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Las Preguntas Perennes

(Conferencia dictada a estudiantes de primer ingreso de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. México, Agosto del 2000)

 

Lic. Jorge L Navarro
“Para poseer lo que heredaste de tus padres,
 tienes que ganarlo”. Goethe

 

 

La Universidad también es una herencia, que no podemos poseer plenamente si no nos la ganamos. Podemos inscribirnos en la Universidad, cursar materias, aprobar exámenes, recibir premios, sin que nos detengamos un momento a preguntarnos qué nos hace ser univesitarios: ¿una matrícula?, ¿un recibo de pago?, ¿unas notas acumuladas? Yo me propongo algo muy modesto, invitarlos a que decidan con un poco de mayor conciencia si quieren ganarse o no el ser universitarios. Una herencia es un regalo pero también es una carga que a veces nos resulta dificil de llevar, por eso es necesario hacer una elección.

 

I. Punto de partida, para vivir la universidad.

1.- Qué es la Universidad, quién es un universitario - Universidad significa universalidad. Podemos hablar de la Universidad desde dos puntos de vista que se complementan y se reclaman, uno no se puede dar sin el otro. Desde un punto de vista objetivo, o sea, del fin hacia el cual se dirige la Universidad, universalidad significa la totalidad de los objetos que hay en la realidad y su integración en el orden del saber. La palabra universum indica la realidad como un todo en el que se integran armónicamente las partes. De acuerdo con esto, lo propio de la universidad no sería la especialidad y la profesionalización, sino la búsqueda del conocimiento y de la comprensión de la realidad en su totalidad.

Desde un punto de vista subjetivo, o sea de los sujetos que la forman, la Universidad es la comunidad de estudiantes y profesores, unidos por mismo fin común que es la búsqueda y la comunicación de la verdad, por ello a la Universidad le compete, de manera particular, la formación de la inteligencia y de la racionalidad humana. Ser una comunidad y formar la racionalidad humana no es algo que la Universidad realice de hecho, en forma automática: si los que integramos la Universidad no pensamos, ni queremos realizar aquel fin común, aunque funcione muy bien como centro de capacitación para el trabajo y como sistema administrativo, no habrá verdadera comunidad académica.

La universidad moderna ha recibido de la sociedad la tarea de la formación profesional y por ello ser una instancia social para la cualificación y el reconocimiento profesional. La profesionalización como función universitaria, sin dejar de ser importante, no es la misión esencial de la Universidad, como, en cambio, lo son las otras dos: la integración y unidad del saber y la formación de la inteligencia y de la racionalidad humana.

Seguramente ustedes, como yo algunos años atrás, llegan a la universidad atraídos principalmente por un interés profesional, por estudiar una carrera, adquirir un título y así poder insertarse en mejores condiciones en un campo de trabajo para el cual ustedes creen tener ciertas aptitudes, lo demás ni siquiera les pasó por la cabeza. Si es así no hay motivo de preocupación. Lo que yo les estoy diciendo es que en la Universidad podrían encontrar mucho más que una patente profesional. Podrían está dicho en condicional, porque depende en primer lugar de que ustedes quieran ampliar su propia expectativa sobre la Universidad, y también depende, desde luego, que los profesores tengamos una postura adecuada sobre nuestro papel y frente a ustedes. Una vez que han ingresado a la Universidad y sin menoscabo alguno de sus aspiraciones profesionales, pueden encontrar mucho más de lo que esperan, pero es necesario un cambio de actitud.

2.- La docta ignorancia - El primer aspecto de este cambio consiste en descubrir que en la vida universitaria puede ser más valioso tener conciencia de la ignorancia propia que acumular conocimientos. Un hombre es más inteligente, no por lo que ya sabe o cree saber, sino porque se da cuenta de que es poco lo que sabe y, mucho más lo que ignora, cuando es consciente de que, como dice el personaje de Shakaespeare: “ hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra...”.

