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Bioética de las Células Madre

 

Vicente Bellver Capella

 

Algunos problemas bioéticos atraen de manera especial la atención de la opinión pública en todo el mundo. Por lo general, son los que tienen más directamente que ver con el respeto a la vida y a la dignidad de los seres humanos como, por ejemplo, el aborto, la eutanasia, la reproducción asistida, la experimentación con humanos, etc. El uso científico y terapéutico de las células madre se ha incorporado recientemente a esa nómina de cuestiones bioéticas apasionadamente debatidas por la opinión pública mundial. La razón estriba en que nos encontramos ante unas células con un enorme potencial terapéutico pero cuya obtención resulta, en algunos casos, éticamente controvertida, al exigir la destrucción de embriones humanos. En estas páginas me ocuparé de la ciencia, la política y la ética de las células madre.

La ciencia de las células madre

Las células madre son aquellas que todavía no se han convertido en células diferenciadas de un determinado órgano o tejido. Son células que, en el futuro, serán células del hígado, del riñón o de los nervios, pero que todavía no lo son. Los científicos comprendieron que, si conseguían hacerse con unas cuantas de esas células no diferenciadas, cultivarlas en el laboratorio hasta tener un número suficiente, y orientarlas en su desarrollo para que se convirtieran en células de uno u otro tejido del cuerpo humano, nos encontraríamos ante una fuente inagotable para reparar los tejidos y órganos que se fueran dañando en nuestros cuerpos. Enfermedades espeluznantes como el Alzheimer, el Parkinson, o la paraplejía podrían ser vencidas en el futuro sirviéndose de esas células.

La principal controversia entorno a las células madre tiene que ver con el modo en que son obtenidas. Hay tres fuentes para ello: nuestro propio cuerpo que, en determinados órganos, dispone de algunas células todavía no completamente diferenciadas, dispuestas para reponer aquellas que se vayan deteriorando; las células precursoras de las gónadas de fetos abortados; y los embriones cuando están en la fase de blastocisto, es decir, entre los días cinco a catorce desde su concepción. La primera de las fuentes no plantea, en principio, más conflictos éticos que los relativos al consentimiento informado de la persona de la que se extraigan las células. La segunda nos remite a los problemas sobre el uso de tejidos fetales para fines de investigación o de terapia. No es el momento de tratar la diferencia entre la licitud moral de utilizar tejidos de fetos abortados espontáneamente y la ilicitud de emplear los resultantes de abortos voluntarios. La tercera es la más problemática pues supone acabar con la vida de los embriones de los que se obtengan las células. Esos embriones, a su vez, pueden tener diversas procedencias. Pueden ser embriones sobrantes de fecundaciones artificiales; embriones fecundados in vitro con la única finalidad de experimentar con ellos; o embriones creados por clonación, utilizando óvulos humanos o de animales (ya se ha hecho con el de una vaca).

No todas las células madre tienen la misma capacidad de transformarse en cualquier otra célula del organismo. Según este criterio, los científicos han distinguido entre células totipotentes, pluripontentes y multipotentes. Las totipotentes serían las células que componen el embrión hasta la fase de dieciseis células aproximadamente. Hasta ese momento, si una de esas células se separa de las demás, puede dar lugar a otro embrión. Las células pluripotentes son las que podrían transformarse en células de cualquier tejido u órgano del cuerpo humano, pero no en un embrión. Es el caso de las células de la masa interna del embrión en su fase de blastocisto, que darán lugar a los tres tipos de tejidos del organismo humano: endodermo, mesodermo y ectodermo. Por último, las células multipontentes son aquellas que se pueden diferenciar en células de distintos tipos pero dentro de la misma clase. Así, por ejemplo, las células madre sanguíneas se transformarían en glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas, pero no podrían llegar a ser células musculares o nerviosas. Hasta hace poco más de un año se pensaba que las células madre de adultos -las que se encuentran en el ser humano ya desarrollado- eran todas multipotentes por tener limitada su capacidad de diferenciación. Sin embargo, como veremos más adelante, la investigación ha demostrado que también éstas tienen una enorme versatilidad.

