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Manuel Enrique Ferrero Hernández
miratur facilisque oculos fert omnia circum
Aeneas, capiturque locis et singula laetus
exquiritque auditque virum monimenta priorum.
Virgilio, Aen. VIII, 310-312 vv.

Por dondequiera que viaje me hiere Grecia.
G. Séferis

 

1. Introducción.

El trabajo que presentamos es el resultado de la lectura de la poesía de Antonio Colinas (1946). La aproximación a la obra de este autor se remonta años atrás en que nuestra afición por la poesía encontró esta producción literaria de enormes sugerencias que invitaba, además, a una pausada reflexión. No es azar, por lo tanto, el hecho de que presentemos en esta ocasión una serie de observaciones en lo concerniente a la influencia de la mitología clásica en su obra.

Toda introducción debería señalar los límites de un trabajo y dibujar las generalidades del mismo. Nuestra indagación y nuestra búsqueda de datos que nos permitan presentar grosso modo la obra y características del quehacer de Antonio Colinas ha resultado infructuosa dada la escasez de bibliografía que poseemos al respecto. Nos ha sido imposible acudir a  fuentes documentales profusas sobre la vida y obra de este autor. Tan sólo hemos disfrutado de la información más bien sucinta de los manuales de historia de la literatura española al uso.

Son varias las obras de este autor. Su trayectoria poética se extiende desde la aparición de su primer volumen de poesía titulado Poemas de la tierra y de la sangre (1967) hasta el titulado Córdoba adolescente (1997). Ha publicado también ensayos y traducciones. Nosotros aquí analizamos la obra poética titulada Truenos y flautas en un templo (1968-1970). Es evidente que no aislamos ni ignoramos el resto de su obra. Para su lectura hemos seguido la antología que lleva por título El río de sombra. Poesía (1967-1990) editada por el propio autor en la colección Visor de poesía en Madrid (1994). Para la lectura de Los silencios de fuego seguimos la edición de Tusquets (1992) y también hemos hecho la lectura del Libro de la mansedumbre editado por Tusquets  (1997).

Para los conocedores de la literatura española más reciente, el encuentro con referencias clásicas, entre ellas las mitológicas, es un hecho un tanto frecuente que de alguna manera renueva el campo ya conocido y lo prepara para una nueva experimentación y lectura. Se asegura, así pues, la pervivencia no sólo del mito sino también de la propia literatura clásica griega y latina[1]. Esta tendencia es muy perceptible en los poetas llamados “culturalistas” entre los cuales podemos nombrar, además del ya citado, a Jaime Siles, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Guillermo Carnero, Jenaro Talens, etc[2].

En poetas posteriores esta tendencia parece transformarse. Como precisa Cano Ballesta, J. en un artículo abajo citado, existe una determinación clara por parte de estos poetas de la última década a trasladar e identificar el mito clásico con experiencias personales e intimistas[3].

Pues bien, Antonio Colinas pertenece a esa pléyade de hacedores o creadores “novísimos” (tal es el significado primero del término poeta) que acude al mundo destruido de forma irreparable por el tiempo pero vivo aún en el legado de occidente. Poetas que han sido tachados de idealistas[4] y que reconstruyen, en parte, en su poesía los cimientos de un pasado clásico en ruinas. Sin duda, en su labor se vislumbra la lectura y la tarea de aprendizaje de los escritores antiguos, poetas y filósofos; actitud que recuerda a  la de Zenón de Citio después de acudir al oráculo de Delfos para indagar sobre cómo convertirse en sabio. Estos poetas son también sabios y comparten “el color de los muertos”.

La poesía de Antonio Colinas produce en el lector una agradable sensación muy cercana a la del inicio de un viaje en que el tiempo no parece transcurrir, de un viaje humano, sensible y delicado sobre un lienzo en que se dibujan trazos esbeltos y armoniosos que exigen una lectura detenida. En particular, nosotros queremos mostrar su rehacer el mito y su plasmación en el verso. Con este fin, nuestra lectura de sus poemas ha sido hecha como el propio Colinas confiesa haberla hecho en el poema inicial dedicado a Boris Pasternak del libro Los silencios de fuego:

                        “… Solamente entreabro de tus libros las páginas

                        y leo como entonces yo leía

                        tus cuentos, tus poemas, tu novela:

                        despacio, muy despacio,

                        mientras fuera es invierno.”