Hay una ignorancia que debe ser combatida y es la ignorancia indolente, la del que no quiere tomarse la molestia de saber, o la ignorancia que proviene del prejuicio, o sea la de aquel que no está dispuesto a superar sus opiniones porque le conviene, porque cambiar podría afectar su status social o profesional. Estas formas de ignorancia, evidentemente, son contrarias a la razón. En cambio hay otra sabia y activa ignorancia, la que encontramos en Sócrates -“yo sólo sé que no sé nada”. Esta ignorancia debe ser promovida y cultivada permanentemente, es una ignorancia llena de curiosidad, que nace de un amor a la realidad y a nuestra propia vida; es la ignorancia que aspira a una satisfacción, a colmar el deseo de saber sin el cual el hom-bre se habría extinguido casi desde el primer momento de su aparición en la tierra.

Una propuesta educativa que no exalte este tipo de ignorancia es infecunda. Cuando en la educación se intenta solo atiborrar el cerebro de ideas y de “materias”, o bien cuando la dinámica escolar se reduce a asistir a clases, pasar exámenes y negociar calificaciones, o también a programar y cuantificar los procesos, se oscurece o se pierde aquello que podría ser más valioso y útil a nuestras personas: adquirir una conciencia nueva y más entusiasmante de nuestras relaciones con la realidad. San Agustín lo llamó gaudium de veritate, el gozo de la verdad.

3.- Una actitud nueva ante la realidad - Ni la Universidad ni ustedes, como parte de ella, tienen que desestimar las expectativas profesionales que normalmente están ligadas a ciertas aspiraciones totalmente legítimas: trabajo, familia, dinero etc. De lo que se trata es de aprender a identificar el valor y el significado de cada cosa: de la profesión, del trabajo, de la familia, del dinero.

Hay algunos que dicen que el hombre es un ser racional y también hay quienes lo han negado, porque es posible encontrar múltiples manifestaciones de irracionalidad en los seres humanos. La única manera de saber si un hombre o mujer son razonables en su vida, es viendo como usan de estas cosas, como abordan las relaciones con la realidad: insisto, el dinero, la familia, el trabajo, la profesión, etc. Podemos decir que a la Universidad le interesa el crecimiento profesional de las personas, en cuanto que a través de su profesión se muestra y se ejerce lo humano. La excelencia profesional, que se ha convertido en una demanda de mercado para las universidades, si se sitúa fuera de su adecuado contexto humano genera personalidades estrambóticas y deformes; y nosotros corremos el riesgo de convertir tales personalidades en modelos, en ejemplos, si no sabemos reconocer y juzgar aquella falta de adecuación. Les invito a tener una actitud diferente, a tomar una postura adecuada frente a la realidad y frente a ustedes mismos.

Hay tres aspectos que, a mi juicio, necesitan ser integrados adecuadamente para evitar aquella deformidad: el problema del trabajo, el problema afectivo y el problema de la justicia. De la manera como juzguemos estas tres problemas, depende el modo de realizarlos. Sobre todo hay que tomar conciencia de que la vida de cada uno quedará definitivamente marcada por la manera como abordamos y efectivamente vivamos estos tres problemas. No me interesa convencerlos de que piensen como yo, pero si que piensen, que aprendan a juzgar las cosas y a ustedes mismos conforme a su valor verdadero. No los estoy invitando a leer libros de moda o a aprender las más modernas teorías, porque lo humanamente valioso se aprende mejor a partir de la experiencia personal.

El tema de las preguntas perennes o de las preguntas fundamentales del hombre, que tenemos que tratar ahora se puede abordar de maneras muy diversas, pero la más concreta y la más interesante consiste en abordarlo partiendo de la experiencia personal, no de las teorías o de las opiniones de moda, sino tratando de ver como tales preguntas están implicadas en la experiencia de cada uno, aún cuando no seamos del todo conscientes de ellas. Entonces para percatarnos de la presencia y de la importancia de las preguntas fundamentales, se requiere tomar, como vengo diciendo, una postura adecuada frente a la realidad y esto implica por lo menos tres factores:

Primero: el maravillarse de la realidad como primera reacción de nuestra humanidad. Tratemos de imaginarnos dentro de esta situación: supongamos que nacemos en este mismo momento con la conciencia que tenemos ahora, abrimos los ojos y vemos todo lo que nos rodea, ¿cuál sería nuestra reacción? La primera y más original reacción de nuestra humanidad ante la realidad, sería maravillarnos de las cosas. La realidad primero nos maravilla, después podemos sentirnos defraudados o resentidos, o decepcionados. Los niños tienen esta postura ante la realidad, aunque la viven inconscientemente. Es algo que nos encanta de la niñez su mirada atenta y llena de estupor por las cosas. En el niño es una actitud espontánea y natural, en cambio, el hombre adulto si pierde la capacidad de maravillarse, se atrofia y debilita su energía humana, pierde la esperanza y el gusto por la vida.

