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Raimundo Lulio: la Fe Consciente

(Conferencia pronunciada por el autor - profesor del Raimundus Lullus Institut de la Universidad de Freiburg in Br. - en Río de Janeiro, el 21 de octubre de 1998)

Fernando Domínguez Reboiras

1. La filosofía de Lulio en su contexto medieval


Los estudios de teología medieval estuvieron hasta hace poco decisivamente determinados por los postulados teóricos de la Neoescolástica. Los investigadores, en gran parte miembros de órdenes religiosas, centraron su interés en Santo Tomás y, en menor medida, en San Buenaventura y Duns Escoto. Este hecho es, por una parte, explicable dado el peso específico de estas figuras. Esta investigación de corte neoescolástico, aunque supo mostrar el valor perenne de los planteamientos y soluciones de la época medieval, dejó, sin embargo, una visión parcial, monolítica y, por ello, incompleta del pensamiento medieval en su conjunto dejando olvidados aspectos extrateológicos y dejando de lado a pensadores que expresaron sus ideas al margen del rígido lenguaje de la enseñanza universitaria o al margen de los particularistas programas de estudio de las órdenes mendicantes.

A medida que se fue superando esa visión parcial se abrió un panorama más amplio del pensamiento en los siglos medievales. La especulación filosófica medieval se nos muestra más rica y variada. Con cierto retraso va ocupando también Lulio y el lulismo el puesto que le corresponde dentro del pensamiento cristiano occidental, pues la interpretación que se vino haciendo de Lulio dentro de esa visión neoescolástica era parcial e incompleta. Se limitaba a estudiar los escritos de Lulio como reflejo del monolítico pensamiento escolástico buscando afinidades y divergencias con Santo Tomás y, sobre todo, con la tradición franciscana, lamentando, casi siempre, en Lulio una falta de rigor intelectual que se explicaba por su falta de formación universitaria y su condición de autodidacta. Contra esta visión se viene resaltando en los últimos años el carácter original del pensamiento luliano sin medir sus logros o deficencias en exclusiva confrontación con la teología escolar contemporánea. El pensamiento luliano no se comprende sólo en relación con los grandes autores medievales, sino, sobre todo, en el hecho de haber intentado - quizá encontrado - Lulio nuevos y originales caminos en la comprensión de los problemas fundamentales de su tiempo.

Lulio desarrolló su pensamiento en más de 250 obras escritas durante los cincuenta años que median entre su conversión (ca. 1263) y su muerte (1316) utilizando en ellas el catalán, el latín y el árabe. La crítica histórica se enfrentó con el problema de la transmisión de este ingente corpus. Como sucedió con otros autores medievales, también ya a partir de los años inmediatos siguientes a su muerte, se atribuyeron a la autoría de Lulio obras que nada tenían que ver con su pensamiento y que con frecuencia contenían incluso doctrinas contrarias a las enseñadas por él. Después de numerosos intentos a lo largo de los últimos siglos se logró establecer definitivamente un catálogo seguro de las obras de Lulio y partiendo de esta base se pudo acometer la edición crítica de sus obras.

A lo largo de los siglos las obras de Lulio tuvieron una amplia difusión. Nicolás de Cusa transcribió de su propia mano gran número de ellas. Jacques Lefèvre d´Etaples gestionó la impresión de algunas de ellas en el siglo XVI. La primera tentativa de una edición más completa fue emprendida en Maguncia (Alemania) durante los años 1712-1742. A principios de este siglo, durante los años 1905-1950 se publicaron en Mallorca 21 volúmenes de las obras de Lulio escritas en catalán. Esta edición ha sido reemprendida en 1990. La gran empresa de la edición crítica de las obras latinas se inició con la fundación en la Facultad de Teología de la Universidad de Freiburg (Alemania) del Raimundus Lullus Institut el año 1957. De 1959 a 1965 se publicaron en Mallorca los cinco primeros tomos, a partir del tomo VI, es decir, desde 1975 se publican las Raimundi Lulli Opera latina en la serie "Corpus Christianorum-Continuatio mediaevalis", Turnhout (Bélgica). Se han publicado 22 tomos y están en imprenta otros dos más.

