Sobre el Tiempo Humano y la Educación

 

Genara Castillo
(Universidad de Piura)

 

Introducción

Que la temporalidad atraviesa nuestra vida humana es algo que en cierta manera es percibido por todos nosotros. Así, cuando se pregunta sobre los signos más característicos de la época que nos ha tocado vivir, se señala como una de sus características propias lo que podríamos llamar una cierta "aceleración del tiempo". Quizá uno de los retos más importantes de la educación, especialmente en los años que siguen, sea ayudar a enfrentarse con ese discurrir tan peculiar de nuestra temporalidad humana.

Sobre el tiempo se ha reflexionado y se ha escrito mucho a partir de ciencias diversas, desde las ciencias de la naturaleza hasta las ciencias humanas, como son la sicología, la historia, la economía, etc. En este breve artículo acotaremos el tema del tiempo humano relacionado con la Filosofía de la Educación, y no sólo porque el tiempo tiene que ver con la edad y las fases del desarrollo humano –asunto propio de la psicología evolutiva [1] –, sino también, enfocando el asunto filosóficamente, nos en-contramos que para el ser humano lo más propio es aprovechar el tiempo para crecer, lo cual es precisamente el propósito de toda la actividad educativa: ayudar a crecer.

Por otra parte, estamos inmersos en una cultura y en una civilización en la que, conscientemente o no, se parte de unas concepciones y valoraciones respecto del tiempo, que de alguna manera influyen sobre los educandos. Así por ejemplo, hay quienes sostienen que cualquier tiempo pasado fue mejor [2] y otros que consideran que lo más importante es el futuro. Enseñar a entender y valorar el tiempo en su justa dimensión comporta saber qué es el pasado, el presente y el futuro, y de acuerdo con ello encauzar sus acciones.

Esto es importante también en la medida en que gran parte de la tarea educativa consiste en hacer llegar a los educandos el saber y la experiencia acumulada a lo largo del tiempo. Así, si uno de los retos educativos que se presentan actualmente es lograr una adecuada asimilación de la tradición para evitar el desarraigo en medio de los cambios vertiginosos que se están dando en la era de la globalización, en que las jóvenes generaciones necesitan criterios claros para abrirse paso en medio de una ingente información, es conveniente que contemos con unas profundas convicciones respecto del pasado y del futuro.

Asimismo, otro de los retos con que nos encontramos en la actualidad es saber enfocar adecuadamente los logros de la actividad pragmática, que aunque conlleva configuraciones espaciales, supone articulaciones de tiempo humano muy interesantes. Siendo que ese ámbito pragmático ha sido, es y será cada vez más dominado por el desarrollo tecnológico, es importante ayudar a los educandos a que tengan la sabiduría de saber entenderlo en su justo significado medial. Si el tiempo está radicado en esas actividades mediales, hay que ayudar a trascender esa temporalidad humana y a saber organizar éticamente el tiempo respecto a un fin último que lo trascienda, de manera que aquellas no se conviertan en un fin en sí mismas [3] , lo cual tiene que empezar por entenderlas.

Por otra parte, aunque no vamos a entrar en temas de psicopatología, también señalaremos que actualmente se presentan formas angustiosas de vivir el tiempo, por ejemplo el famoso stress, fenómeno que se presenta inclusive en los niños, y que en general se ha llegado a definir como un mal propio de las grandes urbes [4] . Sin embargo, como dicen los versos de Hölderlin “Donde está el peligro, allí surge también la salvación”. Una adecuada concepción y articulación del tiempo humano es uno de los caminos que nos puede llevar a descubrir la libertad in statu nascens, y puede ayudar a abrirnos paso a través de esa temporalidad humana. Evidentemente, aunque no intentemos agotar la cuestión en este artículo, sí intentaremos presentar unas observaciones sobre el tiempo humano que nos ayuden a bosque-jar a partir de ellas horizontes bastante sugerentes en nuestra actividad educativa.

A través de esta corta intervención quisiéramos, en definitiva, referirnos a la manera de aprovechar el tiempo para crecer así como a la tarea educativa que comporta. Si la forma más alta de vivir es el crecimiento y lo propio del ser humano es que use el tiempo para crecer irrestrictamente [5] , trataremos de ir viendo en qué medida lo es y la gran tarea que la educación tiene en ese sentido.

El crecimiento humano como una forma de ganar tiempo.

