal francés Franchet D’Esperey; cfr., M.SANTIAGO GUERRERO, J-M-TRONCOSO, y B.QUINTANA, La columna Saro en la campaña de Alhucemas, septiembre a noviembre de 1925 (Barcelona, 1926).

[15] El año anterior había estado la infanta Luisa de Orléans.

[16] También lo fueron las de Villa Jordana, Targuist, y Puerto Capuz.

[17] JR, 17; la evocación familiar que el autor hace inmediatamente es significativa del afluir del vecindario surgido: “Mi padre, Juan Román, fue uno de los españoles fundadores. Oriundo de Elche, campesino, hacía su servicio militar en Melilla de telegrafista cuando el desastre de Annual, en julio del veintiuno. Primero vendió allí alpargatas y zapatos de su tierra ilicitana, pero su sangre levantina lo llevó rápidamente a la bodega de vino y más tarde a la chacinería y la granja de ganados. Consciente del árbol que plantaba, echó raíces e hizo propios los problemas del poblado que nacía”.

[18] Año este también de un hospital de la Cruz Roja en Cala Bonita, la aduana y el giro telégrafico; el siguiente, de la iglesia, el grupo escolar “España”, el dispensario,y el edificio de la administración local, siendo ya adjudicadas las obras del puerto a la empresa “Arango” de Ceuta; 1928 el del mercado, Juzgado y Registro Civil, y el barrio obrero al pie del Morro Nuevo. Aunque la ciudad indígena proyectada no llegó a desarrollarse tanto urbanísticamente, la mezquita, el hospital civil y el fondak surgieron en ella enseguida.

[19] Sucedido enseguida por Rafael Álvarez Claros.

[20] ”No quisiera dejar sin mencionar la versión oficiosa. En un principio se pensó en la vega de Axdir, frente a la isla, pero la dificultad para construir un puerto y las fiebres palúdicas de la zona, lo desaconsejaron. Fue entonces cuando una señora conocida como La Concha, a la que unía una muy fuerte amistad con un General, aconsejó y consiguió emplazar el pueblo entre los Morros Nuevo y Viejo. Siendo su residencia la primera casa que se construyó de obra, con una amplia cristalera con vista al mar y a pie de lo que sería el puerto”; P.RUBIO ALFARO, Alhucemas en mi recuerdo (=AR; Málaga, 1992).

[21] Texto en DAE, 193-9.

[22] ”Todo cuanto en ella le dio fisonomía e identidad fue obra suya”; DAE, 295. En diciembre de 1927 había sido nombrado primer jefe de la circunscripción del Rif el general Ángel Dolla Lahoz. La labor de éste fue trascendente en el aspecto administrativo, “infatigable defensor del pueblo ante la comandancia de Melilla bajo el mando del general Jordana por la planificación del poblado. Seguía la teoría de casa construida en mampostería, asentamiento civil seguro, que era lo que se pretendía, hacer un gran pueblo. Eso lo había experimentado anteriormente en Dríus, obligando a los comerciantes a abandonar sus casetas de chapas y maderas y hacerlas de materiales de obra. En Dríus la orden no fue bien aceptada. En nuestro campamento no sólo fue bien acogida sino muy apoyada por comerciantes y personal civil”; FGA, 53. Por haberse negado a imponer un canon mensual a los cantineros recién establecidos, hasta pasado un tiempo, “ya que estos hombres, con un gran esfuerzo y arriesgando todo su dinero, se han establecido dando un servicio a este poblado”, corrió el pareado de el General no quiere dinerillo hasta que el cantinero sea riquillo. Notemos esta nota urbanístico-arquitectónica: “Esta terraza donde estamos es la de la casa de la calle Tetuán, con las barandillas esas típicas de la arquitectura del pueblo. Así, como de tarta de merengue, que era el único lujo posible aunque modesto que se hacía en Villa”; “-Y esta otra de la Plaza del Rif. -¡Qué esplendor! Le faltan aún los pisos merengados, están ya el bar Oriente y el kiosco”.JR, 176 y 159..