Gracias a los trabajos preparatorios que este esfuerzo editorial ha requerido, el pensamiento de Lulio ha podido ser estudiado con mayor exactitud dentro de su contexto medieval. El Raimundus Lullus Institut no es, por ello, un centro dedicado sólo a Lulio, sino que figura oficialmente como centro de estudio de las fuentes de la Teología de la Edad Media.

Un estudio de la obra de Lulio está, sin embargo, impedido por una serie de obstáculos. Su obra, sin embargo, no sólo es difícil de comprender a causa de su volumen sino, sobre todo, por la amplia gama de temas tratados que van más allá del monolítico temario lógico y filosófico de la enseñanza universitaria.

También su estilo singular hace que los no habituados vean en sus escritos una extraña mezcla de geniales pensamientos con increibles representaciones, singulares malabarismos gramaticales y aburridas repeticiones. A esto hay que añadir la barrera de su hermético lenguaje pues Lulio no sólo escribió en latín sino también en árabe y catalán. Aunque no se han encontrado obras suyas en árabe, el conocimiento de este idioma, que él sabía mejor que el latín, determina decisivamente su pensamiento que él expresó fundamentalmente en lengua catalana. Las personas habituadas a la lectura de latín medieval encuentran en sus obras latinas, determinadas en estilo y dicción por su lengua materna, un lenguaje insulso y mediocre (por no decir deficiente). Como escritor catalán merece Lulio el calificativo de genio, pues fue el creador del lenguaje literario en esa lengua. Fue, sin duda alguna, el primer escritor medieval que expresó contenidos filosófico-teológicos en lengua vernácula. Es por eso que para comprender a Lulio plenamente hay que leerlo en catalán.

Además de este no fácil acceso formal a la lectura de sus obras el pensamiento luliano está íntimamente ligado a su personalidad y a su agitada biografía, todos los temas están tratados desde una perspectiva muy personal y en la íntima convicción de estar llevando a cabo una tarea impuesta y dictada por Dios. Las dificultades del discurso luliano no vienen, por ello, no tanto condicionadas por la complejidad de los conceptos y sus aparentes contradicciones sino por las cesuras y silencios que impone la lectura de sus obras en las que no se propone presentar una exposición académica y sistemática de sus presupuestos intelectuales. Su única y exclusiva finalidad es la conversión del infiel. La determinante del discurso luliano no es, por ello, discursiva sino fundamentalmente apologética. Toda su obra se subordina a ese único fin. El objetivo fundamental de Lulio era escribir un libro que hiciese inteligible los dogmas cristianos a los musulmanes y judíos. A este libro le dará el título de Ars inveniendi veritatem y, considerándola una labor impuesta por Dios, trabajará incansablemente en la composición de este Arte (método) durante más de treinta años. El Ars inveniendi veritatem de Lulio es el medio en que se hallan contenidos los principios que fundamentan y hacen posible el fin primordial, en tanto que dichos principios son verdaderos, pues coinciden o reflejan exactamente los principios ontológicos universales.

Al fin de su vida Lulio mismo es consciente que, a pesar del convencimiento profundo de haber descubierto la verdad, ha fracasado en su intento de comunicar su ideario a sus contemporáneos. Su preocupación de legar sus obras a la posteridad muestran, a pesar de todo, su convicción de que su obra después de su muerte habría de seguir teniendo validez.