La temporalidad es un carácter propio de nuestra vida humana. Como se sabe, ya desde el proceso de la embriogénesis, el ser humano se dedica a crecer, está dedicado a ganar tiempo, de modo que el tiempo no se disgrega lo articula de tal manera que le sirve para crecer. Así, todo el dinamismo del embrión que conlleva su multiplicación celular y su diferenciación está marcado por esa clave. Luego, al nacer, tiene que seguir completando el desarrollo, porque como sabemos, en cierta manera el ser humano nace prematuramente, por lo cual –y eso constituye una de las justificaciones de la educación– requiere ser ayudado en ese proceso de maduración, primero por los padres y luego por sus educadores [6] . En la medida en que ese tiempo esté bien articulado, el ser humano crece.

Ese crecimiento humano que tiene diferentes aspectos o niveles –orgánicos, sensibles, afectivos y espirituales–, que es paulatino –lo cual es uno de los signos de la excelencia y nobleza del educador–, está llamado a ser irrestricto, porque el ser humano gracias a su inteligencia y a su voluntad siempre puede crecer más.

Es conveniente tratar de tener siempre presente la índole irrestricta de ese crecimiento [7] . Ya desde la escuela materna los educadores tenemos una tarea muy interesante en lo que se podría llamar la educación de los sentidos internos como son la imaginación y la memoria y en el procurar la normalidad afectiva infantil. Esa tarea tiene que atravesar toda la educación básica o elemental hasta la educación media e incluso buena parte de la educación superior. [8]

No podemos detenernos ahora a exponer toda una antropología educativa; pero sí podemos tratar de profundizar cada vez más en lo que conlleva nuestra actividad educativa. Esto es parte del crecimiento intelectual irrestricto de los educadores. Por ejemplo, enseñar a un niño a saber mirar [9] , no es tarea de poca monta, por lo pronto señalaremos que requiere tener en cuenta el carácter sistémico de la naturaleza humana, ya que educar la atención para fijarse en lo más relevante, comporta enseñar a organizar aquellos datos más significativos –lo cual corre a cargo de la imaginación en sus primeros niveles– y que a su vez esto supone comparar y diferenciar, en un proceso en el que no sólo se articulan objetos y contenidos, sino también se establecen relaciones y valoraciones [10] .

La facultad imaginativa articula –también sistémicamente –el espacio y el tiempo. Por otra parte, esto es lo que va haciendo posible la actividad humana práctica desde sus niveles más incipientes. [11] En sus estadíos más altos la imaginación en su actividad representativa se tiene que enfrentar con la representación del tiempo y del espacio a través de las matemáticas, especialmente de la Geometría. Todavía mayor es el nivel de la imaginación en las actividades técnicas y operativas especializadas y en las actividades creativas, todo lo cual requiere de auténticos maestros.

En el fondo, lo que está en juego, desde el principio, es la característica de un verdadero maestro: el amor a la verdad [12] , que es lo que sostiene la actividad educativa y contribuye al crecimiento –irrestricto– del maestro en cuanto persona. No podemos detenernos ahora en este asunto, pero desde ya señalamos que no sólo la educación de la imaginación –que va desde las primeras letras, hasta, por ejemplo, las ciencias exactas como las matemáticas–, sino de todas las demás facultades humanas, tiene su gran motivo y motivación –asequible también de los alumnos– en ese amor apasionado y creciente de descubrir la realidad –también la humana– y de ayudar a los educandos a que ellos la descubran también.

Respecto al otro sentido interno que acompaña el discurso temporal del ser humano que es la memoria, tenemos que empezar recordando que podría haber algún educador que descarte prestarle atención por rechazo al memorismo, pero reconociendo el carácter vicioso de esto último, es necesario redescubrir esta facultad tan importante. La memoria tiene significado temporal. Gracias a ella podemos rescatar el pasado del olvido, podemos disponer de aquello que retiene la memoria y abrirnos a posibilidades nuevas.