[23] Desde 1929 vivió en el Edificio de Intervenciones, una de sus obras. Evocado el último y trágico episodio de su biografía en FERNANDO ARRABAL, Ceremonia por un teniente abandonado (Madrid, 1998) 50. A la vez que Seco, fue nombrado el primer Bacha o Bajá, sidi Abd-el-Krim Ali Loh, notable de la cabila de Bocoya.

[24] La forja de un rebelde. 2: La ruta (2ª ed., Buenos Aires, 1954) cap.6, p.67.

[25] ”Siempre había oído decir que aquí no cambió nada y que la guerra estaba lejos: en la Pneínsula. Sin embargo, aquel dorado paréntesis cultural de diversiones, elecciones de mises en el Quemado, las compañías de teatro, los bailes, las verbenas... todo aquello no volvió a florecer hasta principios de los cincuenta”, JM.27. Lo de no haber pasado nada se oye a menudo decir, por ejemplo, de Segovia. Como si los muertos y los vivos transformados por la humillación permanente no contasen, y la única historia de aquellos años fuese la de las operaciones militares.

[26] ”La Falange no sacó a nadie de su casa, los esperaban fuera y les daban carrerillas y purgas de aceite de ricino. Algunos casos más graves se convertían en desaparecidos y terminaban en la cárcel de Zeluán, si la cosa no iba para mayores y no los enviaban al paredón de Rostro Gordo en Melilla. Un mendigo en una esquina tenía un paquete de pipas en la mano, y al saludarles con el puño cerrado por sujetar el paquete, y no brazo en alto como había que hacer, se le acusó de rojo y lo mandaron a Zeluán, terminando más tarde en el Rostro Gordo”; JR, 27. Ese detalle topográfico de no sacar de casa sino esperar fuera, una diferencia con la Península y hasta con las islas, ¿sería significativo de una vida más en común y hacia afuera, obra en parte del clima y también de esa liberalidad de que hemos dicho? Pero a ese respecto se nos ocurre una sugerencia, concretamente en cuanto al impacto de la llamada represión en la sociedad. El fenómeno fue obra y responsabilidad de las consignas de los altos mandos, convencidos de que el terror era una inversión para mantener su dominio integral (empalmando con ello la voluntaria prolongación de la guerra por parte de Franco, una decisión suya muy individual). Las venganzas personales se han hipetrorfiado como factor decisivo. Sólo llegado el momento de la ejecución sobre cada terreno contaban los amores y los odios y sin pasar ciertos cotos. Pero en una población nueva como Villa, al no existir un entramado denso de antecedentes positivos y negativos cual en los viejos pueblos de la metrópoli, las influencias convecinales contarían mucho menos de lo que al otro lado del Estrecho lo hicieron, lo cual, insistimos, fue mucho menos de lo que se dice, y casi siempre acaba resultando confuso. Por eso allí debió ser menor la herida en la convivencia.

[27] SERAFÍN E.CALDERÓN, Manual del oficial en Marruecos (Madrid, 1844) 81.

[28] Debemos el dato a un profesor de Alhoceima, vecino de Madrid, Yakhlef Mahjoub, conferenciante en el Ateneo.

[29] Quien había tenido desde hacía mucho una ilusión misionera en el Islam, pero alejada de las posibilidades reales; J.ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de las esclavas de la Inmaculada Niña, Divina Infantita (Madrid, 1995) 625 (cfr., él mismo, “Dame tu espíritu...”. Espiritualidad de las Esclavas de la Inmaculada Niña; Madrid, 1999); nada vamos a decir de la historia franciscana; cfr.J-M.LÓPEZ, El padre Lerchundi (Madrid, 1927). Uno de los últimos vecinos esdpañoles de Villa fue el párroco franciscano Juan Cañedo, más conocido por el de Targuist, figura popular entre el vecindario islámico cuando ya éste era casi exclusivo. Una estampa significativa de la acogida de “los frailes del cordón” en ese pueblo ya del todo islámico, sin perjuicio de que la simbiosis de la fe y la sociedad se tradujeran en una cierta falta de libertad religiosa.

[30] Además de la enseñanza primaria, daban “cultura general a niñas, música, mecanografía y labores”.