 

2. La conversión de los infieles como punto de partida de su ideario


Comienzo, fundamento y razón de todo quehacer luliano es, pues, el objetivo misionero, es decir, la conversión del infiel. Un objetivo que está fuera de las coordenadas en que se movían los intelectuales cristianos de su tiempo. Todo lo que en Lulio tiene parecido con el común discurso intelectual de la época tiene que ser interpretado siempre desde esa determinante perspectiva, es decir, ha de tener su explicación en las constantes apologéticas que determinan la obra de Lulio en general, y su teología en particular. Estas constantes se reducen a una doble finalidad: de un lado se persigue que el creyente alcance una mayor comprensión y vivencia moral de su fe, mientras la otra se propone proporcionar a ese creyente un instrumento para la acción misionera. Por eso la acción misional, en el caso de Lulio, no sólo se ocupa de los infieles, destinatarios naturales de la acción misional, ni de los medios para realizarla, sino tambien intensamente del actor, del misionero. Metodológicamente el misionero es el primer destinatario de la incansable actividad luliana como escritor y punto de referencia de su pensamiento.

Esta prioridad del misionero (por misionero entiende Lulio todo cristiano obligado a conocer y propagar su fe) como destinatario inmediato de sus escritos, sin embargo, no sólo obedece a la lógica de su programa y metodología, sino que se convierte en condición de producción del sistema. La labor persuasiva del misionero se fundamenta y se realiza a través de los elementos que constituyen el proceso de formación propio. Los argumentos que convencieron al propio misionero son los mismos argumentos que convencerán al destinatario final. El pensamiento luliano, su Ars como instrumento apologético y argumentativo debe considerar y repetir el proceso operado en el mismo sujeto que pretende convencer al infiel o simplemente al 'artista' del Arte luliano.

El Ars de Lulio no se inscribe en la normal transmisión del saber, sino que se presenta como obra de autor (Ars Raimundi), algo nuevo en la cultura medieval y causa, sin duda, de la profunda incomprensión del sistema. Lulio presenta el Ars como punto de llegada de un proceso personal. El calificarla como don divino y la constante referencia autobiográfica explican y definen constitutivamente su estilo y pensamiento. La comprensión intelectual de los artículos de la fe sirve tanto para describir el punto final del esfuerzo personal del misionero y del artista como punto final de todo esfuerzo de cara al infiel o al fiel cristiano como alumno del Ars, para Lulio el método más eficaz y seguro para llegar a comprender racionalmente la fe cristiana.

Las obras de Lulio se dirigen fundamentalmente al posible actor de la acción misionera. En ellas se intenta simple y llanamente lograr que el cristiano tome conciencia de su fe, es decir que la entienda. Pero esto no sólo para satisfacción personal sino para hacerla entender a los que no creen.

Lulio es uno de los pocos pensadores medievales que da cuenta de su vida. En la Vita coaetanea, autobiografía escrita en Paris el año 1311, informa que tomó la decisión de entregarse al servicio de Cristo y dedicarse a la conversión de los infieles hasta dar su propia vida. Este propósito fundamental se completaba con otros dos objetivos: escribir "el mejor libro del mundo" contra los errores de los infieles y solicitar de "papas y reyes" el apoyo de un programa de misión fundado en ese libro.

Estos tres propósitos fueron la pauta de su vida. Por encima de todo quiere Lulio la conversión del infiel. Para ese objetivo se plantea una primera reflexión surgida de la real experiencia de la convivencia en Mallorca de cristianos, musulmanes y judíos. Lulio, como ningún otro pensador medieval, había estudiado profundamente otras religiones y se daba cuenta que también los judíos y los musulmanes creen y, sin embargo, es aquello que creen una mentira. El verdadero creyente tiene que estar convencido que aquello que cree es la verdad absoluta. La misma experiencia le enseñó que los otros creyentes están tanto o más firmes en su fe que los cristianos. Un método para convertir infieles tiene que romper ese rígido círculo de relaciones entre creyentes convencidos de poseer la única verdad. La busqueda de un nuevo método parte, pues, de una simple advertencia: en las discusiones entre creyentes la fe no es criterio de verdad, el único criterio de verdad es la razón. De ahí y del hecho de que Dios puede ser conocido, es más, quiere ser conocido (Desconhort XXX, 349) se sigue una devaluación del creer, aunque no del contenido de la fe: el creer es frente al conocer una forma deficiente de acercarse a Dios.