En noviembre de 1998 se publicaron simultáneamente dos trabajos acerca de la obtención y cultivo en el laboratorio de células madre. En uno de ellos, las células madre procedían embriones en fase de blastocisto sobrantes de tratamientos de infertilidad, donados por su progenitores para la investigación. Para obtener las células madre de esos embriones, tuvieron que ser destruidos. En el segundo caso, las céulas madre se obtuvieron de las células precursoras de las gónadas de fetos abortados de unas pocas semanas. Los fetos habían sido deliberadamente abortados, pero por causas ajenas a la investigación, Posteriormente, se habían extraído las células madre y cultivado en el laboratorio. En ambos casos, el “éxito” consistió en aislar en el laboratorio unas células que todavía no se habían convertido en células de un tejido específico y en conseguir que se multiplicaran continuamente sin perder ese estado de indiferenciación. El paso siguiente consiste en llegar a dominar el proceso del desarrollo y diferenciación celular, de modo que esas células indiferenciadas, cultivadas en el laboratorio, se conviertan en células de un tejido predeterminado. En el momento en que se consiga eso, prácticamente se habrá descubierto una fuente inagotable de tejidos humanos para repuestos.

Una semana más tarde de las publicaciones de Thomson y Gearhart, el New York Times publicaba en su portada la noticia de un experimento semejante a los anteriores, con la diferencia de que la fuente empleada para obtener las células había sido un embrión obtenido por la fusión de un núcleo de célula humana y un óvulo de vaca al que se le había retirado su núcleo. Este experimento fue anunciado por Michael West, quien dos años antes había fundado la compañía Geron, posteriormente la había dejado y, en ese momento, era Presidente de Advanced Cell Technology, una pequeña y joven empresa de biotecnología, en la que se había realizado la fusión del núcleo humano y el óvulo de vaca. En este caso, las “ventajas” eran dos: las células extraídas del embrión creado por esa técnica serían compatibles con las del sujeto que aportó el núcleo; y la utilización del óvulo de una vaca evitaba recurrir a óvulos de mujer, cuya extracción siempre resulta dolorosa.

Al hilo de estos anuncios científicos, se desató una polémica a nivel mundial, que ahora mismo constituye el principal debate bioético. Por un lado, parece que nos encontramos cerca de obtener una terapia casi milagrosa para muchas enfermedades hoy en día mortales o enormemente penosas. Pero, por otro, el modo de obtenerlas exige el sacrificio de muchos embriones humanos. Del problema ético me ocupo en el último epígrafe.

Cuando todo apuntaba a que el prodigio de las células madre tenía que pasar necesariamente por el sacrificio de embriones apareció publicado, también en Science, un articulo del grupo de investigación dirigido por Angelo Vescovi, neurobiólogo del Instituto Nacional de Neurología de Milán, informando de la transformación de células madre de nervio en células de sangre. Hasta este momento, se sabía de la existencia en el cuerpo de los seres humanos adultos de células madre, pero había dos problemas para trabajar con ellas. En primer lugar, no se conseguía cultivar esas células en el laboratorio manteniéndolas en el estadio de indifierenciación. En segundo lugar, se pensaba que esas células sólo tendrían la capacidad de convertirse en células del tejido del que habían sido obtenidas. El trabajo de Vescovi acabó con esos dos obstáculos: consiguió cultivar células madre de tejido nervioso en el laboratorio y consiguió que esas células se transformaran en células sanguíneas. Inmediatamente se reconoció que las células madre de adultos eran más flexibles de lo que se pensaba y capaces de convertirse en tejidos distintos de aquellos para los que, en principio, estaban destinadas: las células madre de adulto podían deshacer su propio destino, convirtiéndose en células de un tipo distinto del que habrían sido en condiciones normales.