Por medio de la memoria rescatamos el pasado del olvido, pero aquí lo decisivo es aprender a ver qué posibilidades se nos abren a partir de lo retenido en ella. Tenemos que empezar por darnos cuenta de la importancia de esa retención y de aquello que se retiene, pero no para quedarnos en el pasado, sino para desde aquello abrirnos al futuro. Esto supone saber descubrir en esas posibilidades las alternativas. El aprender a ver posibilidades y alternativas es un aprendizaje muy importante para la vida práctica, y lo será mucho más en los años venideros. Dentro de un plantea-miento de crecimiento irrestricto las verdaderas alternativas son aquellas que ayudan a crecer intelectual y volitivamente, a desarrollar lo mejor de uno mismo y de los demás. Así, se va articulando la conducta ética. Por ejemplo, a través de la memoria se aprende a valorar la experiencia: existen tiempos pasados valiosos, experiencias o aprendizajes que conviene guardar y hay otros que no. ¿Cómo se dispone de ellos? Reteniendo sólo aquellos que ayuden al desarrollo y perfeccionamiento humano y utilizándolos para abrir mayores posibilidades de crecimiento en ese sentido.

De esta manera se dispone del pasado, y no sólo se aprende a saber recordar y saber a olvidar, sino que lleva a hacer buen uso de él, y con este “saber disponer” apa-rece un don maravilloso que es la libertad humana. El saber disponer de los medios, entre ellos el pasado, conlleva un crecimiento de la libertad. Así pues, si el ser huma-no sabe disponer bien de lo retenido puede organizar su conducta práctica de manera que ese influjo del pasado en lo posterior sea de signo positivo [13] , lo emplee para crecer.

Lo que ha ido apareciendo es que la valoración acertada del ámbito medial humano solamente es posible en atención al crecimiento irrestricto, pero esto está muy relacionado con los fines, y aquí nos adentraremos a un ámbito más radical, para tratar de ver mejor la organización ética del tiempo humano. En esta línea empezaremos a bosquejar la relación de la actividad técnica con la libertad humana, la dimensión pragmática y ética de la vida humana. Quizá una manera directa de entender este asunto es partir de lo que significa el gasto del tiempo, ¿qué significa perder tiempo?, evidentemente no reponerlo, porque si se emplea en crecer entonces no se gasta porque se ha aprovechado de tal manera que su transcurso ha sido de alguna manera “capturado”, permanece, en el sujeto [14] .

Es difícil entender este asunto manteniendo la atención en su naturaleza dinámica y al mismo tiempo en la índole profunda, de su gran contenido. Por otra parte, explicar cómo sucede esto nos llevaría a una teoría de las facultades humanas, que está ausente en muchos planteamientos modernos. Por eso, una manera de abordar el asunto es salir al encuentro de la dinámica de los procesos tecnológicos, porque en las grandes tecnologías se puede apreciar un gasto de tiempo, en cuanto que gastan tiempo –especialmente en los procesos productivos de las grandes industrias– y reciclan muy poco. En general, en el ámbito medial, especialmente en la producción industrial sujeta a grandes tecnologías, la reposición sería la manera de hacer “rendir” el tiempo. En este sentido se usan algunos conceptos como los de amortización y los llamados índices de rotación en una empresa, que es una manera de medir la capacidad de amortización y de renovación tecnológica.

Una manera de “reponer” muy sugerente en ese sentido se podría dar a través de una correcta concepción del dinero. Si éste se entiende como trabajo potencial –que no se reduce a una burda medición relacionada con las horas de trabajo empleadas en producirlo–, sino que se le entiende como medio que contiene trabajo humano –que es más que el trabajo objetivo o material– que es un APORTE personal en vistas a mayores APORTACIONES.

De esta manera se articulan los medios con su fin. La finalidad de los medios es permitir al ser humano a abrirse a un crecimiento irrestricto y el uso de los medios se da en cuanto se descubre ese significado y se está dispuesto a seguir aportando, lo cual comporta crecer intelectual y volitivamente, porque la entrega personal es activa y pone en marcha nuestra inteligencia y voluntad para que ese aporte sea valioso.

Evidentemente, esto va en la línea de arrebatar el ámbito medial, que es bueno –ya que es requerido por la índole propia de la naturaleza humana que tiene una dimensión técnica y que es querido por Dios–, de planteamientos distorsionantes, para darle su justo lugar. La tarea educativa, que tiene que atender un aspecto social muy importante en el educando, tiene un reto en este sentido. Enseñar a ser buenos ciudadanos tiene que atender a esta radicalidad, la del aporte personal, que libremente “dispone” de los medios en vistas del perfeccionamiento –crecimiento irrestricto– propio y de los demás. De lo contrario es difícil entender por qué el trabajo humano –incluido el trabajo profesional– es un servicio, ya que la preponderancia de las concepciones pragmatistas, economicistas, individualistas, etc. son tales, y van tan en aumento, que si no se cultiva la inteligencia y la voluntad de los educandos en esa radicalidad es muy difícil que no cedan ante la avalancha de los medios o ante las actividades mediales propias y ajenas.