En la primera cuestión de la Disputatio eremitae et Raymundi super aliquibus dubiis quaestionibus (MOG IV, 226) manifiesta Lulio sin ambages que la fe sola tiene su importancia, pero sólo para aquellas personas que intelectualmente no les es posible subir por encima de la fe simple. Lo que le falta a la fe es que ella, como tal, no puede ser criterio de verdad. En el Libre de desmostraciós, cuya primera parte trata de las posibilidades de la razón para comprender los artículos de la fe a través de razones necesarias, dice que razón y sabiduría concuerdan en el conocer, mientras fe e ignorancia en la fe sola. Para Lulio está claro que la fe se puede equivocarse pero la razón jamás: "Creencia puede estar en verdad o en falsedad, es por eso que fe no hace distinción entre verdadero y falso, por eso como la razón hace distinción entre verdadero y falso conviene que todo lo que es razonable sea verdadero" (OE II, 144). El fundamento de esta simple constatación está en el hecho de que la fe cree sin dudar y la razón examina entre lo verdadero y lo falso.

Esta simple idea que la fe sola no es garantía de verdad no quedó en frase hueca, sino que todo el pensamiento luliano está empapado de ella. Esta idea es inseparable de la convicción que el Cristianismo es verdadero por discurso racional. La seguridad subjetiva que da la fe es tan poco garante de la verdad como la apelación a autoridades. Según Lulio puede un misionero referirse a todas las autoridades y milagros de santos para convencer a una persona sencilla, ante una persona inteligente sería éste un método falso (Libre de contemplació, 167, 10-11). Si con los judíos sería posible encontrar una autoridad común, con los musulmanes la "disputatio per auctoritates" estaría totalmente fuera de lugar. En el Libre del gentil ya deja bien claro que a los representantes de las religiones no les queda otra solución que dejar a un lado sus libros sagrados y buscar un consenso a través de la razón. De ahí la necesidad de su "mejor libro del mundo" pues "los infieles no aceptan las autoridades de los fieles, sólo aceptan los argumentos de la razón" (ROL IX, 221). Santo Tomás afirma lo contrario: "Argumentar por autoridades es lo especifico de la ciencia teológica" (S.Th. I, q. 1, a. 9). Lulio en toda su obra apenas cita un texto bíblico o patrístico, y cuando lo cita es para demostrar la superioridad del entender sobre el creer. Consecuentemente no se cansa Lulio de criticar los daños que causa una práctica misional que parte de la idea de que la fe católica está por encima de nuestro entendimiento y que no necesita ser demostrada. Lulio considera un deber cristiano el intentar demostrar las verdades de la fe. Si el cristianismo fuera una fe como otra cualquiera el infiel no podría hacer nada por su conversión.

Esta convicción luliana no lleva consigo un rechazo de la teología cristiana tal y como se enseñaba en las escuelas. Lulio en un sermón pronunciado en una plaza de Túnez en 1292 (pieza central de su autobiografía) pone su fe a disposición si alguien le demuestra que lo que él cree no es verdad. Esto lo exige de sí mismo porque se lo exige también a sus interlocutores. Ya que él está convencido de poseer un saber filosófico que está por encima de la fe, aunque la presuponga, podrá convencer a los demás de esa única verdad. El argumento escolástico que la demostrabilidad de los artículos de la fe destruiría el "meritum fidei" lo rechaza Lulio afirmando que bien puede ser así pero el cristiano no ha de pensar sólo en sus méritos sino en el fin fundamental para que fue creado: "Nosotros no fuimos creados para alcanzar méritos, sino para conocer, amar y alabar a Dios".