Desde que el equipo de Vescovi en Milán publicara los resultados de la transformación de células nerviosas en sanguíneas, los artículos relatando los éxitos en este terreno se han sucedido ininterrumpidamente en las principales revistas científicas del mundo. Hasta tal punto es así, que tanto el informe del grupo de expertos del Chief Medical Officer británico del año 2000, en el que se basa la decisión de Blair de autorizar la clonación de embriones para la investigación, como el informe sobre la investigación en células madre, que el Presidente Clinton encargó al Comisión Nacional Asesora de Bioética (National Bioethics Advisory Commission, NBAC) americana, y que se publicó en 1999, reconocen que las células madre procedentes de adultos pueden tener la misma versatilidad que las células madre embrionarias y que incluso pueden resultar más eficaces, por ser más fáciles de reorientar en su diferenciación. En particular, el informe Donaldson es muy claro a este respecto: “[los recientes trabajos sobre células madre de adultos] dan muestra del verdadero alcance de la investigación con células madre y contradice la creencia anterior de que las células madre procedentes de tejidos de adultos tenían una capacidad de diferenciación restringida. Puede que las posibilidades a largo plazo de las células madre procedentes de tejidos de adultos lleguen a igualar, o incluso a sobrepasar, las de las células madre embrionarias”. A pesar de este reconocimiento, los dos informes se inclinan por continuar la investigación con ambas fuentes de células, integrar los conocimientos procedentes de una y otra, y evaluar cuál de ellas ofrece mejores resultados.

Desde el punto de vista estrictamente científico, el recurso a las células madre de adultos ofrece dos grandes ventajas. Por un lado, sortea el grave problema de la histocompatibilidad. Al ser el mismo sujeto el donante y el receptor de las células que se transfieren, se evita cualquier tipo de rechazo. Por otro lado, las células madre de adulto no tienen que realizar un viaje tan largo como el de las embrionarias para transformarse en células de un determinado tejido u órgano, pues están ya más diferenciadas, lo que facilita mucho la labor de los científicos de orientar el desarrollo celular. De hecho, conseguir que las células madre embrionarias recorran ese camino desde la indiferenciación hasta su transformación en células de un determinado tejido u órgano constituye el principal obstáculo para los científicos.

Pero también las células madre de adultos ofrecen resistencias a su manipulación exitosa. Hasta hace poco parecía imposible cultivarlas en grandes cantidades en el laboratorio. Ahora parece que ese obstáculo se ha sorteado, pero todavía pende la duda de si las células madre de adultos serán capaces de transformarse en cualesquiera células del organismo humano. Todos los meses se vienen anunciando progresos en este terreno. Uno de los más significativos, que mereció la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, fue el de la obtención de células nerviosas inmaduras a partir de células madre de médula ósea de seres humanos. Más recientemente, se ha conseguido obtener células óseas y cartilaginosas a partir de células madre de grasa humana extraída por liposucción. De confirmarse la idoneidad de la grasa humana como fuente de células madre, se superaría el problema del difícil acceso que, en ocasiones, presentan las células madre de adultos. Si se puede hablar en estos términos, las células madre de adultos ganan ahora mismo la carrera a las células madre embrionarias, porque están acreditando su enorme versatilidad y ofreciendo ya algunos éxitos terapéuticos. En las células madre embrionarias, sin embargo, todavía se está investigando el modo de conseguir que se desarrollen en un sentido determinado.

Política de las células madre: ¿Hacia dónde vamos?

Después de resumir el estado de la ciencia de las células madre humanas, a continuación me referiré a las posibles respuestas ante este desafío. En primer lugar, trataré de las tendencias políticas dominantes con respecto a este nuevo campo de investigación y, en el siguiente apartado, expondré los criterios que deberían prevalecer en esta materia y las razones de los mismos.

La política científica de las células madre está muy condicionada por sus patrocinadores, que son inversores privados más que públicos. En los amplios márgenes de tolerancia que ofrecen las leyes americana, británica y australiana, las empresas biotecnológicas están haciendo inversiones astronómicas con la confianza de amortizarlas y rentabilizarlas en el futuro mediante los royalties que logren ingresar por las patentes que consigan. Estos patrocinadores, junto con los investigadores, los medios de comunicación, los comités de bioética y los gobiernos, constituyen la compleja trama de la carrera científica, cuyo conocimiento es imprescindible para componerse una imagen más o menos fiel del escenario en el que se desarrolla la investigación con células madre.