Detrás de esa emoción que es maravillarse, podemos descubrir un acto inteligente, un juicio, la realidad se nos ofrece como un don, nos es dada. La realidad yo no la hago la encuentro, la reconozco. El hombre moderno ha tomado una postura diferente, que es la misma que nosotros a veces adoptamos ante la realidad, como hijos de la modernidad. Hace ya varios siglos el filósofo inglés Francis Bacon, se propuso instaurar un método de conocimiento nuevo, un novum organon; para Bacon el criterio de este nuevo método se sintetiza así: conocer es poder. El valor del conocimiento lo decide el dominio que nos da sobre las cosas. Esta postura después terminará siendo aceptada y completamente incorporada en la mentalidad del hombre occidental, que dejará de maravillarse de la realidad que le es dada, para admirar ante todo su propio poder, su capacidad de dominar y de apropiarse de la realidad, apareció así la voluntad de poder, como forma de toda relación del hombre con las cosas.

Segundo: el mundo, la naturaleza, las cosas que nos rodean no son un Caos, sino un Cosmos, un orden. Cada cosa tiene una estructura interna y también esta colocada en un orden de relación con las demás cosas. Quiere decir que la realidad no se nos presenta como un montón de cosas, sin orden ni concierto. No es la realidad opaca, sin brillos ni contrastes, por el contrario en ella encontramos convergencias y diferencias, unidad y diversidad, muerte y vida, luz y oscuridad, noche y día, tempestad y calma. Universo, es la palabra con la que nombramos el mundo que nos rodea y quiere decir unidad de lo diverso, la realidad no es homogeneidad ni monotonía.

Tercero: Finalmente -y no por ello es lo menos importante- en el encuentro con la realidad me doy cuenta de que yo existo, mirando las cosas que me impresionan, me maravillan, llego a darme cuenta de que yo existo. Ahora bien, yo existo ahora, pero antes no existía, por lo tanto dependo, yo soy hecho por Otro. No hay en esta afirmación nada de abstracto, es un reconocimiento tan concreto como estar viendo esta hoja de papel o viéndolos a ustedes ahí. Si existo ahora yo que antes no existía, entonces y necesariamente soy hecho por Otro. Otro me ha dado el ser y me ha dado esta capacidad de mirar la realidad, de pensar, de sentir y de maravillarme de ella, de tener conciencia y de amar. Ese Otro que me hace, algunos le llaman “Dios”, otros “naturaleza”, para algunos es algo cercano, otros en cambio lo piensan muy lejano, para unos es como un padre amoroso otros lo ven como un enigma impenetrable; sea lo que sea lo que es evidente ahora, en este mismo momento es que yo soy generado y dependo de ello. En lo más íntimo de mi persona descubro que mi existencia esta referida a una realidad diversa de mi mismo, a Otro que me hace.

Uno puede vivir la Universidad mirando todo a través del pequeño orificio del poder, creyendo que todo se resuelve en tener: tener buenas notas, tener amigos influyentes, tener un título, tener una profesión, tener un automóvil, tener dinero para tener todo lo anterior, tener, tener, tener... es ese ídolo que el evangelio llama Mamona. O bien, puede vivir la Universidad con una inteligencia y un deseo diverso. Déjenme expresar esta inteligencia y deseo con un fragmento de poesía de Giacomo Leopardi que se imagina ser un pastor que habla así a la luna: “Frecuentemente cuando yo te miro / Tan muda estar en el desierto llano, / Que en su lejanía confina con el cielo / O bien con mi rebaño / Seguirme en mi camino lentamente / Y cuando miro en el cielo arder las estrellas, / Me digo pensativo: /¿Para que tantas luces? / ¿Qué hace el aire sin fin y esa profunda / infinita serenidad? ¿qué significa esta / soledad inmensa? ¿Y yo qué soy?

