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Al-qalb - Corazón, el que da Vueltas

 

Jean Lauand
Prof. Titular FEUSP
IJI-Universidade do Porto
jeanlaua@usp.br
(traducción al castellano de Tatiana Rios)

 

El corazón humano – según la tradición semita – es un girador. Una primera sugerencia contenida en esta caracterización es la de que el hombre, frívolo e inconstante en su núcleo profundo, voltea de acá para allá, oscilando al sabor de caprichos e impulsos repentinos [1] .

Si para nosotros ese girar está relacionado a la anormalidad, para la tradición semita no: la oscilación es la condición normal del centro radical de la persona: su corazón. La lengua árabe profundiza todavía más. En ella, literalmente, la palabra para corazón, qalb, significa girador; el verbo qalaba es girar. Y un antiguo y proverbial verso dice incisivamente:

Wa ma sumya al-qalbu qalban illa liann yataqalabu...:
(el corazón / girador ha sido llamado de girador porque... él gira).

En la tradición musulmana (y especialmente para los sufíes), Dios es el “girador (transformador) de los corazones” (muqallibu al-qulûb), como dice el Corán: “...el día en que los corazones (al-qulûb) sean girados (tataqallab)” (24, 37; cfr. también 18,18). Y en un hadith, dice el Profeta: “El corazón está siempre entre dos dedos del Misericordioso que lo hace girar como Él quiere”. Y Luce López-Baralt muestra que la imagen del alma como pozo (y la rueda que da vueltas para sacar agua), clásica en la mística musulmana, que por la qalaba (giro; qalb es también transmutación) refleja Dios y se transmuta en Él, reaparece en San Juan de la Cruz, que habla del “pozo de aguas vivas” etc. [2]  

Para los occidentales, es frecuente la observación que la condición “normal” del hombre está un poco desreglada (Guimarães Rosa) y que su brújula, el corazón, no sosiega:

The heart is like the sky, a part of heaven,
But changes night and day, too, like the sky [3]

Aún sin la asociación impuesta por la lengua (como ocurre en el árabe), nuestros poetas, una y otra vez, señalan esa característica “giratoria” del corazón.

Así, en la Autopsicografía, después de una descripción incomparable de los vaivenes y giros que sufre el poeta, Fernando Pessoa concluye:

E assim nas calhas de roda
Gira, a entreter a razão,
Esse comboio de corda
Que se chama coração

Y en Roda Viva de Chico Buarque:

Roda mundo, roda-gigante
Roda-moinho, roda pião
O tempo rodou num instante
Nas voltas do meu coração

Y en una sorprendente coincidencia con el espíritu de la lengua árabe, dice la canción de Kleiton y Kledir:

Ah! Vira, virou
Meu coração navegador
Ah! Gira, girou
Essa galera

En la obra de García Lorca encontramos todo un poema dedicado al corazón-girador.

Ya el título es infinitamente sugerente: “Veleta”, que significa metafóricamente “persona inconstante y mudable”. El poeta, desolado, dialoga con los vientos: todos llegaron muy tarde y la “veleta” debe, al fin, girar sin vientos...

Las cosas que se van no
vuelven nunca,
todo el mundo lo sabe,
y entre el claro gentío de
los vientos
es inútil quejarse.
¿Verdad, chopo, maestro
de la brisa?
¡Es inútil quejarse!
Sin ningún viento
¡hazme caso!
gira, corazón;
gira, corazón.

Y en otro poema de García Lorca – “Otro Sueño” –, el corazón voltea, lleno de tedio, como en un tiovivo en el que la muerte juega con sus hijuelos:

Hay floraciones de rocío
sobre mi sueño,
y mi corazón da vueltas
lleno de tedio,
como un tiovivo en que
la Muerte
pasea a sus hijuelos

Y de Neruda es el verso: “mi corazón da vueltas como un volante loco” (Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 11).

La poetisa francesa Marie Mélisou, que también se refiere (en el poema “Désordre de pétales blancs”) al girar del corazón:

si mon coeur tourne
chaque instant pensées
dansent

llega incluso a considerar (en “Signal de l'écriture”) las palabras de la poesía “sismógrafo del corazón”:

on n'écrit pas seulement
avec des mots
seismographe du coeur

El Concilio Vaticano II indica las razones de esa instabilidad del corazón: “En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.” (Const. past. sobre la Iglesia en el Mundo Contemporáneo Gaudium et Spes, 10).