[31] Donde naturalmente, cuando había duplicidad, se daba una competencia transmitida a las discípulas. Así, en Almería, corrían estas coplas en el alumnado de la Compañía de María (el Milagro era el colegio gratuito, por eso fuera de la competetividad de marras): La Compañía fuma puros, el Milagro “Ideales”, y las pobres jesuitinas las colillas de loa bares; La Compañía va en coche, el Milagro en bicicleta, y las pobres jesuitinas recogiendo las maletas.

[32] A la inversa, yo no caí en la cuenta cuando unos seminaristas mejicanos me dijeron que ellos cantaban con la música de nuestro himno nacional un cántico sacro. Tan olvodada tenía aquella letra del colegio igualmente, La Virgen María es nuestra protectora...

[33] Éstas no tenían lugar nunca en la calle, por respeto a la población islámica. Pero sí se tocaban las campanas.

[34] AR, 214-6.

[35] Por ejemplo: “-Recuerdo aquella Radio Boliches que montásteis. -Eso lo hice yo... Hacía entrevistas, ecos de sociedad, alguna publicidad...Un día llegó un señor, don Luis Hernmández, el padre de Cocoliche, y dice que venía a denunciarme y ponerme una multa porque tenía una emisora. -Clandestina. -¡Ay que ver! [pero] aquí se vivía mejor, teníamos otra forma de vivir, cada uno a su aire, te tenías que acoplar a esta mentalidad”; JR, 184.

[36] ”-Si cuando yo estudiaba en Granada, a mediados de los cincuenta, y tú, Marita, viniste en unas vacaciones, recuerdo en una cafetería que se quedaban todos mirándote porque estabas en la barra conmigo bebiendo una cerveza y fumando”; JR, 151. Los interlocutores de Juan Román notan también la densidad de las relaciones extraconyugales que salen en sus conversaciones, siendo la palabra “querida” todavía la más común para designarlas.

[37] ”-Bueno, es que las tiendas en esa calle han cambiado muchas veces. Verás. Primero, en la esquina estaba Antoñito el del Siglo. Después seguía la Singer, -¿Tú llegaste a conocer lo que antes había en la Singer? -No. Me parece... -Estaba Fernando Santiago. Peluquería de señoras y después... -Después estaba Boigues y Siles, la papelería. Luego la Relojería Suiza, el Banco Hispanoamericano, y el patio de los Leones...Antes había otra que tenía un sótano y por detrás salía el Miramar, y más tarde había una fonda y ahora venden periódicos. No recuerdo quién estaba allí... -Había una relojería y también una zapatería. La relojería de Ricardito, que era un señor mayor y llevaba un babero. Lo que luego se transformó en el negocio de Barón que es lo que primero fue la relojería. -Después de la peluquería estaba Alfonso el de los periódicos, Los Leones, que luego se ha llamado durante mucho tiempo El de las doce pesetas. porque casi todo lo que vendía valía doce pesetas. Luego ya, Carmen Torres y los Moya. Allí terminaba la manzana y en frente es donde dices tú que estaba el bar Regio de La Concha; JR, 189.

[38] El libro de Juan Román está lleno de evocaciones como ésta: “-Al lado estaba la pastelería de Boyuyo. -¡Qué calatravas tan riquísimas hacía!”; JR, 176.

[39] Aunque la noticia de agencia la pudo tildar de “primera plaza de toros del Protectorado, con capacidad para cinco mil espectadores”.

[40] ”-¿Tú te acuerdas de las fiestas que hacíamos en el parque el dieciocho de julio? -Que tiraban cohetes y ponían alfombras por todo el parque y nos daban té con hierbabuena, té moruno que decíamos entonces. -Y pastas y dulces, cuernos de gacela... y en la glorieta tocaba una orquesta. -Y los domingos había siempre concierto a la hora que íbamos a la misa”; JR, 155.

[41] ”-Esta foto era con el carro de repartir el vino, cuando hicimos una carreta como si fuera la romería del Rocío. -Mira, la hermosa falla que hizo la colonia valenciana en la plazoletilla de bar Diego. -Eso fue por el 52 o 53. ¡Fíjate cuanta gente”; JR, 178. 