I. Las preguntas perennes.

 

¿Qué soy yo?, ¿Por qué existo?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? ¿por que vale la pena vivir? ¿De que está hecha la realidad?, ¿por qué existe el dolor y la muerte? ¿por qué tengo que sufrir? ¿por qué mueren los inocentes? ¿por qué los malvados triunfan? La exigencia de sentido se expresa en estas preguntas que llamamos perennes o fundamentales, precisamente porque en ellas se juega la conciencia que tiene el hombre de sí mismo y de toda la realidad. Son preguntas perennes, porque sea cual sea el estado de civilización en que viva un hombre, estas preguntas emergen y le cuestionan. La primera cosa importante es tomar conciencia de que estas preguntas existen y forman parte de nuestra forma de relacionarnos con la realidad. Puede ser que estén un poco, o muy, dormidas y que no afloren a nuestra conciencia con la claridad y la urgencia que tales preguntas contienen. Puede ser que en algunos hombres exista una mayor sensibilidad a ellas.

En estas preguntas aspiramos a comprender nuestra vida no de manera teórica ni abstracta, ya que se mueven hacia una respuesta concreta: ¿Hay algo que le da sentido a cada jornada, a cada momento que vivimos, al hecho de nacer, de trabajar, de amar, a tener que sufrir y morir? O en definitiva cada minuto y cada hora, así como las personas que amamos y los encuentros que hacemos ¿están destinados a perderse en la nada? En los niños encontramos la curiosidad original de nuestra conciencia ante a la realidad. En el niño las preguntas ¿qué es esto? y sus mil porqués hacen evidente que la inteligencia vive en estas interrogantes porque es provocada continuamente por la realidad. Cuando niños era natural que asimiláramos y repitiéramos el sentido de la vida y de la realidad que nos trasmitieron nuestros padres. La juventud es el momento de probar, de verificar personalmente si esa herencia, las respuestas que sirvieron a nuestros padres y que nos han transmitido nos ayudan a vivir, a entrar en relación con la realidad o, por el contrario, debemos desecharlas para buscar nuevas respuestas.

Necesitamos ser ayudados a realizar esta verificación. La universidad, dijimos anteriormente es el lugar donde se educa la inteligencia y la racionalidad, por ello es el lugar donde estas preguntas deberían ser confrontadas. No se trata sólo de recibir nuevas respuestas, sino a comprender las preguntas, cuál es su valor y alcance y verificar si las nuevas respuestas satisfacen aquello se agita en nuestras preguntas: ¿Cuál es el significado ultimo de la existencia?, ¿por qué existe el dolor y la muerte? ¿Por qué vale la pena realmente vivir? ¿En el fondo de que está hecha la realidad?

1. Las preguntas surgen de nuestra naturaleza humana - El hombre es hombre, porque incesantemente se interroga, se pregunta, por el sentido del mundo, no sólo actúa sobre él, sino que necesita comprender qué hace y para qué. La presencia del hombre en la naturaleza, o sea cada uno de nosotros, introduce un factor peculiar y único: la conciencia y el afán de significado. Como en el fragmento de Leopardi que recordamos: el hombre se maravilla y se interroga por el mundo exterior y por él mismo. Nosotros ante el espectáculo impresionante de una noche llena de estrellas, podemos al igual que el mencionado poeta revivir las mismas preguntas ¿Para que tantas luces?,/ ¿Qué hace el aire sin fin y esa profunda / infinita serenidad? /¿qué significa esta soledad inmensa? ¿Y yo qué soy?

El preguntar es tan constitutivo del hombre, incluso más que la ciencia misma, que no es sino una forma de lograr algunas respuestas, dentro de un campo muy limitado de la experiencia. Larry Laudan, uno de los más importantes teóricos de la ciencia, nos dice que al parecer no hay una mejor forma de justificar la existencia de la actividad científica que a partir de esta incesante curiosidad del hombre frente al mundo. “si tenemos que encontrar una justificación sólida para la mayor parte de la actividad científica, quizá llegará finalmente del reconocimiento de que el sentido humano de curiosidad sobre el mundo y él mismo es, en todo respecto, tan compulsivo como su necesidad de vestidos y alimento... La universalidad de este fenómeno indica que encontrar el sentido del mundo y nuestro lugar en él tiene raíces profundas en el alma humana”. (Laudan, L. El progreso y sus problemas.)