¿Qué aporta la mitología clásica a la obra de este autor leonés? La curiosidad y la atracción por el pasado legendario, por el mito, son casi constantes en todas las épocas. En Antonio Colinas, los críticos han destacado  los temas de evocación clasicista, su regusto por lo clásico y por la decadencia material del pasado[5]. Es un poeta de la estética y de la meditación[6]. Su poesía se crea con un halo místico, señal que revela su anexión incondicional al pasado[7]. Es tratado, por otra parte, como un poeta alejado del barroquismo y, dentro de los de su grupo, si podemos decir así, es el que más apego guarda con la tradición que remonta a la Antigüedad Clásica, al Renacimiento y al Romanticismo[8].

Sin gran reivindicación ni pomposos sellos poéticos, la voz del poeta nos introduce en los vericuetos de su mensaje para descubrir lentamente su simpatía, a veces su empatía, por lo mediterráneo, por lo helénico y por lo latino[9]. En este sentido, rehuye interpretaciones[10] de los mitos y trata de acercarse al elemento originario que los engendró. El mito llega a ser una fe poética inquebrantable.

2. Truenos y flautas en un templo (1968-1970)

El trabajo de nuestro poeta guarda pinceladas clásicas en muchas ocasiones. Su experiencia espiritual se encuentra en poemas como Truenos y flautas en un templo:

                        Cuando mis pasos cruzan las estancias vacías

                        todo el templo resuena como una oscura cítara.

                        Oh mármol, si pudieras hablar cuántos secretos

                        podrías revelarnos. ¿Hubo sangre corriendo

                        sobre tu nieve dura? ¿Hubo besos y risas

                        o sólo heridos pájaros debajo de las cúpulas?

Son muchas las reminiscencias de este poema. Para empezar, nos encontramos con una evocación del paisaje y del escenario antiguo, de la vitalidad de la ruina entre luces que se antojan homéricas[11]:

                        Vosotras las antorchas de los amaneceres

La imagen es muy renacentista y, de hecho, así es representada la divinidad de la Aurora por algunos mitógrafos de esa época[12]. Su luz, recuerda el poeta, iluminó escenas heroicas e históricas, sorprendía a los que disfrutaban del epicúreo don del simposio:

                        ¿Y el vino derramado, …

                        qué podría decirnos que no fuese locura[13]?

A modo de consecuencia el poeta recuerda otro concepto imperecedero: el amor. Al leer el verso:

                        El amor hizo estragos en la firmeza humana

No podemos olvidarnos de traer aquí aquellos pasajes de Safo[14], Anacreonte[15], Arquíloco[16], Plauto[17], Catulo[18], Propercio[19] y los Carmina Burana[20] entre otros testimonios.

En este primer poema que comentamos, se recoge otro tema perenne en la poesía de A. Colinas: la piedra:

                        Hoy el otoño sube muy lento por las rocas

La piedra, las ruinas son los huesos de una historia aún viva; es el paraje en que el poeta ampara su progresivo aprendizaje. La piedra es luz que ilumina sus versos como demuestra en el poema que lleva por revelador título Castra Petavonium perteneciente al libro Sepulcro en Tarquinia:

                        cielo arrasado

                        con heces de naranjas

                        y láminas de plata ennegrecida,

                        el poco sol de invierno está en tu ojo, hermano,

                        arde, arde, nos coronan las piedras y las águilas,

                        castro áureo: campamento de sueños rojos,

                        y pasaban rebaños al ocaso

                        (miel de jara en mis labios, humo bravo, leche violenta)

                        Petavonium: …

El aprendizaje culmina cuando el poeta identifica el pasado legendario con el momento cotidiano y lanza ambos estadios a las cumbres de la poesía. En este mismo poema, en III, titulado A la salida del campamento la calzada cruza un desfiladero, encontramos esta identidad antes aludida:

                        siempre amé este lugar donde las bestias

                        frotaban sus pezuñas en las losas

                        y la hierba brotaba tiernamente

                        el tiempo no ha borrado la calzada

                        que cruzaba estas rocas ya sin signos,

La llegada y aparición de los dioses entre las palabras del poeta se remontan al poema titulado Espeso otoño del libro que comentamos en este artículo Truenos y flautas en un templo. Allí la voz poética halla la  imagen del entusiasmo amoroso:

                        …un viento como un dios nos acaricia,

                        penetra en nuestras venas como un vino,

                        llena de brasas todo el corazón.