Si repasamos cada uno de los actores mencionados, observamos que todos ellos se encuentran dominados por fuerzas que les impulsan a desarrollar o apoyar ese tipo de investigaciones, más allá de cualquier consideración ética. Ya me he referido a las empresas. Ellas están presionando sobre los Estados y la opinión pública para que las trabas legales a este tipo de investigaciones desaparezcan y para que puedan patentar las técnicas relativas a la obtención, tratamiento y empleo de las células madre.

Los científicos, por su parte, tienen también grandes motivaciones para apoyar este tipo de trabajos. El primero es la natural atracción que ejerce sobre un investigador la posibilidad de conocer y dominar mejor la vida humana.  A ello hay que añadir la notoriedad social que genera un descubirmiento en estos campos científicos con inmediata y enorme repercursión clínica. Además, los incentivos económicos que los científicos reciben de las empresas llevan a cuestionar la independencia e imparcialidad del científico a la hora de seleccionar las líneas de investigación que va a desarrollar.

Los medios de comunicación están muy condicionados por los científicos y las empresas biotecnológicas. En estos campos, más que en cualquier otro, los informadores están enteramente en manos de quienes proporcionan los materiales informativos, sin que puedan tomar la suficiente distancia para evaluar la licitud, calidad e interés de los medios y los resultados de las investigaciones. En estos momentos, además, los medios de comunicación vuelven a caer en la ingenua creencia de que el mundo científico es completamente neutral y que sólo en el campo de las aplicaciones tecnológicas es donde se deben hacer juicios de valor. Por lo demás, su dependencia del público para su mantenimiento también condiciona su línea informativa. Los medios saben que “vende” informar acerca de espectaculares avances en el campo biomédico, aunque luego éstos no lo sean tanto; o contar los casos dramáticos de personas que podrían haberse curado si se suprimieran algunas trabas legales.

Los comités de bioética también tienen un protagonismo en la configuración de las políticas científicas. Muchos de estos comités están influidos por el utilitarismo que, por ser la corriente hegemónica en los Estados Unidos, extiende su influencia a muchos otros. No se puede decir que la diversidad de paradigmas bioéticos cuente con igual representación en el mundo. Por otro lado, algunos de estos comités han sido creados por empresas o fundaciones privadas, que condiciona mucho su imparcialidad. El caso más llamativo es el del comité bioético creado por Geron, cuando ya había desarrollado las investigaciones que condujeron a Thomson y Gearhart a lograr los cultivos de células madre embrionarias en el laboratorio. Parece difícil de suponer que el informe que este comité de bioética publicó con relación a estas investigaciones fuera a criticarlas. En efecto, se limita a dar una cobertura justificatoria a lo que ya se había hecho.

La sociedad civil ejerce un papel de primera magnitud en la política sobre cuestiones biomédicas. Aquí las posiciones se polarizan entorno a dos centros. El movimiento favorable a la experimentación con embriones para obtener cuanto antes las células madre y disponerlas para su uso clínico cuenta con el respaldo de algunas asociaciones de enfermos, mientras que la posición favorable al respeto incondicionado al embrión se apoya en los movimientos provida, entre cuyas filas militan también personas que sufren graves enfermedades. Mientras los primeros son partidarios de servirse de los embriones para llegar cuanto antes a la terapia de regeneración celular, los segundos entienden que el recurso a los embriones no sólo es inmoral, sino innecesario porque la vía de las células madre de adultos ya ha acreditado su gran potencialidad, como se indicaba en el primer epígrafe. En un caso, se entiende que el “profundo respeto debido al embrión” no es incompatible con su destrucción en algunos casos, por entenderse que todavía no nos encontramos ante un ser humano. En el otro, se estima que el embrión humano no puede tratarse como si fuera simplemente un objeto. Ese respeto muchos lo fundan en que el embrión es ya persona desde su concepción y, por tanto, titular de los derechos humanos y, entre ellos, el derecho a la vida. Dentro de esta misma posición, otros, en cambio, sin llegar a esa identificación entre embrión y persona, mantienen la necesidad de ser completamente respetuosos con el embrión por constituir el inicio de una vida humana.

