La Mujer

 

(El presente texto es la transcripción de una conferencia dictada por don Julián Marías, que, como se sabe, no utiliza para ello un texto escrito - en la edición se mantiene el estilo oral. Conferencia del curso “El Lirismo y el Prosaísmo”, Madrid, 1999/2000 - edición: Ana Lúcia C. Fujikura- http://www.hottopos.com)

Julián Marías

 

¡Buenas tardes! En la conferencia anterior hablé de la mujer, de la misión de la mujer desde el clima del lirismo. Recuerden ustedes, como decía yo, que la fuente principal del lirismo en la vida humana, especialmente en los países de nuestro ámbito cultural –en otros países que son demasiado distintos y demasiado difíciles de conocer no me atrevería a generalizar–, pero en todos los países de tradición occidental, desde los originarios de Grecia y Roma hasta los actuales de Occidente, la fuente principal del lirismo es justamente la proyección del varón hacia la mujer y de la mujer hacia el varón. Recuerden ustedes como les hablaba de la tensión que se produce entre los dos, de la actitud imaginativa, proyectiva... Ser varón quiere decir estar referido a la mujer; ser mujer quiere decir estar referida al varón. Y esto crea, diríamos, lo que se puede llamar un campo magnético – un campo magnético que establece una tensión dinámica entre los dos sexos, entre las dos formas de vida humana. Esto, evidentemente, es permanente.

Esta tensión entre varón y mujer, que no es precisamente sexual sino sexuada; esa condición sexuada, es decir, la condición de ser varón o mujer, ser dos formas de instalación en la vida, dos formas de persona humana, algo que acompaña a la vida entera, durante toda su duración y en todas sus dimensiones. Esto es justamente lo que da el temple del lirismo a la vida humana – que puede fallar, porque nada humano es permanente, nada humano es seguro. Hay procesos de personalización y de despersonalización y puede haber crisis que afectan a esta dimensión, que es permanente, constante y abarcadora de la vida.

El origen, en definitiva, de esta relación ha sido una actitud por parte del varón, respecto de la mujer, de entusiasmo. Si ustedes consideran la cultura occidental en su conjunto, verán como, por ejemplo, en la literatura, la poesía, la novela, en el teatro, en la música –en otra dimensión, distinta–  en las artes plásticas, hay como una constante tensión, una constante versión del hombre por la mujer –y digo del hombre por la mujer porque se ha expresado mucho más, en forma masculina, en una perspectiva masculina y, por ejemplo, la mayor parte de las obras literarias o artísticas han sido realizadas por varones y dirigidas a la mujer– lo cual no es pura casualidad tampoco. Si ustedes miran, por ejemplo, la expresión de esta actitud, hay una cierta resistencia por parte de la mujer. Se puede pensar que es falta de dotes, falta de desarrollo, de cultivo de ellas... Hay algo más: hay probablemente un sentido de reserva, un sentido de no-expresión de ciertos aspectos de la intimidad que han sido mucho más cultivados y probablemente con más sentido por el varón.

Hay por consiguiente esto grado de tensión y, repito, el origen es una actitud de entusiasmo. Si ustedes consideran la cultura de Occidente en su conjunto verán como hay una dedicación inmensa a la interpretación, a la expresión, a la formulación de la peculiaridad de la mujer, de la relación del hombre con ella, de lo que se espera de ella etc., esto ocupa un volumen absolutamente inmenso. No se podría encontrar ningún otro tema, ningún otro asunto, al cual se dedique una atención comparable. Habría que llegar a nuestra época... ¡Habría que llegar al fútbol! Quizá una dedicación comparable se encuentre ahora solamente en el fútbol, en el deporte en general (y muy especialmente en el fútbol), lo cual me parece sumamente inquietante. Si ustedes consideran, por ejemplo, el tiempo que dedica la radio, o el tiempo que dedica la televisión, o el número de páginas que dedican los periódicos al deporte –y muy especialmente al fútbol– encontrarán que no hay comparación con nada y, tal vez, el volumen que ha tenido la poesía lírica, el teatro, la novela y la música, sumado todo esto, en otros tiempos, habría llegado a un volumen comparable al que se dedica ahora al deporte.

Evidentemente hay también la posibilidad de que haya una especie de ola de prosaísmo, que cubre la relación habitual, centenaria o quizá milenaria, entre el varón y la mujer. ¿Por qué ocurre esto? ¿En qué medida ocurre? Hay varios factores que han intervenido en esto y que han llegado a una situación que hoy es de una cierta escasez de lirismo. Hay una cierta dosis de prosaísmo. Por una parte, ha ocurrido el hecho de que ha invadido la consideración sexual sobre la sexuada. Ha habido una especie de reduccionismo de la relación entre varón y mujer a lo sexual. El sexual tiene varios caracteres: primero, no es permanente. La vida sexual no se inicia con el nacimiento, suele atenuarse, o incluso extinguirse, con los años. Ocupa solamente ciertos aspectos, ciertas dimensiones de la vida y no otras. No tiene la universalidad y la permanencia total que tiene la condición sexuada. La condición sexuada consiste en ser varón o ser mujer, en la forma de instalación en esta vida, en este tipo de persona – lo cual no ocurre, evidentemente, con lo sexual.