En su radicalidad e intensa reflexión es la postura de Lulio sumamente original, al menos, si se considera en la época que le tocó vivir. No es exagerado hablar en Lulio de una confianza absoluta en la razón y es, por ello, explicable por qué la Iglesia oficial guardó siempre cierto recelo a ese, en apariencia, exagerado racionalismo luliano. Lulio, sobre todo en los primeros años de su labor apostólica, está, en efecto, poseído de una confianza absoluta en la fuerza de la razón. Su programa es ambicioso. Pretende probar todos y cada uno de los artículos de la fe, incluso la concepción virginal de María, pero por razones apologéticas se concentró en los dogmas de la Trinidad e Encarnación. La base de su argumentación es el Ars, que es un método independiente del contenido cristiano y no pretende ser otra cosa que la combinatoria de una serie de conceptos aceptados por toda persona razonable.

Lulio cree, pues, en la posibilidad de demostrar la fe cristiana a los infieles. La concreta argumentación luliana es digna de tener en cuenta dentro de una historia de la teología. La pretensión luliana de integrar totalmente la fe en un discurso racional, desde la perspectiva de un escolasticismo rígido, hace de Lulio un racionalista. Pero éste que es un eterno reproche a la doctrina luliana no tiene fundamento alguno después de un análisis interno de su obra. Porque Lulio, además de sus pretendidos recelos racionalistas, estaba convencido convencido de la coincidencia de fe y razón, lo cual podría aportarle también el contrario reproche de fideista. Lulio, sin embargo, no es ni una cosa ni la otra, sino un pensador del siglo XIII que se mantuvo fiel a una tradición doctrinal proveniente del siglo XII -aquella representada por San Anselmo, Ricardo de San Victor y otros- que planteaba el problema complejo de la relación fe y razón de una manera diferente a como lo hará casi contemporáneamente Santo Tomás de Aquino. La originalidad de Lulio radica en el hecho que él expresó radicalmente aquella corriente anselmiana justo cuando aquella comenzaba a declinar.

Visto desde esta perspectiva se puede definir la posición luliana no como heterodoxa sino, más bien, como obsoleta y anacrónica. Se trata, sin embargo, de una anacronismo consciente e intelectualmente fecundo, que sería paradójicamente el punto decisivo de su sorprendente originalidad y modernidad.

Efectivamente, Lulio desecha tácitamente la cuidada delimitación de los campos de la fe y de la razón llevada a cabo por Santo Tomás. Fe y razón son para él dos momentos estrictamente solidarios de un único proceso de conocimiento que parte de la fe, pasa por la razón y vuelve enriquecido a la fe. Su concepción de la relación razón y fe es concreta y circular: la razón busca su objeto por dictados de la fe y la fe cabalga sobre la razón si quiere ser verdadera y expansiva. El esfuerzo dialéctico y especulativo del pensamiento luliano no tiende a abolir la fe y a sustituirla por la razón sino a buscar la inteligencia de la fe o, como él formuló de una forma osada, a lograr que "la luz de la fe se pueda convertir en entender". Hacer que los contenidos de la fe participen de aquel, para él fundamental y decisivo, "placer intelectual de entender". Lulio explica la relación ferazón con aquella imagen tan casera del aceite que flota sobre un vaso de agua. Asi como el nivel del aceite sube cuando sube el nivel del agua, así crece la fe con el crecimiento de la inteligencia. Aquel que mejor entiende hace crecer su fe y una fe que no se quiere entender no puede crecer. La razón y la filosofía no enriquecen la fe con nuevos conocimientos, sino con más conocimiento. Quien es filósofo y cree en el Dios uno y trino, al hacerse filósofo no deja por ello de creer ni comienza a conocer cosas que antes no conocía, pero pasa a entender mejor lo que antes creía y, en este sentido, es mejor filósofo porque cree y mejor creyente porque entiende lo que cree. Lulio puede parecer racionalista y, en cierta manera, lo es pues cree en la eficacia de la razón aunque en el ámbito del conocimiento religioso. Pero no es racionalista en cuanto defiende una autonomía de la razón, la razón está comprometida con la fe cristiana y a su servicio, ayuda a la fe y es ayudada por ella.