A la vista de este escenario sociopolítico, no es difícil concluir que existe una enorme presión sobre las instancias legales para que se autorice la investigación con los embriones sobrantes de las técnicas de fecundación asistida, e incluso su creación -por fecundación o clonación- para su uso en la investigación. Los beneficios económicos de las empresas, el lucro y la notoriedad de los investigadores y los intereses los terapéuticos de los enfermos pesan mucho en uno de los platillos de la balanza, mientras que en el otro únicamente se encuentran los intereses de los embriones, incapaces de defenderse por sí mismos, y la tradición jurídica hasta el momento, que siempre se ha opuesto a la instrumentalización de los embriones. En el último epígrafe me planteo si esa tradición jurídica de protección al embrión era una cuestión puramente cultural que, al demostrarse que los embriones pueden ser muy útiles para curar a otros, pierde su vigencia; o es una cuestión de derechos humanos, que no puede ser alterada por ninguna mayoría.

Bioética de las células madre: ¿hacia dónde debemos ir?

Las fuentes de las células madre son tres y cada una de ellas conduce a un campo de la bioética. Las células madre procedentes de adultos remiten a los ensayos clínicos con seres humanos. El acuerdo acerca de las condiciones en las que se puede disponer del tejido humano de adultos es bastante amplio. Las células madre fetales nos sitúan ante el problema del uso de los fetos abortados deliberadamente. Aquí todos coinciden en que se tomen medidas para evitar que los abortos se realicen con el fin de proveer de material para la investigación. La controversia se plantea entre quienes no ven problemas en utilizar este material si se garantiza lo anterior y quienes, de todos modos, sí los encuentran.  Más allá de los problemas morales que plantea el uso de esos materiales, únicamente planteo ahora la cuestión acerca de quién es la persona competente para consentir en el uso de los mismos. Pienso que la misma persona que autoriza la muerte del feto no puede ser idónea para consentir en el uso de los tejidos fetalespara la investigación, salvo que se considere que el feto es propiedad de la madre. Pero, si no es ella, ¿quién entonces? Esta ausencia de un sujeto legitimado para consentir en el uso de los tejidos fetales constituye ya una razón para dudar de la licitud de esta práctica. Por último, las células madre embrionarias plantean el problema acerca de la licitud de la investigación con embriones. Ya hemos visto que, salvo sonadas excepciones, los ordenamientos jurídicos vigentes la prohíben. Ante la enorme presión para permitir el uso de embriones en la obtención de células madre, planteo dos cuestiones: ¿qué debería hacer un Estado prudente ante la posibilidad de usar los embriones en las actuales circunstancias político científicas? ¿Y qué criterios deberían tenerse en cuenta para llegar a una respuesta correcta, con carácter general, al problema de las células madre?

Con respecto a la primera entiendo que un Estado prudente debería, por ahora, dejar las cosas como están. Tres razones me inclinan a optar por la espera. En primer lugar, las normas básicas que regulan la investigación con células madre en España son muy recientes: el Código penal es de 1995, y el Convenio Europeo de Derechos Humanos y Biomedicina, de 1996, que España ratificó dos años después. El primero prohíbe fecundar un óvulo con un fin distinto del reproductivo. El segundo también prohíbe crear embriones con fines distintos de la reproducción. De entrada, sería chocante pensar que un Código penal que tardó más de quince años en elaborarse y un Convenio sobre Bioética que fue discutido durante seis años por más de 30 países de Europa contengan de pronto normas obsoletas. Antes de proponer su reforma, habría que analizar con sosiego las razones por las que hace tan poco tiempo se decidió legislar en ese sentido y ahora, sin embargo, se presiona para cambiar esas leyes.