[42] ”-Esta foto de brujas creo que fue el último carnaval que se hizo. -El último que yo pasé allí fue cuando nos disfrazamos de murga y sacábamos canciones de crítica del pueblo. Como los de Cádiz. -Más que en el baile, cuando nos divertíamos es cuando preparábamos los disfraces en casa de Pili, la de los Leones”; JR, 178-9.

[43] Véase una anécdota de la actuación de María-Fernanda Ladrón de Guevara en La Malquerida, en JR, 181.

[44] De los primeros tiempos: “-Y el cine Fajardo, ¿dónde decíais que estaba?. -Donde el bar Oriente. Era un barracón. -¿Y el cine viejo cuándo lo hicieron? -Eso (sic) lo obraron en el treinta y siete. -Y había otro. El cine de verano, que hacía también veladas de boxeo. -Ese cine Fajardo tiene que ser uno que yo recuerdo muy vagamente. Me llevaban de la mano y se abrió una puerta por la que se entreveían unas sábanas que eran la pantalla. -No, en el cuarenta eso ya estaba edificado con una planta”; JR, 83.

[45] AR, 164.

[46] Las residencias de oficiales y suboficiales tenían sus respectivos locales de reunión, con una cierta apertura a la sociedad local también.

[47] Notemos este episodio de los primeros días de la guerra: “El día que ocuparon el Casino fue un domingo a las tres de la tarde. Como mi padre me dijo que no saliera, yo estaba en mi casa, enfrente del Casino, por la calle que ahora es el bulevar. Yo estaba en la ventana de mi cuarto, oí unos ruídos de coches que llegaban y se paraban a la puerta. Veo bajar a Carballeda, a un sobrino de Marina que era jefe de aduanas, Juan de Dios, un hermano de Isidro Mateos, uno de los Mateos que lo mataron después durante la guerra..., unos ocho o diez. Entraron, eso lo estoy viendo ahora mismo, por la puerta, y dijeron ¡Arriba España! Todo el mundo se quedó en silencio. ¿Arriba España! ¡Todo el mundo en pie! No veas tú, los tíos con unos pistolones. Chavales de diez y ocho años. Jacinto Real, el menor de los Reales..., y Girisalvo..., un médico, alto, delgado, con grandes entradas...¡Arriba España! ¡Todo el mundo en pie! Claro, uno tras otro, todos se fueron poniendo en pie. ¡A la calle tó el mundo!..., y los tíos como borregos, pum, pum, pum, fueron saliendo. Falange se metió allí, se quedó con todo, todo para ellos, y allí pusieron su primer cuartel. Luego ya, cuando llegó la normalidad, como el Casino Español era una sociedad constituida legalmente y tal, no podían apropiársela, y entonces se fueron donde luego tenía la agencia marítima Anita Manzanares. También unos hermanos de Anita, Tomás y Federico, también entraron con los que ocuparon el Casino”; JR, 192-3; notemos ejemplificatoriamente el vigor de la historia oral: el autor escribe a su propósito: “Es que este libro es imposible de escribir. Es un rompecabezas. Habría que hacer una especie de repertorio-vademecum de los bares, los locos, las heroínas, las fiestas, los patios...No sé, cosas así por departamentos. [...] Recoger el inconsciente colectivo de toda esa gente que ha pasado por allí y anda dispersa como una diáspora nostálgica por toda España” (de los integrantes de ésta, dice que “casi todos vuelven para ver lo que se dejaron sin entender”); JR, 161-2 y 88. ¡Dejadme contemplar esa bahía!, es el grito poético que encarna esa nostalgia en los versos titulados Desde el Cardeñosa, del libro de Real Díaz que aludiremos.

[48] AR, 155-6.

[49] Este episodio dio pie a que durante el franquismo se celebrase alguna fiesta tildada sencillamente de “hispanomejicana”, en el fondo de simpatías republicanas, teniendo en cuenta que la antigua Nueva España había sido el único país que no llegó siquiera a reconocer al gobierno aquél.