Hemos expuesto brevemente la posición luliana que más lo separa de sus contemporáneos y también la más controvertida en la historia del lulismo. La necesidad y obligación de convertir al infiel dictan sus posiciones teológicas, pero no hay que olvidar que hay más coincidencias que divergencias. En primer lugar Lulio busca la armonía y no la contraposición de fe y razón. Siguiendo el símil del aceite también para Lulio el entendimiento tanto más se eleva a conocer a Dios, cuanto más cree. En segundo lugar, jamás afirmó Lulio que se pueda conocer a Dios totalmente, aunque admite un conocimiento que pudiera llamarse estructural, como alguien que prueba el agua del mar y reconoce que está salada sin haber probado el agua de todos los mares, así puede conocerse que en Dios hay Trinidad (Disputatio eremitae et Raymundi, MOG IV, 228). El conocer a Dios no es un conocer exhaustivo sino un conocer reducido a la mínima capacidad del hombre, como tal, para conocer. En tercer lugar afirma Lulio que la fe es necesaria para la razón, donde parece indicar que la fe es el postulado sicológico para todo conocer, no, por supuesto una condición lógica, pues en este caso sería imposible la conversión del infiel por razones necesarias. Por último Lulio, buen conocedor de la condición humana, sabía perfectamente que una decisión como la conversión que exige el abandono de una fe no es una mera decisión racional sino una cosa que cambia la vida de una persona y exige, por eso, unas cualidades personales específicas como, por ejemplo, poner en duda las propias convicciones. Las razones necesarias sólo tienen éxito tratándose de una persona de particulares dotes intelectuales y comprometido en la búsqueda de la verdad a costa de cualquier riesgo.


3. Actualidad ejemplar de Lulio


El punto de partida del pensamiento luliano parece estar fuera de los intereses intelectuales de hoy día. La actualidad de Lulio es, a pesar de las apariencias y de los siglos que nos separan, mucho mayor de lo que a primera vista pudiera parecer.

Lulio era un laico. Un laico comprometido que planteó la reflexión de su fe partiendo de la realidad circundante para adaptarla a las necesidades fundamentales de la Iglesia a la que él en todo momento se somete y quiere servir. Ante el letargo de los detentadores de poder en la cristiandad frente a la masa de infieles se autoproclama Lulio "procurator infidelium" exigiendo para ellos una atención mayor al mandamiento de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a todas las naciones..." (Mt. 28,19). Su vida y su obra, lo que hizo y escribió estuvo en función del ideal que aglutinó toda su existencia y que formuló con toda claridad en la primera de sus obras, el Libre del gentil e los tres savis: "Así como tenemos un Dios, un creador, un señor, hemos de tener una fe, una ley, una secta y una manera de amar y honrar a Dios, y hemos de ser amadores e ayudadores los unos de los otros y entre nosotros no ha de haber ninguna diferencia y contrariedad de fe ni de costumbres".

Esta visión utópica de la humanidad es para Lulio una realidad alcanzable por la sencilla razón de tal unidad es la declarada voluntad divina. Si no se ha alcanzado y si parece tan lejana su consecución se debe a que aquellos que tienen en sus manos el llevarla a cabo no quieren poner los medios para realizarla.

Esta humanidad unida bajo una sola fe puede ser realida por medio de la conversión. La finalidad primaria de la obra luliana es convertir. Convertir, primero, a los infieles y, segundo, a los cristianos.