Preguntar por el sentido de la realidad y por mí mismo es algo tan compulsivo y tenemos igual necesidad de ello como del alimento y vestido. De hecho, el hombre ha existido desde mucho antes de que existiera la ciencia, en cambio, podemos reconocer la presencia de una inteligencia humana en todo hombre aún en aquellos que han vivido en edades no científicas porque en ellos se manifiesta la misma exigencia de sentido. El hombre no solo se da cuenta de que las cosas existen, además se interroga por qué existen, para qué, de qué están hechas. Sin la presencia del hombre, como afán de significado, la naturaleza sería como opaca, ella misma sería para sí una soledad inmensa, por el vacío de sentido.

Esta necesidad del hombre no es un pasatiempo ni un lujo, producto del ocio; es una tarea en la cual se haya comprometida su propia consciencia y su propio significado como ser humano, por eso es una tarea dramática.

Una pregunta, cualquiera que sea su naturaleza posee una indicación, una orientación de respuesta y las preguntas fundamentales se caracterizan sobre todo porque piden una respuesta totalizante. Fijémonos en los adverbios, ¿por qué vale realmente la pena vivir? ¿cuál es el sentido último de la vida?, ¿por qué vale verdaderamente la pena que exista la realidad?

Hay ciertas metas y ciertos valores que sirven para orientar decisiones y sacrificios porque las consideramos dignas de nuestra entrega y de ser realizadas. Pensamos que la familia, por ejemplo, sirve para dar sentido al trabajo, trabajamos porque tenemos una meta más allá de la fábrica o de la empresa y esa meta es lo suficientemente valiosa para justificar todos nuestros esfuerzos y renuncias. La profesión es algo que nos empieza a mover desde que somos universitarios, cuando todavía ni siquiera somos profesionistas: llegar a ser profesionista le da sentido al esfuerzo de estudiar ahora. Pero cuando nos preguntamos por el sentido último de la vida, nos preguntamos por qué vale la pena formar una familia, tener una profesión, pero también renunciar a formar una familia o hacer una obra de beneficencia renunciando al beneficio económico. De igual manera el sentido de la vida, debe dar sentido a la vida pero también a la muerte, ¿por qué tenemos que morir?, debe dar sentido a la gozo, pero también a la tristeza, al triunfo y al fracaso, porque la vida está hecha de todo esto.

2. La respuesta: “...un desconocido es mi amigo” - La respuesta a la pregunta por el sentido ultimo de la existencia pone en juego toda nuestra energía intelectual y nos remite a Algo que excede nuestra misma capacidad de búsqueda. Esto lo han comprendido muy bien todas las culturas antiguas, que percibían que el origen de todas las cosas y la respuesta a los interrogantes de la existencia humana es un Misterio inabarcable, incomprensible para el hombre. Esta realidad misteriosa es lo que en el lenguaje religioso se quiere expresar con la palabra divinidad o Dios.

De acuerdo con esto es posible tomar conciencia de una situación un tanto extraña, sucede que hay hombres y épocas históricas en las que bastan las creencias o las orientaciones de sus mayores para tomar las razones que le dan dignidad al vivir; viven dentro de una tradición religiosa, moral, cultural que les basta para dar sustento a todas sus necesidades vitales. Igualmente hay hombres y épocas que viven una continua inquietud, los valores y las creencias recibidas se entran en crisis y dejan de satisfacer las necesidades de los hombres, son épocas de crisis de búsqueda y de incertidumbre. Nosotros definitivamente vivimos una de esos periodos críticos, en nuestra cultura después de haber abandonado las certezas religiosas y optado por la fe en la razón, en la ciencia y en la técnica, finalmente también hemos llegado al desencanto y a percatarnos de que la racionalidad científica ya no nos ofrece las respuestas que necesitamos, lo más paradójico es que nos hemos vuelto extremadamente dependientes de nuestra propia ciencia y tecnología. Cuando más la necesitamos es cuando menos creemos en su capacidad de responde a nuestros preguntas fundamentales.