La segunda razón para la moratoria es la abundancia de incertidumbres que convendría despejar antes de tomar decisiones. ¿Cada célula totipotente es un embrión? ¿Cuál sería la condición de una célula de adulto totalmente desprogramada y susceptible, en consecuencia, de convertirse en una célula de cualquier tejido u órgano, e incluso en un embrión? ¿El cigoto obtenido mediante transferencia nuclear de célula somática es un embrión y es acreedor a la misma consideración que el embrión fruto de una fecundación? Estas, y muchas otras, son preguntas filosóficas que exigen importantes conocimientos científicos para ser respondidas, y cuyas respuestas condicionan por completo el juicio sobre la investigación con células madre embrionarias.

La última, y más importante, razón para inclinarme por la moratoria es el mismo estado de la ciencia de las células madre. En el último año, las células madre de adultos se han podido cultivar en el laboratorio en grandes números; han acreditado una versatilidad insospechada, transformándose en una gran variedad de tejidos del cuerpo humano; obvian cualquier problema de rechazo en el trasplante; y han empezado a ofrecer resultados terapéuticos positivos. Ante esta fuente de células madre, cuyo uso no plantea problemas éticos y cuya utilidad salta a la vista, me parece que una decisión respetuosa con todos y no perjudicial para nadie consistiría en poner toda la carne en el asador de las células madre de adultos y no en otras células madre éticamente controvertidas y científicamente menos contrastadas hasta el momento.

Esa moratoria permitiría, además, plantearse con tiempo la avalancha de problemas bioéticos que se derivarían de una eventual aceptación futura de la investigación y utilización de las células madre embrionarias. ¿Se debe informar a la madre del embrión utilizado como fuente de células madre sobre los desórdenes genéticos que se hayan detectado tras el análisis de las células? ¿Tienen derecho las madres de esos embriones a participar en el beneficio económico que pueda reportar el uso de las células? ¿Cómo se justifica que las empresas biotecnológicas que “produzcan” las células madre embrionarias reciban un beneficio económico por su trabajo y no, en cambio, quienes aportan la materia prima? ¿Debe informarse a los posibles receptores de las células madre de la fuente de la que se han obtenido? ¿Debe informarse a la madre del embrión del destino concreto al que se dirija el embrión donado o basta con una referencia genérica a usos de investigación? ¿Tiene derecho la madre del embrión a saber quiénes son los receptores de las células madre obtenidas a partir del embrión donado por ella, teniendo en cuenta que se trata de unas células con un código genético vinculado a ella? Sería una temeridad aprobar una investigación que desencadena tantos dilemas bioéticos, sin haberlos discutido y resuelto primero; sobre todo, si tenemos presente lo ya dicho: que existen alternativas científicas satisfactorias.

La segunda pregunta es ¿qué posición cabe adoptar ante la creación y uso de embriones para fines de investigación y, en concreto, para obtener células madre? La respuesta es tratar con respeto al embrión humano, empezando por su vida y el modo en que ha sido creado. Por ello, es ilícito destruir embriones para obtener esas células. La gravedad de esa acción se incrementa si esos embriones son creados exclusivamente para su destrucción en la investigación, y más aún si, además, son creados por transferencia nuclear (clonación).

La clonación de embriones es un gravísimo atentado contra la dignidad humana por dos razones. En primer lugar, porque el destino de esos embriones es su destrucción y utilización en beneficio de otros. En segundo lugar, la clonación de embriones abre las puertas a que nazcan niños creados por clonación. El gobierno británico se ha apresurado a decir que el permiso para clonar embriones irá acompañado de un reforzamiento de la prohibición para clonar seres humanos destinados a nacer. Desde luego, es una ingenuidad pensar que si se llegan a clonar embriones, la tentación de implantarlos en una mujer para que nazcan se podrá resistir. 