Más allá de las disfunciones y de los locos giros, el corazón puede también dar las vueltas justas y, como un giroscopio, puede incluso mantener invariable el eje de la dirección de la vida, volverse para el bien o para el mal... Así, Dante habla del feliz concurso de todos los estímulos que pueden hacer el corazón volverse para Dios (Par. XXVI, 55-57):

che posson far lo cor
volgere a Dio,
a la mia caritate son
concorsi

y dejar el amor perverso (l’amor torto, 62). Y, en la Biblia, son frecuentes las expresiones “dureza de corazón”, “endurecer el corazón”, para referirse a la opción firme por el mal.

En la Biblia, la palabra corazón (/ones) aparece casi mil veces. En muchos casos relacionada a conceptos de “giro”, como volverse, convertirse etc. [4] Así, por ejemplo: 1 Sam 7, 3: “Si os volvéis (revertimini) a Yavé con todo vuestro corazón...”; 2 Sam 19, 15: “Entonces se inclinó (inclinavit) el corazón de todos los hombres como un solo hombre...”; 1 Rey 12, 27: “el corazón de este pueblo se volverá (convertetur) a su señor...”; 2 Cron 36, 13:  “se obstinó en su corazón, en vez de volverse (reverteretur) a Yavé”; Jl 2, 12 “Volved (convertimini) a mí con todo corazón...”; etc. La Biblia habla incluso del corazón de Dios: en algunos pasajes, para antropomórficamente, señalar cambio de sus designios: “Se arrepintió, pues, de haber creado al hombre, y se indignó en su corazón.” (Gn 6, 6); en otros, para señalar determinación irreversible, como cuando, ante el holocausto ofrecido por Noé, “Yavé dijo en su corazón: ‘Nunca más volveré a maldecir a la tierra por causa del hombre...’” (Gn 8, 21). Pero la gran revelación sobre el corazón de Dios y su misericordia está en el Evangelio: además de las cualidades expresamente asociadas al corazón [5] el Evangelio propone una revolución, cuando Jesús presenta su corazón como paradigma, en aquella célebre sentencia: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29).

Esa sentencia pretende ser una revelación del amor y de la misericordia de Dios: no es irrelevante el hecho de que ella viene como conclusión de un discurso en el cual Cristo habla precisamente del hecho de que es por Él que uno conoce al Padre (cfr. Mt 11, 27). En esa sentencia se expresa superlativamente la forma de la promesa del mismo Dios por el profeta Ezequiel: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” (Ez 36, 26).. Esta misma contraposición carne / piedra es citada por el apóstol Pablo: “Sois una carta de Cristo ... escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; carta no grabada en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor 3, 3).

Se trata de una revolución infinita de amor y misericordia, que se expresa en el “Habéis oído que se dijo a los antepasados: ... Pero yo os digo: ... ”; en las bienaventuranzas; en la parábola del samaritano, en las bodas de Caná; en la parábola del hijo pródigo; en aquello de “tus pecados son perdonados”; en el “arroje la primera piedra”; en el “setenta veces siete”; en el “cuando hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis”; en la parábola del fariseo y del publicano; en la resurrección de Lázaro; en la oración en el Huerto; en la última cena; en el “Amigo ¿a lo que estás aquí?, dirigido a Judas; en la cruz...

De todas las características de ese corazón, la que más importa destacar en nuestro tiempo, por contraste, es la de la misericordia: Dios se vuelve para el sufridor y para el miserable.

De hecho, la Encíclica Dives in Misericordia hace el terrible diagnóstico: “La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de « misericordia » parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado.(14) Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia.” (Dives in misericordia, 2).