La ciencia nos ha permitido arrancar a la naturaleza sus secretos y la hemos dominado como nunca. Pero de pronto nos descubrimos desorientados, extraviados, porque es verdad que entendemos y dominamos muchas campos de la realidad, pero no nos entendemos a nosotros mismos, nos hemos perdido a nosotros mismos. Esto no es una metáfora, ni una declaración retórica, la demostración más palpable que el hombre se ha extraviado hasta el extremo de la barbarie y la irracionalidad son las dos grandes guerras del siglo XX y a ellas podemos añadir la irracional destrucción de la naturaleza que ha generado el problema ecológico que sigue gravitando sobre nosotros. De esta extraña situación del hombre moderno tuvo conciencia el gran poeta español Antonio Machado, cuando escribió este breve y hondo pensamiento: “Ya es broma pesada /Todo para mi./ Y yo... para nada”.

Es una “broma pesada”, para no decir un absurdo, pretender que sabemos como navegar en el espacio sideral, construir grandes edificios y urbes de hierro, haber desarrollado la Robótica, el Internet y establecido las estructuras genéticas fundamentales del ser humano, en el Genoma humano, y con todo eso tener que reconocer que una cosa no sabemos: ¿yo qué soy? ¿para que existo?. ....para ¿nada? Más aún algunos de los pensadores más representativos de la cultura científica moderna han sostenido la idea de que la condición fundamental para desarrollar el saber práctico y científico es abandonar la investigación de las preguntas fundamentales; a cambio se nos da el know how, el conocimiento de lo útil nos entre-tiene pero no nos da respuestas sobre lo único necesario: el sentido de la existencia.

Por eso llama la atención que Par Lagerkvist, premio Nobel de literatura, y un hombre representativo de nuestro tiempo, haya escrito este bello poema en el que reconoce la nostalgia de infinito que renace en el hombre del siglo XX, que había creído que podía desembarazarse de las preguntas fundamentales: Un desconocido es mi amigo, uno a quien no conozco / Un desconocido lejano, lejano./ Por él mi corazón esta lleno de nostalgia / Porque él no está cerca de mi. / ¿Quizá porque no existe? ¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia, / que llenas toda la tierra de tu ausencia?

Que humillación para el orgulloso racionalismo moderno, tener que reconocer que todo el poder que el hombre ha sabido apropiarse y desplegar sobre la naturaleza, no le acerca un milímetro a esa realidad de la que ni siquiera tiene certeza que exista. En la medida en que nos comprometemos más con la búsqueda del significado último y exhaustivo de nuestra existencia más nos percatamos que toda respuesta particular es insuficiente y que nada puede responder completamente al deseo de plenitud del que brotan nuestras pregunta, no hacemos más atentos para esperar que la respuesta aparezca, que se manifiesta en nuestra vida aún de manera imprevista. No tenemos que ir a la hechicería ni al espiritismo, para encontrar respuestas, es necesario permanecer en la observación de la realidad, con una razón atenta a todos los factores de la realidad que nos es dada y esperar; el hombre que sólo sabe poseer cosas termina harto de su posesiones; es un desesperado. Y donde no hay esperanza no se puede construir nada verdaderamente humano.

3.- ¿Y yo qué soy? - Por último quisiera señalar cuál es el valor humano de mantener una actitud a de apertura constante, una actitud en la que continuamente pidamos razones de aquello que se nos ofrece como verdadero y bueno para nuestra vida. Es decir por qué es mejor no abandonar la inquietud en la que nos introducen las preguntas fundamentales y cambiarlas por el plato de lentejas de una satisfacción efímera.

Reconocer que estamos hechos de esa inquietud y que en nuestro corazón pesa un deseo de infinito es una manera de afirmar la libertad incondicionada de nuestra vida y la dignidad más alta que puede afirmarse de un ser humano. Nuevamente permítanme citar a Leopardi, quien no era un cura ni siquiera era creyente. Y, sin embargo, ha sabido reconocer la fuente más genuina de la verdad del hombre: “El no poder estar satisfechos de ninguna cosa terrena; ni, por así decirlo, de la tierra entera, el considerar la incalculable amplitud del espacio, el número y la mole maravillosa de los mundos y encontrar que todo eso es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo, imaginarse el número de mundos infinitos, y el universo infinito, y sentir que nuestro ánimo y nuestro deseo son aún mayores que el mismo universo, y siempre acusar a las cosa de insuficiencia y de nulidad y padecer necesidades y vacío y aún así, aburrimiento, me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza que se puede ver en la naturaleza humana.” (G. Leopardi, Pensamientos).

