Lenguaje y Metodología - el "Confundente" Oriental en un Filósofo de Occidente

 

Luiz Jean Lauand
(Universidade de São Paulo)

 

En este estudio, tras discutir el peculiar papel ejercido en el filosofar (distinguiendo el filosofar de las ciencias) por el lenguaje -elemento metodológico principal en la articulación lenguaje/pensamiento/realidad-, se señalan algunos rasgos metodológicos del pensamiento de uno de los mas importantes filósofos alemanes contemporáneos, Josef Pieper, en especial la atención que dedica a la acumulación semántica, una característica propia del lenguaje y pensamiento orientales.

Cada ciencia estudia su objeto bajo un determinado punto de vista: se vuelve hacia un determinado aspecto y todo lo demás simplemente no le interesa.

Así, una misma realidad, por ejemplo, el hombre, es estudiada por distintas ciencias bajo distintos ángulos: es uno el enfoque de la Medicina; otro, el de la Psicología; otro, el de la Sociología etc.

El objeto de estudio de una ciencia y, sobre todo, su peculiar punto de vista -que los antiguos denominaban objeto formal quod- condicionan, como es lógico, su metodología: ¿de que sirven, digamos, la comprensión empática para el matemático o los teoremas para un historiador?

Y, es evidente, lo mismo se puede decir (además, por supuesto, de las teorías...) del instrumental de cada ciencia, también en este caso el objeto es decisivo: por su objeto la astronomía emplea el telescópio y no el microscópio; la física -al contrario de las matemáticas- requiere un laboratorio; etc.

Es cierto que la cuestión del método de las ciencias no es sencilla y suscita infinitas discusiones. Sin embargo, cuando se trata del filosofar -del genuíno filosofar, tal como lo entendieron "los antiguos"- la cuestión del método se vuelve todavia más problemática y esto no por un mayor grado de complejidad, sino porque ella nos introduce en un nuevo orden: el mismo que distingue el filosofar del quehacer científico.

Por eso el filosofar no tiene ni puede tener -y ni siquiera pretende tener...- la operacionalidad metodológica que se puede hallar -en mayor o menor grado- en las ciencias. Y eso porque Pieper -siguiendo la tradición clásica del pensamiento europeo- entiende por filosofar la búsqueda del ser, guiada por la pregunta "¿Qué es, en sí y al fín de cuentas, esto?", tal como lo plantea Platón.

El filosofar, portanto, no se limita a un "punto de vista" sino que indaga "What is it all about?", indaga por el todo con que se relaciona este objeto.

No debemos olvidar, por otra parte, que precisión -etimológica y realmente- significa recorte. La ciencia es precisa en la medida en que dice: "me interesa este aspecto de la realidad (¡y el resto no me interesa!)"; pero el filósofo, cuando pregunta por la realidad -cuando pregunta, por ejemplo, "¿qué es el hombre?"-, no se limita a un determinado punto de vista, sino que se abre omnidimensionalmente al ser, a lo que en sí y en sus últimos fundamentos es tal realidad -el hombre, el arte, el amor o lo que sea.

Precisamente esa amplitud de perspectiva hace el filosofar problemático: no hay para él una metodología "que se porte bien". Así se comprende que -más allá de cualquier operacionalidad- filosofar "es un proceso existencial que se desarrolla en el centro del espíritu, un acto espontáneo que arranca de la vida interior". Y ¿cómo se podría hablar en operacionalidad metodológica en el filosofar, que, como dice T. S. Eliot -precisamente a propósito de Pieper-, requiere antes insight and wisdom , disponibilidad para las grandes experiencias sobre el hombre y el mundo en las que la realidad se manifiesta?

Pues, para Pieper, el filosofar parte de la experiencia, sobre todo de las grandes experiencias que el hombre tiene consigo mismo y con el mundo.

Pero -y ahí radica la peculiar dificultad para quien filosofa- esas experiencias especialmente densas no tienen brillo duradero en la conciencia: pronto se deshacen, se desvanecen, se nos escapan...

No que se aniquilen; se condensan, esconden, depositan... en el lenguaje, en el lenguaje común, ése que nosotros mismos hablamos y oímos todos los días.

El lenguaje es así un "laboratorio" para el filósofo. Por eso la extraordinaria importancia de las lenguas para el filósofo: en su ya citado prefacio T. S. Eliot afirma que el filósofo ideal debería estar familiarizado con todas las lenguas; para poder ejercer su oficio: "rescatar" la sabiduría que se ha ocultado en el lenguaje.

Eso es así porque las palabras tienen un potencial expresivo mucho mayor de lo que podemos imaginar, cuando de ellas hacemos uso de modo muy familiar y casi automático.

Esas convicciones vinculan fuertemente la metodología del filosofar de Pieper -y la de "los antiguos"- al análisis del lenguaje.

Ejemplifiquemos con un par de casos de ese volverse para el lenguaje en el filosofar de Pieper. Por un lado, el filósofo debe dar mucha atención a la especificidad semántica distintiva de cada palabra con relacíon a sus "sinónimos". Por ejemplo, es cierto que casa, hogar, residencia, etc. apuntan todas para una misma y única realidad objetiva, pero cada uno de esos sinónimos enfatiza un aspecto, insubstituíble en determinados contextos: no se puede decir, por ejemplo, "¡residencia, dulce residencia!"...