Siguiendo la misma encíclica, la misericordia en la tradición judaica es descrita por diversos términos: hesed, que indica una actitud de bondad y que, cuando se establece entre dos personas, pasa a significar también compromiso de fidelidad: tal como en la Alianza de Dios con Israel. Y la fidelidad de Dios a sí mismo (aún ante la infidelidad de Israel): hesed we’emet es una unión de dos términos coordinados: fidelidad y verdad (fidelidad es verdad): “no es por vosotros que hago esto, casa de Israel, sino por mi santo Nombre” (Ez 36,22). Este tipo de misericordia es una característica más bien masculina. La Biblia habla también de hamal, originariamente la misericordia de “ahorrar la vida (del enemigo derrotado)”, pero que también significa, en general, “manifestar piedad y compasión” y, por consiguiente, perdón y remisión de la culpa. En tanto, el término hus expresa igualmente piedad y compasión, pero eso sobre todo en sentido afectivo. Es oportuno todavía recordar el ya mencionado vocablo emet, que significa: en primer lugar “solidez, seguridad” (en el griego de los Setenta, “verdad”); y también “fidelidad”; y de esta manera parece relacionarse con el contenido semántico propio del termino hesed.

Pero en Dios – prosigue el análisis de Juan Pablo II – hay también la misericordia rahamim, que ya por la propia raíz denota el amor de la madre (rehem = seno materno). Del vínculo más profundo y originario, más bien, de la unidad que une la madre al hijo, brota una particular relación con él, un amor singular. De este amor se puede decir que es totalmente gratuito, no fruto de mérito, y que, bajo ese aspecto, constituye una necesidad interior: es una exigencia del corazón. Es una variante casi “femenina” de la fidelidad masculina para sí mismo, expresada por el hesed. hesed. Sobre ese trasfondo psicológico, rahamim engendra una escala de sentimientos, entre los que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir, la disposición a perdonar. El Antiguo Testamento atribuye al Señor precisamente esos caracteres, cuando habla de él sirviéndose del término rahamim. Leemos en Isaías: « ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su mamoncillo, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría » (Is 49, 15). Este amor, fiel e invencible gracias a la misteriosa fuerza de la maternidad, se expresa en los texos véterotestamentarios de diversos modos: ya sea como salvación de los peligros, especialmente de los enemigos, ya sea también como perdón de los pecados —respecto de cada individuo así como también de todo Israel— y, finalmente, en la prontitud para cumplir la promesa y la esperanza (escatológicas), no obstante la infidelidad humana, como leemos en Oseas: « Yo curaré su rebeldía y los amaré generosamente » (Os 14, 5).

Hay, por lo tanto, una dimensión maternal en el corazón de Dios. De ahí que la Dives in Misericordia concluya (V, 9), hablando también del amor y de la misericordia incondicionalmente maternales del corazón de María: “Precisamente, en este amor « misericordioso », manifestado ante todo en contacto con el mal moral y físico, participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado —participaba María—. En ella y por ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre

En un mundo dominado por la indiferencia y por la crueldad, el llamamiento (¿o será más bien un alerta...?) del Maestro – “aprended de Mí” – y la serena ponderación del corazón de la Madre se vuelven urgentes. Proponen el gran giro del corazón humano, que sólo ocurrirá (la misma Biblia lo advierte...) si se cumple, como condición previa, el buen funcionamiento de un otro órgano: el oído: “Por más que oigan, no entenderán; este es un pueblo de conciencia endurecida” (Mt 13, 14-15)!



[1] En el portugués de Brasil - sobre todo en el argot brasileño - el giro está relacionado a disfunciones y desvaríos: gira es la persona de poco juicio, que ha perdido la razón; y es lo mismo que biruta, originariamente el cono de tela que en los aeropuertos gira para indicar los vientos. Otro insulto, babaca, (argot brasileño para tonto) remite en su origen al verbo guaraní babak, girar.

[3] Lord Byron Don Juan (al final del “Canto the Second”).

[4] He realizado las investigaciones de búsqueda por el programa DEBORA-Microbible, Bíblia de Jerusalén, Promotion Biblique et Informatique, CIB - Maredsous, Belgique, 1990. Programa FindIT, da Marpex, Ontario, 1992.

[5] Como: los limpios de corazón (Mt 5, 8); “donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21); “piensan mal en el corazón” (Mt 9, 4); “la boca habla de lo que rebosa del corazón” (Mt 12, 34); la palabra de Dios sembrada en el corazón (Mt 13, 19); lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que hace impura a la persona (Mt 15, 18); del corazón proceden las malas acciones (Mt 15, 19); perdonar de corazón al hermano (Mt 18, 35); María meditaba en su corazón (Lc 2, 19); lentos son sus corazones para creer (Lc 24, 25); el corazón arde (Lc 24, 32); se endurece (Jo 12, 40); etc.