                        Hay en el aire un trino que no acaba

                        cuando en el césped ruedo enajenado,

                        me embriago de perfumes, reconozco

                         y acepto la locura de este otoño.

Resulta revelador encontrar en este pasaje conceptos relacionados como el viento y el amor como hizo por ejemplo Safo cuando nos habla de su pasión en 47 L.- P. Íbico nos describe de forma semejante los efectos del amor en 5 P. Ovidio en Ars amatoria (vv. 687-697) con el exemplum de Procris y Céfalo nos invita a contemplar el paisaje que envuelve a nuestro poeta con especial referencia a este recurso. El viento es protagonista, es el motor de la pasión amorosa también en poemas como los Carmina Cantabrigensia (poema 38).

En el poema hay una confesión de amor elevado e incandescente que el poeta define como brasas. Esta asociación es antigua y ya Alcmán (PMG) 44[21] la usa :

                        Eros de nuevo, por voluntad de la chipriota,

                        inundándome dulce, mi corazón llena de calor.

Ciertamente el poema de A. Colinas es un compendio de tópicos de la poesía amorosa. La locura[22] es otro de estos efectos de los que nos hablan los poetas antiguos. En un paisaje de otoño, el anhelo del poeta es revivir una sempiterna entrega; es lo que describe en el poema I del libro que titula Preludios a una noche total (1969):

                        Y los bosques de otoño

                        en fuego han de trocarse:

                        “cuando llegó el otoño, nacimos al amor”

Lo curioso y lo original del poema es disociar conceptos como amor - primavera que aparecen siempre de la mano en estos contextos poéticos y así lo atestiguan varios ejemplos[23]. La alusión a Venus al final del poema resulta casi inevitable:

                        En el templo de Venus una virgen

                        ha desgarrado sus vestidos pálidos,

                        corre entre las columnas desolada.

            Recordemos que Anacreonte llama a esta diosa:

                        púrpura Afrodita  12 P.

Y en Pervigilium Veneris se lee en vv. 4:

                        Ella pinta la estación de púrpura con gemas en flor.

¿Está planteando aquí el poeta una relación cromática Venus - otoño? Él mismo, llevado por el entusiasmo, se pregunta en una ocasión:

                        ¿Dónde el misterio, dónde la secreta

                        mano que va tejiendo esta estación?

A la diosa, no olvidemos, según los versos del Himno homérico VI , las Horas la vistieron de oro.El poeta no olvida, por otra parte, el séquito de la diosa:

                        Llueven racimos, pétalos, palomas.

Para concluir, este poema reaviva estas imágenes clásicas con un verso que reafirma su carácter ecléctico:

                        (Todo mi cuerpo dulcemente herido)[24]

Nos encontramos con un poeta deudor de una tradición imperecedera y, para demostrarnos que él se encuentra en esta tradición secular, nos brinda un testimonio repleto de sabiduría poética y de estímulos para los lectores de la literatura clásica griega y latina. Este derroche irrefrenable, en que el mito no puede aislarse de lo literario y de lo poético, en particular, se manifiesta de nuevo en el siguiente poema que comentamos de este libro y que lleva por título Homenaje a Poussin[25]:

                        A la caza galopa Meleagro.

                                                …

                        Las puntas de las lanzas: con rocío.

                        Bajo los ojos muertos de Diana

                        Pasan como una tromba los guerreros

                                                …

Hallamos en este poema el fragor bélico y el estremecimiento de la caza del jabalí de Calidón[26] en una descripción entrecortada, como jadeante, sin respiro. El mito se convierte en epopeya de breves versos, casi un epilio. Meleagro, al frente, en posición central del poema, protagoniza la acción:

A la caza galopa Meleagro

Aquí tenemos al Meleagro servidor de Ares[27] ante la atenta mirada final, que todo lo domina, de Ártemis/Diana[28]. La diosa soberana de las bestias[29], hija de Leto y hermana de Apolo[30]. Es sin duda la misma diosa la que estremece la escena, capacidad que revela el Himno Homérico XXVII 6-9 vv.. Así cuando el poeta nos dice:

                        Suena como un tambor la tierra fértil.