[50] Éstos celebraban la Virgen del Carmen, con la bendición del mar, al que se arrojaba una corona de flores cual tributo a los muertos en él, y paseo en barcas engalanadas alrededor de la isla o peñón.

[51] Desde 1961 hasta principios de los setenta, ya lo dijimos, sólo existió la Casa de España, refundición de los centros anteriores, una vez desaparecidos los militares; véase AR, 222-3.

[52] (Málaga, 2000); es autor también del poemario En un íntimo rincón (íbid., s-a [1999]).

[53] ”Don León Roffé Levy fue nuestro profesor de física y química. Como revela su nombre, era de procedencia hebraica, pero ahí terminaban las revelaciones toponímicas, pues de león no tenía, al menos físicamente, nada, más bien todo lo contrario. Era de pequeña estatura, atildado, elegante, y de piel muy blanca, lucía un bigote perfectamente recortado y se comportaba con una exquisita educación y una amabilidad extremada.  Esto podría ser suficiente para un retrato descriptivo, pero no se puede omitir el adorno más llamativo de su elegante apariencia, y éste era (sic) las gafas. Llevaba siempre unas gafas de sol grandes, oscuras y espectaculares, ante las que francamente había que reconocer la dificultad de competir con ellas en cuanto a medio para destacar la atención, ni yendo vestido de bombero por el zoco de Einzorem”; pp.20-1.

[54] A este propósito: “Yo te hablo de lo que me acuerdo, y nosotros vivíamos en el hotel de mi padre y la calle de las fulanas estaba detrás. Claro, eran todo barracas... y al lado de nuestro hotel estaba ése, El Tropezón, donde se reunían y tenían cita todas las fulanas. Entonces fue cuando yo conocí a una que le decían La Abisinia que yo no sabía quién era. Otra que le llamaban La Tamo, la Rosario, y luego la Maravilla, y la Filo, arriba, donde tú dices..”; JR, 147.

[55] ”Las piezas que tenía en las repisas vinieron con ellos, eran parte de las escasas pertenencias que pudieron traer, y desde entonces heredadas siempre por el primogénito de la familia. Éste estaba comprometido a permanecer allí en custodia de la tierra y depositario de sus recuerdos, mientras los demás hermanos iban abandonando el hogar y esparciéndose por todo Marruecos. Así ocurrió desde hacía cinco cientos de años. En esta misma casa estuvo el Roghi Bu Hámara cuando huía perseguido por el sultán de Fez; también Mohammed Abd el-Krim que conocía la historia de la familia y sentía gran respeto por su padre. Él nació cuando Espania llegó a la Cebadilla haciendo guerra con Abd el-Krim. Su padre peleó contra los españoles y fue aquella la vez que más cerca estuvieron de acabar con la saga familiar y perder sus recuerdos de Al.-Andalus”; pp.124-5.

[56] ”La vieja Jabiba había perdido a su marido y dos hijos en combate en Abarrán, por lo que creyó que a cambio le correspondía quedarse con el soldado español que ella había recogido y cuidado. El padre de Mustafa siempre se consideró desertor y temiendo un castigo se quedó con esa mujer; al fin terminó haciéndose cargo de la familia y viviendo casi en la clandestinidad hasta su muerte”; p.99

[57] Del Sur, nacido en Azemmour, en 1933,y formado en París.

[58] Una última mirada retrospectiva: “La bahía de Alhucemas es, qué duda cabe, base en lo futuro del comercio interior de África. [...] ¿Quién no ha soñado ya con el ferrocarril Alhucemas-Fez? ¿Quién no ha estudiado la comunicación Alhucemas-Tetuán? Las riquezas de Áfrtica, cuyos estudios puede que estén hechos aunque no al alcance de todos, las necesidades políticas de España siempre emprendedora y en todo tiempo noble y generosa, exigen la inmediata construcción de un pueblo como lo exige esa población civil española que vive en El Quemado”; así escribía José Espejo, capitán del vapor correo Villarreal, en su artículo titulado El puerto de Alhucemas, publicado en el primer nùmero del “Diario español de Alhucemas”; apud DAE, 217-9.