La conversión de los infieles se ha de hacer a través de la consecuente labor misional que exige una exposición de la fe cristiana a través de argumentos "razonables" y no sólo "creíbles". No se puede dejar una fe por otra fe, sólo se puede abandonar la propia fe porque uno se ha convencido de la verdad de la otra. Pero convencerse de la verdad de algo es una operación que pertenece al entendimiento. Por eso Lulio se había propuesto, y creyó haberlo logrado, el método infalible para convencer a los infieles de la verdad de los artículos de la fe cristiana. La conversión de los infieles es, según Lulio, cosa fácil, si se logra convencer o, lo que viene a ser lo mismo, convertir a los cristianos de la importancia y viabilidad de la empresa de conversión de infieles. Su Ars es, por ello, un instrumento inutil si los detentadores del poder en la sociedad cristiana no ayudan a propagarla. La increible actividad de Lulio, sus viajes, súplicas y audiencias ante papas, reyes y ricos prohombres de las repúblicas marineras no tuvo otro fin que lograr la conversión de la cristiandad hacia su programa de misión. Lulio quiere una cristiandad abierta hacia el mundo y no aquella cristiandad dividida por contiendas entre reyes y señores.

Es evidente que la lucha más dura de Ramón Lulio fue, la que pudieramos llamar, lucha por conseguir la conversión del cristiano a los ideales de conversión del infiel. Esta conversión del infiel sería tarea sencilla una vez conseguido el apoyo y entusiasmo de los cristianos.

Esta conversión del cristiano exige, en el más profundo sentido bíblico, un cambio total de la escala de valores en la cristiandad, desde la cabeza a los pies. Si los cristianos cumplieran con su obligación de ser "amadores, servidores y loadores" de Dios harían todo lo posible para seguir el fin primario del mundo, es decir, "que Dios sea conocido, amado y servido". El constante lamento luliano que "apenas hay hombre alguno que haga aquello para lo que ha sido creado" es la causa del fracaso de su Ars, de cuya eficacia Lulio jamás dudó. Nunca se apunta una duda a la posibilidad de que todos los hombres se hagan cristianos. La culpa es de los mismos cristianos, a quienes los ideales de Ramon les parecieron siempre locura. El mismo tuvo conciencia de la extrañeza y radicalidad de su proceder presentándose en sus obras como Ramón, el loco: "Quiero ser loco para dar a Dios gloria y honra y no quiero tener medida en mis palabras por fuerza de gran amor".

Mucho más que la inutilidad de sus esfuerzos le duele pensar que "Dios en el mundo sea tan poco honrado". El ideario luliano está comprometido y subordinado a la acción. Su pensamiento está de tal manera dirigido a una finalidad de acción apostólica y proselitista que se pude afirmar sin cortapisas que Lulio más que un pensador es un propagandista que pasó su vida en la tensión continua de un agente publicitario organizando campañas y buscando el apoyo de personas y grupos influyentes para hacer llegar su doctrina a un público poco propenso a aceptar su extrema contundencia. Esta larga e incansable acción sujeta a los vaivenes periódicos de alegría o tristeza, entusiasmo y decaimiento, condicionada también por el diferente marco geográfico y los distintos destinatarios, marca la pauta de su vida y de su obra.

Esta visión global de vida y obra en la tensión constante hacia la conversión de los infieles es presupuesto indispensable para la comprensión de todos sus escritos. Entre otras cosas logró Ramón Lulio despertar el interés de los padres conciliares en Vienne hacia sus planes de misión.

En su libros muestra Lulio la necesidad de reflexionar sobre las propias creencias. El laico Lulio le exige a los cristianos y a los no cristianos que piensen, que hagan ejercicio de su capacidad de pensar para evitar la más moderna y peligrosa de las ideologías que consiste en rechazar todo lo que ponga en entredicho la situación actual y no pensar nada seriamente. En la escala de las criaturas la capacidad de pensar separa al hombre del animal y le constituye en hombre. Lulio criticó duramente a sus correligionarios proponiendo nuevos caminos. Su crítica más profunda y decisiva fue hacer hincapié en el hecho de que el hombre común piensa poco, con poca personalidad, con escasa profundidad y con casi ningún método. Todos los que creen, sean moros, judíos o cristianos, tienen una común categoría que no los diferencia en nada: poder pensar, poder entender, poder amar. Para Lulio es precisamente el no hacer uso de esa posibilidad de pensar, entender y amar la causa de todas las disidencias y discordias dentro de la cristiandad y dentro de la humanidad en su conjunto. Lulio propone la solución de todos los problemas a través de una acción pastoral destinada a lograr que la gente haga uso de su capacidad de pensar y reflexionar. Su obra es para él una nueva y fácil "sciencia universalis" a través de la cual todo el mundo podrá aprender a hacer uso de su inteligencia.