La sensibilidad queda aquí reflejada como un don en este poeta. Nos transmite un ansia infinita por mezclarse en la obra pictórica hasta tal punto que diríase que él mismo sale del cuadro para estimular nuestra contemplación. Esta será una constante en su obra. En la obra titulada Los silencios de fuego, el poema  En el museo manifiesta ese deseo de fundirse en pintura y gozar en mística pictórica para, como dice:

                        No existir, mas durar en las miradas

                        de cada visitante del museo.

Un poema siguiente al de Homenaje a Poussin que lleva por título Friso antiguo nos deja sentir algo semejante a una oración o acto de fe que caracterizará otros poemas posteriores:

                        Añoso olivo plateado, hachón ceremonioso

                        donde viene la brisa y saborea.

                        Ay templo de Poseidón, melancolía

                        profunda junto al mar

¿Qué templo de Poseidón es el que evoca nuestro poeta? Dejemos que prosiga el poema:

                        Mar endiosado, bodega azul celeste, desnudez.

                        Y en los pinos rabiosos

                        pájaros embriagados por la luz,

                        la adolescencia de la noche.

                                                …

                        Sobre la tumba de los leopardos está inscrita

                        aciaga historia en los hayedos,

                        el sueño de una corza perseguida,

                        la ponzoña en las astas.

                        Ay templo de Poseidón,…

Poseidón es el dios que guarda esta morada que es el mar. Es un dios estremecedor de la tierra y de los mares como atestigua Homero en Il. VII, 444 vv. Recibe otros atributos próximos a este anterior como en Il. VIII, 440 vv. Se le nombra también como señor y dominador en Il. XV, 158 vv. Homero habla de él también como estremecedor de las tierrasen Il. XX, 34 vv.[31] Estas referencias son las que llegan a Hesíodo en la Teogonía y las que aparecen también en el Himno homérico XXII. Dios por otra parte elogiado en numerosos cantos como el que recoge Adrados en (PMG 939):

Oh el más excelso de los dioses, marinero, tridente de oro, Posidón que abrazas la tierra …  

El dios del “mar endiosado, bodega azul …” aquí de nuevo recordado, traído a la memoria de un poeta, recibe una plegaria en torno a la luz de un templo que deslumbra al vidente. Tremendo el paralelismo entre este poema y el poema IX del libro Noche más allá de la noche:

                        Confirmación de que algo divino hay en nosotros

                        fue el verte y comprobar que no eres el osario

                        de la Historia o una lección de arquitectura,

                        sino la geometría del alma, un soberbio

                        Torbellino de mármol en el centro del mundo.

                        Por ti renunció el hombre a vagar por el ponto

                        Y abandonó las islas de Calipso y sus ninfas,

                                                            …

                        Y perdí el sentido asomado a la sima

Sin nombrar el templo (quizá el de Poseidón en cabo Sunion) el poeta se estremece ante la contemplación de la belleza armónica de un hogar divino griego. El tono romántico alcanza aquí un elevado grado de expresión y resplandece a causa de la luz encontrada en aquel tiempo que los dioses observaban. No importa tanto averiguar con exactitud la referencia exacta del dios titular  de este templo que es torbellino de mármol en el centro del mundo como la propia vivencia del que contempla entusiasmado la realidad de una creencia y de un mito. En estos poemas recibimos los lectores presencias y entidades revividas sobre los restos, que son más que simples piedras, de una civilización antigua, roída por el tiempo pero aún triunfante. La resurrección del mito es protagonista en estos versos que hemos repasado. Esta es la empresa de nuestro poeta: vivir un incesante regreso para encontrar su verdadero espíritu.

3. Conclusiones

A. Colinas demuestra que la literatura clásica y sus mitos son inmarcesibles y nos acerca, en su poesía, a una temática mística y aleccionadora. Bebe el poeta con entusiasmo de la fuente homérica y de los cauces que de ella nacieron y asimila con particular actitud las figuras míticas que nos brinda. Sin duda nos hallamos ante un poeta clásico que se sumerge en las profundidades de un mar que es vida. Persiste esta pasión en  poemas del Libro de la mansedumbre, como La llama:

                                    Me enciendo por pasadas plenitudes

                                    y por estas presentes enmudezco.