Cómo podemos responder a esta pregunta: ¿qué soy yo? En primer lugar, si esta pregunta no la hago yo, para mi mismo, es una pregunta vacía, cualquiera respuesta que se pudiera dar a la pregunta carecerá de valor. No se puede entender ninguna respuesta si no existe la pregunta. En segundo lugar, es ineludible que al actuar y hacer decisiones sobre nuestra vida, por ejemplo al escoger la profesión, el trabajo o en el modo de vivir las relaciones afectivas y sociales, ahí consciente o inconscientemente, lo hacemos poniendo en juego una cierta idea de los que somos, del valor que le damos a las cosas, a la persona de los demás y nuestra persona. El problema es que no sepamos dar razones de esa idea que nos empuja a vivir, que ni siquiera nos preguntemos ¿qué soy yo? ¿por qué vale la pena mi vida? ¿qué da valor y dignidad a mi persona? ¿qué es lo que le da consistencia a mi vida?.

Entonces la idea y la razón que nos hace actuar y decidir terminará siendo la imagen que el poder,- sea de la índole que sea- nos induce a desear y a realizar. En esto consiste la idea de educación que tenía Makarenko, el más reconocido pedagogo soviético: “la educación es la cadena de montaje de la que saldrá el producto de comportamiento adecuado a las exigencias de quienes orgánicamente incorporan e interpretan el sentido del devenir histórico”. (Pedagogía scolástica soviética. Armando. Roma.)

¿En la sociedad quienes son los que incorporan e interpretan el sentido histórico? Los que detentan el poder. El hombre, según Makarenko, será “producido” en esa “cadena de montaje” que es el proceso educativo, para que sea adecuado a los intereses del poder.

Más de uno podrá pensar: ¡qué mal estaban los soviéticos! Pero, aquí hay futuros grandes pedagogos y ellos algún día tendrán que explicarnos si nuestro sistema educativo, el mexicano, es mejor que aquel de Makarenko. No hay disyuntiva: o somos lo que el poder quiere hacer de nosotros o somos una libre relación con la realidad, en la que aspiramos a satisfacer nuestro deseo de felicidad, de verdad, de justicia. O somos un engrane en la maquinaria de la sociedad y de la historia o somos esa inquietud, que según Leopardi nos lleva a: “sentir que nuestro ánimo y nuestro deseo son aún mayores que el mismo universo, y siempre acusar a las cosa de insuficiencia y de nulidad y padecer necesidades y vacío (...)”

III. Educación de la libertad, de la memoria y del afecto.

Las presencia en cada uno de nosotros de las preguntas fundamentales es como un síntoma de que estamos hechos para algo grande, infinito. Por menos que un Infinito no vale la pena cambiar nuestra vida.

Para Fedor Dostoyevski, el gran novelista ruso del siglo XIX, se trata nada menos que de la ley de la existencia:“En esto se resume toda la ley de la existencia humana: en que el hombre pueda inclinarse ante lo infinitamente grande. Si los hombres se vieran privados de lo infinitamente grande, ya no podrían vivir y morirían presos de desesperación” (Dostoyevski Los endemoniados).

El infinito... es el único Ideal al cual valdría la pena entregarnos sin cortapisas. Esto podría parecer una declaración desmesurada y falta de sentido común y, sin embargo, es la única forma de que nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestro afecto estén siempre abiertos y libres. Nuestra vida no disminuye, antes bien, aumenta, cuando por encima de todo amamos este Ideal que colma nuestra exigencias elementales de verdad, de justicia y de belleza.

Un Ideal o también se podría decir una propuesta educativa, porque ambos se implican, son verdaderos si nos hace ser más humanos, nos hace vivir más, amar más, trabajar más, esperar más, por el contrario cuando un Ideal o una propuesta educativa, para afirmarse necesitan censurar o, de hecho, descuidan algún aspecto de nuestra humanidad, ese ideal es falso.

Quisiera, para terminar, señalar algunos aspectos - no son los únicos me parecen importantes- que no deberían ser evitados ni censurados, por el contrario reconocidos y apreciados como factores esenciales de la formación de la personalidad:

Educar la libertad -  La premisa fundamental es “La verdad nos hace libres”. Esta verdad que nos libera hay que buscarla siempre. Además este es el criterio para juzgar el valor de una relación y en especial de una propuesta educativa: si ella se propone respetuosamente o no a nuestra libertad.