La vida social está tejida por los medios, pero éstos tienen que estar supeditados al crecimiento irrestricto, especialmente a esa gran finalidad: la del aporte libre y personal, por el que se manifiesta la entrega y la donación personal a las demás personas humanas y –si tenemos la fe cristiana– a las personas divinas, porque a Dios vamos no sólo a través de los medios, de la vida ordinaria entretejida temporalmente, de la vida social, del trabajo humano, etc., sino que a Él vamos con todo nuestro ser [15] .

Sin ese crecimiento irrestricto y sin ese sentido del aporte personal, la sociedad se va deteriorando paulatinamente. Entonces, el conectivo social ya no es la virtud –en el sentido de la areté griega–, es decir la vida virtuosa (que es la vida buena a que da lugar el crecimiento irrestricto), la que reúne lo mejor del ámbito medial –que no es sólo material, porque incluye además de los bienes materiales como son los productos necesarios para la subsistencia, el dinero, las empresas, las ciudades, las carreteras, etc., así como también las ideas, las ciencias, la tecnología, etc. – sino que alguno de estos medios pasan a tomar el lugar de la virtud y del bien vivir y se entrona supeditando malamente a todos los demás medios en una pretendida conexión social que es incapaz de sostener, no porque sea malo –ya hemos dicho que los medios son buenos en sí mismos– sino precisamente por su mismo carácter de medio humano. Uno de los medios que han tomado el lugar de la virtud y del crecimiento humano irrestricto es el dinero; sin embargo éste es insuficiente, es la actual medida de valor de los medios, pero no se puede pasar por alto que solamente es medio, por importante que sea no da de sí lo suficiente como para ser un conectivo social.

Como es obvio, el actual sistema de valoraciones de nuestra vida social tiene que volver a redescubrir la vida buena, pero quizá lo más adecuado sea hacerlo desde dentro mismo de los medios. Sin embargo, esto comporta una adecuada concepción de los medios y de la naturaleza humana, especialmente de sus facultades, de manera que los educandos se den cuenta de que con cada una de sus acciones no logran solamente unos resultados objetivos externos sino que los resultados de sus acciones humanas –libres– son internos, debido al peculiar carácter dinámico de sus facultades, por el cual –como decía Aristóteles– los actos redundan sobre sus principios, configurándolos nuevamente. Por tanto, no sólo hay un tiempo objetivo, por ejemplo, aquel en que discurre una actividad operativa –como la de un obrero o un técnico–, sino que “mientras tanto” hay una modificación interna del sujeto que lo realiza [16] , y esa modificación es de signo positivo o negativo en la medida en que contribuye al crecimiento irrestricto, espiritual, del sujeto. A través de la adquisición y ejercicio de virtudes es cómo el ser humano aporta a la sociedad. Aristóteles solía decir que el fin de la sociedad era la vida buena, la virtud, que es la mejor manera de articular el tiempo humano empleándolo para crecer irrestrictamente.

La secuencia temporal de la actividad o trabajo objetivo tiene a menudo una inflexibilidad propia de los procesos técnicos, y cada vez la va teniendo mayor en la medida en que aquellos procesos no son controlados por la libertad humana –la misma vida humana se ve en peligro de ser controlada por esos procesos mecánicos– [17] , pero la índole tan alta de nuestra libertad personal no tiene esa secuencia continua, puede saltarse el proceso mecánico de un artefacto, puede aprender a elegir entre diferentes medios lo que ayude a crecer, no está determinada técnicamente. Si es verdad que nuestro mundo no está todavía a merced de la técnica, nuestra libertad tiene que ser redescubierta cada vez más y dar un juego todavía mayor, irrestricto.

Sobreponer nuestra libertad a los medios, gestionarlos desde ella, aprender a descubrir posibilidades –verdaderas alternativas–, a decidir, etc. es tarea educativa en buena parte. Desde el planteamiento de crecimiento irrestricto y desde el aporte perso- nal hay que ayudar a los educandos a que descubran en ese ámbito medial en que se mueven las verdaderas alternativas, y que aprendan a rectificar la decisión para adecuarlaa la realidad –que no se reduce a los hechos– tanto externa como la de ellos mismos.