La exigencia luliana se reduce a inculcar un espíritu curioso, crítico y abierto. De ahí el oficio singular que Lulio encomienda al joven protagonista de su Libro de maravillas: "Te conviene maravillarte... ve por el mundo y maravíllate".

Por eso propone ir "por bosques y por montañas y llanos, por yermos y poblados, por castillos y ciudades, por aguas dulces y saladas" para maravillarse de las maravillas que hay en el mundo y preguntar lo que no se entiende y aprender lo que no se sabe. De ahí su profunda convicción de haber encontrado, al fin, el verdadero camino: "Largo tiempo he trabajado en buscar la verdad por unas maneras o por otras y por la gracia de Dios he llegado al fin al conocimiento de la verdad que tanto he deseado saber, la que he puesto en mis libros".

Entender y no sólo creer es lo que llena el alma de gozo y satisfacción. Entender es el verdadero camino de la felicidad y, por tanto, el verdadero camino del amor. Entender nos hace semejantes a Dios que entiende y no cree. Del afan de entender y de la reflexión "sin otro compañía que la Dios y los árboles, hierbas, pájaros, fieras, aguas, fuentes, prados y riberas, sol, luna y estrellas, pues ninguna de estas cosas embarga el alma" se alimentó el pensamiento de Lulio. De ahí le vino aquella riqueza y seguridad que manifestó siempre en sus convicciones y que entusiasmó a tantos pensadores.

Lulio quiere entender su fe y abrazar afectivamente todos los aspectos de la realidad. Lulio sufría las fealdades de un paisaje yermo, la destemplanza de un organismo averiado, las inconsecuencias de un clérigo ignorante, las injusticias de un rey o los desatinos de un obispo. Pero sobre todo no podía comprender por qué las personas no ejercían como tales utilizando su inteligencia.

Todo esto no era más que la consecuencia de su concepción metafísico-teológica del mundo que no era sostenida por un pensador "racionalista" frio y distante, sino uno que amaba el objeto de sus pensamientos y de su crítica que, de vez en cuando, se estremecía ante la belleza de las teorías y misterios que contemplaba. Lo más admirable de su acción es su ejemplar optimismo y su firme convicción del triunfo final de la razón y de la verdad.

La predicación -Lulio es el único laico que en la Edad Media formuló una teoría de la predicación cristiana- no ha de servir para mover emociones sino para enseñar al cristiano a comprender su fe. Lulio se percata -y esto es algo especificamente luliano- que la creencia puede ser un obstáculo para hacer uso libre de la razón. El fin de toda su larga e incansable labor era conseguir que el hombre pudiese ejercer la capacidad de pensar aplicándola a objetos y problemas que estuvieran por enciama de lo meramente sensible. Lulio lamenta que "la mayoría de los hombres en este mundo no saben entender y no saben amar". Comunicar una ciencia al pueblo para enseñar al pueblo la verdad y el amor es la razón de ser del ideario luliano. Convencer al hombre del "gran placer espiritual de entender" por encima de las necesidades y placeres sensibles y también por encima de la mera creencia sin reflexión era el fin primordial y la razón de ser de su incansable y larga actividad.

Lulio no sólo ha luchado durante toda su vida por la extensión de la fe de Cristo, sino que ha dejado un ejemplo a seguir y una densa doctrina de gran utilidad para las necesidades del mundo de hoy.