Hoy es común en la educación, que se confíe más a la “tecnología educativa” que a la verdad y razonabilidad de lo que se propone; es decir, a veces lo profesores nos preocupamos más por hacer atractiva y deslumbrante nuestra temática y no de hacer evidente a la razón y a la libertad, el valor y la fecundidad intelectual y humana que ella tiene.

He oído muchas veces expresiones similares a ésta: “eres libre, pero también debes ser responsable.” Es verdad lo que dice, pero la expresión tiene un inconveniente: la responsabilidad se usa como un “pero” a la libertad, y “poner peros” es una manera de decir que no nos convence, que no nos agrada, que no aceptamos cabalmente algo. Poner peros a la libertad es algo extraño, ya que sólo si somos libres podemos ser hombres verdaderos. Da la impresión que la responsabilidad tiene otro origen diverso y tal vez opuesto al de la libertad y esto no es así. Ser libre es ser capaz de responder a la realidad que se me ofrece como un bien para mi. Yo lo tomo o lo rechazo, esa es mi respuesta, pero en cualquier caso debo tener razones para mi decisión, sin razones la libertad se vuelve sinónimo de arbitrariedad, nos volvemos esclavos de nuestras instintividad o del poder.

Educación para pensar dentro de una tradición - Cuanto más necesidad sentimos de encontrar una respuesta al sentido de nuestra vida, se vuelve también más adecuada y positiva nuestras relaciones con el pasado, con la historia humana en la que hemos sido generados y sostenidos. En mis años de estudiante universitario, por espíritu de contestación, se rechazaba el pasado, la tradición, nada era más deplorable que la tradición, a la cual había que subvertir con la revolución, en todo los campos: la revolución política, el cambio de estructuras, la revolución sexual, la liberación femenina, etc. En esta postura se juzgaba mal y no se comprendía el valor que el pasado ocupa en la estructura total de la vida humana. Nuestra vida, la vida personal ciertamente es proyecto, esta lanzada hacia delante, vivir es futurizar, pero no podemos entender nada sin apoyarnos en el pasado, en una tradición que nos permite dar los primeros pasos hacia delante, que nos hace comprensible la realidad. Es justamente lo que afirma Jean Guiton; “(...) es una ley general de nuestro ser: vivimos hacia delante, comprendemos hacia atrás”. (El arte nuevo de pensar. p. 16. Paulinas. Bogotá)

Este es el gran valor de la tradición: que ella nos ofrece una hipótesis de significado de las cosas, que nosotros podemos verificar de nuevo En la universidad, especialmente en el campo de las ciencias humanas, tengo la impresión, que hoy despreciamos la tradición, no por espíritu de contestación, ni por afanes de justicia social como los revolucionarios de los años setenta, sino por pura pereza, porque tenemos la equivocada idea que es más fácil partir de cero y construir nuestras propias teorías sin tomarse la molestia de entender lo que otros han pensado e intentado aportar como respuesta a los problemas humanos.

Educación de la afectividad - Es el aspecto más descuidado y frente al cual se vuelven más impotentes los modelos educativos intelectualistas y racionalistas que han prevalecido en los dos último siglos.

“El hombre es lo que ama” decía San Agustín. Y si esto es verdad nosotros somos hombres muy desafortunados porque en nuestra educación se ha privilegiado una formula intelectualista que arroja la afectividad al mundo de lo irracional; fuera del mundo de la objetividad, la afectividad quedó relegada al ámbito de instintivo e irracional. El hombre civilizado, de nuestro tiempo, trabaja toda la semana con las herramientas más racionales y la tecnología más sofisticada; el fin de semana, para evadirse de sí mismo, se lanza al mundo de la irracionalidad, va a la búsqueda de las emociones intensas que le aseguren unas horas de inconsciencia. La droga es el síntoma más claro de esta necesidad de evasión irracional, en el mundo más fríamente racional que haya sido edificado por los hombres.

El afecto humano, es decir el afecto que no carece de razones sino que nos acompaña en la búsqueda de una vida más plena, nace de un juicio muy elemental que al mismo tiempo es el más humano. La amistad y el amor humano en cualquiera de sus formas es una ayuda para caminar hacia el encuentro con La Respuesta. El amor es más verdadero cuando nos sentimos afectados, con-movidos por el destino del otro.

Gracias.