Para distinguir entre uno y otro uso de la clonación algunos autores han hablado clonación "reproductiva" frente a clonación "no reproductiva" o clonación "terapéutica". Me parece que esta terminología falsea la realidad y, por ello, debe ser rechazada. Tanto en un caso como en otro existe una clonación reproductiva porque en ambos se obtiene —se crea— un embrión humano por clonación. La diferencia estriba en que en un caso el embrión tiene como destino el llegar a ser adulto, y en el otro su destino es el uso para interés de otros seres humanos. Según esto, más que hablar de clonación "reproductiva" y "no reproductiva" habría que hablar de clonación humana "reproductiva" y clonación humana "utilitaria", "instrumental" o "destructiva". Si recurrimos a los términos de clonación reproductiva y terapéutica, transmitimos la idea de que la segunda no es perjudicial porque podría parecer que no instrumentaliza a nadie, y que únicamente tiene un efecto curativo. Clonar embriones humanos para uso y provecho de otros es una clonación humana radicalmente instrumental y no una inocua e inofensiva "clonación no reproductiva" o "terapéutica".

Además de esta objeción, se plantean otras que también conviene tener en cuenta. Una de ellas tiene que ver con el consentimiento prestado por los padres a este destino de los embriones. ¿De qué tipo de consentimiento se trata? No puede decirse que sea el consentimiento de una persona que tiene la patria potestad sobre otra porque, en ese caso, el consentimiento siempre está sometido al interés del sujeto, lo que en absoluto es asícuando aquello en lo que se consiente es en la destrucción del embrión. Habrá que pensar, entonces, que se trata del tipo de consentimiento que da el dueño de una cosa para que se disponga de esa cosa. Pero, entonces, nos encontramos con la reducción del embrión a objeto de libre disposición. Las legislaciones de todo el mundo luchan para que el ser humano no actúe sobre su propio cuerpo como si fuera un objeto de libre disposición, prohibiendo para ello el comercio de órganos. ¿Por qué prohibir la venta de mi riñón y permitir, en cambio, mi disposición sobre mis embriones que, desde luego, son menos míos que el riñón?

La consecuencia de reducir el embrión a cosa trae otro problema. ¿Hay que pagar a quien dona los embriones para investigación? Casi nadie se atreve a sostenerlo. Ahora bien, ¿puede el laboratorio vender las líneas celulares obtenidas de esos embriones? Desde luego, no parece que los laboratorios estén dispuestos a actuar “altruistamente” sino, más bien, a rentabilizar las inversiones realizadas en el desarrollo de esos “productos”. Pero ¿no choca que los laboratorios, y los accionistas que los sostengan, se enriquezcan gracias a unos embriones que, por evitar su comercialización, exigimos a sus progenitores que donen y no vendan?

Conclusión

Las células madre, junto con la manipulación genética, van a constituir dos pilares básicos de la medicina de los próximos años. La tecnología genética impedirá la aparición de muchas enfermedades inscritas en nuestros genes. Las células madre, por su parte, proveerán de tejidos y órganos de repuesto a medida que los nuestros se vayan deteriorando.Todo ello contribuirá a la mejora de la salud y de la vida de las personas y deben ser saludados con satisfacción. Pero ello no nos puede hacer perder de vista los riesgos del desarrollo tecnológico. Los problemas bioéticos que plantea la manipulación genética son objeto de otro estudio. Aquí nos hemos centrado en los suscitados por la investigación con células madre. La principal fuente de problemas deriva del uso de embriones como “materia prima” para obtener esas células. El embrión es un ser completamente desprotegido, incapaz de defender sus intereses por sí mismo y con una apariencia nada semejante a la de un ser humano adulto. Esas tres circunstancias han  conducido a muchos a considerar que el embrión no es todavía un ser humano y que, por tanto, puede ser utilizado al servicio suyo. Pero esas circunstancias no quieren decir que todavía no estemos ante un ser humano, sino que la fragilidad es inherente a la condición humana y que esa condición se manifiesta máximamente en los inicios del ser humano. Considerado así el embrión, no puede ser lícito, en ningún caso, su instrumentalización al servicio de otros seres humanos. Si no existiesen fuentes alternativas para obtener las células madre que no plantean problemas éticos, nos encontraríamos ante un dilema cuya respuesta no admitiría dudas pero que resultaría bastante trágico. Pero lo cierto es que la ciencia ha provisto de unas alternativas más que satisfactorias, que permiten desarrollar la investigación con células madre sin sacrificar vidas humanas.