                                    Lloro por tener cerca una mujer,

                                    Por el agua de un monte

                                    Que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;

No hay renuncia a la inspiración mediterránea, como en Fe de vida:

                                    Esperar junto a este mar (en el que murieron las ideas)

                                    sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas).

En sus libros somos pasajeros hacia un tiempo en que el mito era algo más que un prestigioso recurso literario, que, por otra parte, él mismo fertiliza con su palabra. Sus poemas son testimonio de un tiempo en que, como dice J. Llamazares[32]:

                                    … hubo un dios por cada hombre sobre

                                    la tierra.

4.  Bibliografía

Ediciones de los poemas de A. Colinas.

COLINAS, A. Astrolabio. Madrid, Ed. Visor, 1979.

El río de sombra. Poesía (1967-1990). Madrid, Ed. Visor, 1994.

Los silencios de fuego. Barcelona, Ed. Tusquets, 1992.

Libro de la mansedumbre.  Barcelona, ed. Tusquets, 1997.

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Sobre la poesía de A. Colinas.

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G. MORAL, C. y PEREDA, R.M. Joven poesía española. Madrid, Ed. Cátedra, 1993.

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Mitología.

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LLAMAZARES, J. La lentitud de los bueyes. Memoria de la nieve. Madrid, Ed. Hiperión, 1997.



[1] GIL, L. Transmisión mítica. Barcelona, ed. Planeta, 1975. passim. En este sentido también se pronuncia GARCÍA GUAL, C. “algo esencial al mismo proceso poético donde todo recuento es a la vez recreación”. En  Introducción a la mitología. Madrid, 1992, pp. 66-67. Y también afirma: “los mitos griegos son para nosotros, …, los más familiares, aunque ya sean sólo temas y motivos literarios transmitidos por una larga tradición de notorio y secular prestigio.” En Diccionario de mitos. Barcelona, ed. Planeta, 1997, pp. 11.

[2] PALOMERO, M. J. señala el humanismo como vínculo general de estos poetas. Simultáneamente, asegura, este humanismo se conjuga con las diferentes posturas que estos mismos autores adoptan ante la poesía en sí. En Poesía de los 70. Antología. Madrid, ed. Hiperión, 1987, pp. 22 y ss.

[3] CANO BALLESTA, J. “Poesía de la experiencia y mitos helénicos”. Insula (620-621) agosto- septiembre, 1998, pp. 16-18, p. 16 et passim.

[4] MORAL, G. y PEREDA, R. M. Joven poesía española. Madrid, ed. Cátedra, 1993, pp. 37.

[5] SANZ VILLANUEVA, S. “Los novísimos y otras actitudes renovadoras”. En Historia de la literatura española. S. XX. Literatura actual. Barcelona, ed. Ariel, 1984, pp. 438-453, p. 449.

[6] MIRÓ, E. “La poesía desde 1936. Nuevos poetas, “novísimos”, poesía última”. En DÍEZ BORQUE, J. M. (coord.) Historia de la literatura española. Tomo IV. El siglo XX. Madrid, ed. Taurus, 1980, pp. 378.

[7] Es un poeta “neosimbolista”, carácter que es propio de la poesía de los 70 y 80, según GÓMEZ BEDATE, P. “La poesía española de postguerra (1940-1970). En A.A. V.V. Historia de la literatura española. Vol. II. Desde el s. XVIII hasta nuestros días. Madrid, ed. Cátedra, 1990, pp. 1205-1226, pp. 1220 y 1224.    

[8] GARCÍA MARTÍN, J. L. “La poesía”. DARÍO VILLANUEVA Y OTROS. Los nuevos nombres. En RICO, F. (ed.) Historia y crítica de la literatura española. Vol. 9. Madrid, ed. Crítica, 1992, pp. 94-151. Sobre Antonio Colinas, pp. 100-101.