En ese sentido, Pieper señala una importante "regla metodológica": una palabra está siendo empleada en su sentido propio solamente cuando no puede ser reemplazada por otra (por ningún de sus sinónimos) sin que haya alteración de sentido.

Piénsese, por ejemplo, en la palabra "comprender". En el lenguaje común decimos que "comprendemos una lengua extranjera", que "he comprendido las instrucciones para poner en funcionamento tal aparato electrónico", etc.

Sin embargo, solamente nos damos cuenta del contenido semántico (y humano, existencial) propio del "comprender" cuando verificamos que hay certos contextos de lenguaje -como cuando decimos: "No me hace falta dinero, sino comprensión"- en que el vocábulo "comprender" no se deja substituir, sin alteración de significado, por ningún "sinónimo".

La clareza y la distinción del pensamiento dependen, sin duda, de sus correspondientes en el lenguaje. Y vemos Pieper sacar las más decisivas consecuencias filosóficas sobre la esperanza a partir del hecho de que la lengua francesa dispone de dos vocábulos distintos para esperanza: espoir y espérance: el primero, tendiendo al plural, a las "mil esperanzas" en la vida; el segundo, se dirige a la única y decisiva esperanza, la de "salirse bien" simpliciter.

Pero, en contra de lo que a primera vista podría parecer, no solo la distinción es importante. Algunas de las más brillantes contribuciones de Pieper para el pensamiento filosófico están en apuntar la "confusión" en el lenguaje, que nos lleva a la "confusión" en el pensamiento y que, en definitiva, corresponden al hecho de que la misma realidad es también "confundente".

Esa atención a lo confundente en el sistema lenguaje-pensamiento-realidad es una dimensión de la forma de pensamiento oriental en el análisis pieperiano.

Pues precisamente esas riquezas y posibilidades del pensamiento confundente son típicas de las lenguas semíticas (como el árabe o el hebraico), en las que la misma palabra o, más ampliamente, el mismo radical tri-consonantal, confunde (desde un punto de vista occidental) en sí diversos significados, brindándonos la oportunidad de apreensión de relaciones de significado hasta entonces insospechadas.

Es el caso, por ejemplo, del radical S-L-M de la palabra árabe salam (o, su equivalente en hebraico, Sh-L-M de shalom), que el occidental traduce por paz.

En torno a esta raiz, S-L-M, se confunden en el lenguaje (y en el pensamiento y en la realidad), entre muchos otros, los significados de:

- unión, integridad en el sentido físico y moral (SaLyM es "el íntegro");
- salud (salam/shalom son además fórmulas universales para saludar),
- normalidad (el plural SáLiM en la gramática es el plural regular);
- salvación (también en el sentido religioso);
- submisión, aceptación (de buena o mala voluntad), y de ahí iSLaM y muSLiM (musulmán);
- acogimiento; conclusión de un asunto; paz etc..

En el filosofar de Pieper encontramos importantes pasajes, marcados por ese modo de pensamiento, que se asemeja a la forma de pensamiento oriental.

Que, por ejemplo, no hay radicalmente dos felicidades, sino sólo una: la Felicidad definitiva, la bienaventuranza del Cielo, que es ya prefigurada y participada en las felicidades de esta vida. Pieper cita la sentencia de Tomás: "Así como el bien creado es cierta semejanza y participación del Bien Increado, así también la consecución de un bien creado es ya cierta semejanza y participación de la felicidad definitiva". Esto se verifica en el lenguaje y Pieper agudamente señala en su tratado sobre la felicidad que, cuando las diversas lenguas eliminan la distinción entre una felicidad sublime y las felicidades banales, están en el fondo haciendo una acertada confusión que espeja la realidad.

Otro ejemplo, también él infinitamente sugestivo: al preguntarnos: "Qué es, en sí y finalmente, el amor?", debemos fijarnos no solamente en las múltiples distinciones hechas por las lenguas griega, latina y neo-latinas, sino, sobre todo, en las riquísimas posibilidades confundentes de la lengua alemana, que no dispone sino del único y confundente substantivo: Liebe.

"Así empleamos Liebe para expresar la preferencia por una determinada calidad de vino y también para designar el solícito amor por una persona que pasa por dificultades; o aún para la atracción mútua entre hombre y mujer; o la dedicación del corazón a Dios. Para todo eso, disponemos de un único substantivo: Liebe. (...) Esta manifiesta, o simplemente aparente, pobreza del vocabulario alemán nos ofrece una oportunidad especial: la de enfrentar el reto, impuesto por el mismo lenguaje, de no perder de vista lo que hay de común, de coincidente entre todas las formas de amor".

Y sólo así puede Pieper llegar a la caracterización del amor como aprobación y a la genial formulación que amar -a alguien o a algo- es decirle : "¡Es bueno que existas! ¡Que maravilla que estés en el mundo!".

Esa dependencia del lenguaje común (que acompaña el pensamiento y la realidad) -sea en la dimensión de distinción, sea en la de confusión- hace del filosofar de Pieper un pensamiento fuerte y sabroso, plenamente adecuado a aquella intención de abertura para la totalidad y, sobre todo, lleno de sabiduría: la sabiduría del erudito que coincide con la sabiduría del hombre de la calle...