Precisamente en ese ejercicio de su libertad a ese nivel descubrirán que lo ético tiene carácter de alternativa; que las leyes positivas no se tienen que reducir a lo convencional o a los intereses de parte; que las leyes morales no son un código hecho por un neurótico sino que invocan la excelencia tan alta de la libertad; que la apertura al futuro la marcan los fines; que la manera de que el tiempo no “pase” –en el sentido de pasajero o de gastarse– es crecer, perfeccionarse, de manera que si el tiempo no se ha perdido se ha empleado en crecer; que la vida social requiere del aporte personal, de muchas iniciativas generosas y gozosas y que la clave de éstas es saber ver posibilidades, alternativas de perfeccionamiento humano; que hay que darle a la gente los medios –también la educación– para que pueda crecer; que la sabiduría práctica no está solamente en desempeñar roles –profesional, familiar, social– sino que consiste en ocuparse en crecer a través de ellos y en contribuir al crecimiento de los demás.



[1] Conviene tener en cuenta que hay una influencia de la personalidad en la vivencia del tiempo, y no sólo se refiere a que hay personas que son más "lentas" que otras que son más "rápidas", sino a que cada persona tiene un tiempo interior distinto –un modo de asimilar y organizar su propia experiencia– que aunque haya que ayudarle a saber hacerlo se tiene que empezar por respetarlo.

[2] Asunto muy importante es ayudar a los educandos a saber enfocar adecuadamente la tradición, para que la consideren abierta a posibilidades que hay que aprovechar para un mayor crecimiento, y no simplemente como algo estático o fijo.

[3] Dentro de este cometido se encuentra el entender el significado de los proyectos humanos y el saber encontrar sentido a la muerte, que es el término de nuestra temporalidad.

[4] Ese fenómeno pone ante nosotros una indicación importante: el sentido "local" del tiempo, ya que al parecer no se vive de igual manera ya se trate de la ciudad o el campo. Por otra parte, la educación rural tiene, como se sabe, retos muy peculiares, que comporta de manera peculiar un conocimiento profundo de las posibilidades que ese ámbito presenta.

[5] La tesis de que lo propio del ser humano es crecer irrestrictamente es muy antigua, la sostuvieron los filósofos griegos, especialmente Aristóteles, en fina continuidad con la mejor tradición socrática. Posteriormente ha sido recogida por la filosofía cristiana y de modo particular en nuestros días la ha retomado el filósofo Leonardo Polo quien tomándole la palabra a los filósofos clásicos ha realizado una empresa filosófica que se ha plasmado en muchas obras, como por ejemplo la Antropología Trascendental I: La Persona Humana –editada por Ed. Universidad de Navarra hace dos años– que contiene propuestas muy sugerentes en esa línea, y en general, a través de varios libros de estilo divulgativo como son: La persona humana y su crecimiento, La existencia cristiana –editadas también por EUNSA–, Ética –editada por la editorial AEDOS de Madrid, y el libro Quién es el hombre..., el cual tiene varias ediciones, española, italiana y peruana (esta última en la Universidad de Piura, el año 1993). Muchas de las ideas que aquí expondremos tienen su fuente y su inspiración en su generoso magisterio.

[6] Es pertinente advertir la importancia que ese proceso de maduración orgánica –especialmente del sistema nervioso–, tiene para el niño, para ir adquiriendo condiciones de viabilidad.

[7] A veces se suele decir, especialmente entre los maestros de Educación inicial, que al niño hay que educarlo como tal, y es verdad que hay que atender a la fase y al período sensitivo en el que se encuentra, pero eso no impide que haya que tratar de tener siempre presente que ese niño tiene que crecer irrestrictamente; incluso la verdadera concepción de las actividades “significativas” encuentra su sentido realmente educativo si es que están articuladas en esa dirección.