[9] El propio poeta en nota preliminar a la edición de Astrolabio ( Madrid, ed. Visor, 1979) nos dice: “el lector acaso pueda encontrar… los problemas de siempre: el ya citado vacío astral, la intemporalidad de la materia, la fatalidad, el amor, la muerte, la capacidad del sueño, la luz que aún asciende para nuestro equilibrio del mar latino …”.

[10] La presencia del mito en su poesía no parece obedecer a ninguna de las interpretaciones de los mitos que bien analiza RUIZ DE ELVIRA, A. En Mitología clásica. Madrid, ed. Gredos, 1982, pp. 13-20.

[11] Traigamos aquí los versos de Homero (citamos ediciones de autores antiguos en Bibliografía):   

   Il. II, 48 vv. ; Il. VIII, 1 vv.;Il. XI, 1-2 vv. y Od. V, 1-2 vv.;Il. XXIV, 788 vv.; Od. II, 1 vv; III, 404 vv.; IV, 306 vv.; V, 228 vv.; VIII, 1 vv.; IX, 152 vv.; IX, 307 vv.; XII, 8 vv.; XV, 189 vv.; XVII, 1 vv.; XIX, 428 vv.

[12] CARTARI, por ejemplo, en Las imágenes de los Dioses (1556) dice: “Algunos… le ponen en la mano una antorcha encendida”. En SEZNEC, J. “El influjo de los Manuales (de Mitología)” en Los dioses de la Antigüedad en la Edad Media y en el Renacimiento. Madrid, ed. Taurus, 1983, pp. 227-263.

[13] Se evocan aquí los tópicos del vino. Alceo cantó el poder transformador del vino en varios versos: 55 Reinach; 62 Reinach; 63 Reinach; 73 Reinach y 95 Reinach. Horacio en Carm. I, 37; II, 3, 13-16 vv.; II, 7,  25-29 vv.; II, 19, 5-8 vv.; III, 25, 17-20 vv.; IV, 12, 27-28 vv.

[14] 31 L. – P.

[15] 68 P.

[16] 58 D.; 104 D. y 112 D.

[17] Cist. 205 vv. y ss.

[18] LXXXV.

[19] I, 1, 4 vv. y  I, 1, 7 vv.

[20] Poema recogido con el número 103 en la antología de MARCOS CASQUERO y OROZ RETA citada en bibliografía.

[21] Cito por la edición y traducción de Adrados en la editorial Gredos. Es observable también en Carmina Rivipullensia 5, 4-6 vv. (en la edición de MORALEJO, cit. en bibliografía)

[22] Para Anacreonte (PMG 56): “Los dados de Eros son las locuras y las peleas. Es lo irracional del amor.”

[23] Safo:    2 L.-P. Catulo XLVI. Horacio Carm. I, 4.  Horacio llega a mencionar en una ocasión un otoño purpúreo en Carm. II, 5, 11-12 vv.

[24] Calco de lo expresado por Safo en 130 L. – P.

[25] La obra pictórica de Nicolás Poussin (1594-1665) se basa en  la búsqueda de equilibrio entre lo racional y lo irracional tomando como centro de la temática de sus cuadros los temas de la mitología griega y romana, además de los grandes temas bíblicos. Sus principios son el orden perfecto y la armonía de las imágenes, la musicalidad, conceptos que A. Colinas se propone conseguir también en sus versos. Es un pintor humanista en que el poeta se inspira para compartir con el lector la contemplación de uno de sus cuadros que nos ha sido imposible localizar. Las particularidades de este pintor se exponen en la obra de ZOLOTOV,Y. Maestros de la pintura mundial. Nicolás Poussin. Leningrado, Ed. de Artes Aurora, 1985.

[26] Este relato es tratado por Hesíodo en Eeas 25 y 280 vv.; Baquílides alude a él en Epin.93 vv. y ss.; del mismo modo Ovidio en Met. VIII, 270 vv. y ss. No podemos obviar tampoco las escenas que se conservan en el vaso François.

[27] Il. IX, 550 vv.

[28] Il. IX, 538 vv.

[29] Il. XXI, 470 vv.

[30] Hesíodo Teogonía, 918 vv.

[31] Od. I, 68 vv. y  VIII, 322 vv.

[32] LLAMAZARES, J. La lentitud de los bueyes. Memoria  de la nieve. Poema 11 de Memoria … Madrid, Ed. Hiperión, 1997.