[8] Si bien el crecimiento de las facultades sensibles no es irrestricta, porque tienen una base orgánica, y aunque la dotación neuronal es muy similar en todos los seres humanos, su potencialidad depende de la educación de los sentidos internos principalmente, por lo cual las conexiones neuronales –así como sus complejas relaciones– que se hallan logrado hasta los 18 o 20 años, muy probablemente no crezcan más, o sea muy difícil hacerlo. Atendiendo a esto es que algunas universidades, dan a su Facultad de Humanidades como uno de sus encargos, el atender los dos primeros años de estudios universitarios, ya que si los alumnos ingresan a los 17 años, hay una tarea apasionante aunque muy absorbente por cierto, para cimentar lo que luego será su educación especializada en la carrera profesional que hayan elegido. Con todo, siendo niños, jóvenes, o aunque ya seamos adultos lo que sí es seguro es que siempre podremos disponer de lo que tenemos y crecer intelectual y volitivamente de manera irrestricta.

[9] Como se sabe, mirar no es lo mismo que ver, para esto último no hace falta educación, sólo se precisa de que el órgano de la vista esté en buenas condiciones y los circuitos del sistema nervioso hayan alcanzado la suficiente madurez fisiológica supeditada normalmente al mismo ejercicio de la visión.

[10] Las funciones de las facultades humanas –aún de las más básicas– son muy complejas, porque como ya hemos señalado tienen carácter sistémico, no están aisladas. En este sentido, los padres y educadores pueden paulatinamente ayudar a descubrir a los educandos la índole de los procesos sensibles y pragmáticos, que a menudo tienen que ver con el espacio y también con el tiempo.

[11] Saber distinguir algo tan elemental como el “aquí” y el “ahora”, el “antes” y el “después”, lo “grande” y lo “pequeño”, las proporciones y en general las magnitudes, está muy relacionado con la actividad imaginativa

[12] Por otra parte, esta característica del verdadero maestro ha sido manifestada de una manera muy simbólica y hermosa a través de la revelación divina, según la cual en el Cielo los que hayan enseñado la verdad tendrán un lucero en la frente, lo cual tiene un gran contenido que ahora no es posible desarrollar.

[13] El tradicionalismo, como el progresismo, no tienen en cuenta esa exigencia del crecimiento humano irrestricto ni la libertad que comporta. Ni todo lo pasado es verdadero y bueno por ser pasado, ni tampoco lo es lo nuevo por el mero hecho de serlo (calificando por falso y malo el pasado sólo por serlo). Por otra parte, si todo lo pasado me es dado con una necesariedad que no admite el que uno libremente pueda disponer libremente, el pasado me es indiferente, que sea uno u otro no me sirve para abrirme al futuro. De ahí que el planteamiento freudiano tenga una dimensión pesimista parecida a muchos procesos de intervención que usa el psicoanálisis. Ese pesimismo no es propio de la educación considerada como crecimiento irrestricto.

[14] Esta “captura” es diferente de la “síntesis” hegeliana. Este planteamiento va más allá de su dialéctica y de quienes la siguen en versiones de materialismo histórico, como el de Carlos Marx, que ha llevado a concepciones del tiempo –y del espacio–, así como del trabajo humano, que son claramente obturadores de ese crecimiento irrestricto que estamos sosteniendo. Por otra parte, no vamos a detenernos ahora en refutarlos filosóficamente porque esa baza ya está jugada en la historia de la Filosofía, por filósofos que ya han denunciado y –demostrado– que esos planteamientos han sido encontrados incoherentes.

[15] Con todo, nuestro ser personal frecuentemente acude a buscar los dones que va a entregar a Dios, al ámbito medial. Esta condición humana, ha sido –por otra parte– elevada, redimida y santificada por Dios, y el tiempo humano y en general todo el ámbito medial humano ha sido enaltecido desde que el Hijo de Dios tomó nuestra condición –de manera que el cristiano puede hacer en su vida ordinaria una síntesis de tiempo y eternidad, gracias a la presencia directiva de Dios en su vida–; desde cuando irrumpió en nuestro tiempo hace ya dos mil años hasta el final de los tiempos, cuando Dios, Señor de la historia, dé por culminado el tiempo.

[16] En este sentido habla Juan Pablo II de trabajo objetivo y trabajo subjetivo en la Encíclica Laborem Exercens.

[17] Precisamente el año pasado en el Jubileo Universitario el Papa nos advirtió nuevamente de los peligros que tenía una ciencia en manos de quienes tienen como único “fin” el simple desarrollo tecnológico, que se vuelve en contra del hombre mismo y pone en peligro la misma existencia humana.