Por otra parte, este predominio de la consideración sexual que hoy domina, más que en la realidad, en la expresión, en la formulación de las cosas – esto tiene una consecuencia que se considera como la culminación de la vida –lo cual es falso– o bien se convierte en algo abstracto. En definitiva se produce un proceso de despersonalización. Ahora bien, el lirismo es justamente la condición misma de la persona: es lo imaginativo, lo proyectivo, es lo que provoca y –implica como método– la ilusión. Esto produce como un descenso de lirismo y una actitud, en cierta medida, de prosaísmo, que impregna la relación entre el varón y la mujer.

Hay además una actitud cuando el entusiasmo –este entusiasmo de que yo hablaba tanto y que me parece capital– se entibia o desciende...: se produce, por parte del varón, un afán de dominio, dominio sobre la mujer. Esto existe en algunas formas de historia, en algunas formas de cultura (o de incultura...): es precisamente dominante. La idea de dominio del varón sobre la mujer, que queda resueltamente subordinada. Pero resulta que esto a veces no es así y entonces es posible, es muy frecuente, que el hombre compense, diríamos, con un afán de dominio o con una creencia de ser dominador, de ser dueño – esto ha predominado sobre todo en algunas épocas y en muchos lugares, más que en otros. Trata con esto de compensar la conciencia de ciertas deficiencias.

Un factor muy importante en la vida humana es la satisfacción de uno mismo: de uno mismo individualmente, o de uno mismo en cuanto grupo, condición, sexo, clase social o cualquier otro atributo. Cuando se tiene un descontento personal, un descontento íntimo, cuando no se está seguro de ser plenamente esto que se pretende ser, esto que se supone que se es, hay la tendencia a buscar ciertas compensaciones de ello. Entonces esto se ha producido, en cierto modo, en las relaciones entre varones y mujeres – con participación también de la mujer. Esto es curioso. Ha habido, diríamos, en la disminución del entusiasmo masculino por la mujer, una cierta complicidad de la mujer también. Y si se mira bien, el origen es sumamente parecido. Quiero decir que la mujer normalmente ha estado satisfecha de serlo, ha estado contenta de ser mujer, ha sabido qué era eso, qué quería decir, cuál era por tanto su función, su puesto en la historia, en la vida personal. Pero hay un momento en que esto falta, en que la mujer empieza a no estar en claro respecto de sí misma, o a no estar contenta de ser mujer. Entonces, en definitiva, hay una actitud que es como de una cierta irritación frente a ese entusiasmo que el hombre siente por ella. Y yo creo que no hay nada que revele mas lo que es la mujer que cuál es la reacción que tiene al entusiasmo del hombre... Cuando una mujer es verdaderamente mujer, cuando lo es, y está instalada en esta condición, evidentemente siente felicidad cuando siente el entusiasmo masculino – aunque no le interese en concreto, aunque no vaya ahí mas allá de eso... Simplemente el sentir el entusiasmo ambiente, el entusiasmo en torno suyo, le da felicidad. ¡Pero hay casos en que esto no se da! Es extraño, sorprendente, pero ocurre. Entonces, más bien, le produce una cierta irritación, un cierto malestar, el sentirse admirada, el sentir entusiasmo.

Hay un momento también delicadísimo, yo creo, muy peligroso, en que la mujer no quiere ser deseable. Puede parecer extraño, pero si ustedes lo analizan con un poco de detención verán que no es tan infrecuente... Entonces, evidentemente, cesa esta atención de que hablaba antes, este campo magnético de la convivencia, que es justamente la raíz capital más constante, más permanente y más abarcadora del lirismo y se produce una actitud, en cierto modo, de prosaísmo.

Ocurre a veces también que la mujer, en función de este cierto descontento y de las justificaciones que tiene este descontento –la mujer es, a veces, tratada mal; llevamos un tiempo bastante largo en que se subraya el mal tratamiento que ha tenido la mujer en la historia y no si tiene en cuenta ni se nombra siquiera este trato de entusiasmo, de admiración que ha sido mucho más grande, mucho más importante, mucho más abarcador– da por supuesto que la mujer ha tenido una condición lamentable siempre, cuando la realidad es bien distinta: ha tenido condición lamentable a veces. En general, ha tenido una situación privilegiada en un otro número enorme de casos.

La mujer en vista de que reivindica sus derechos, reivindica sus capacidades, aspira a la realización de multitud de actividades que ha realizado o no, o más o menos, o en diferentes formas. Esto la lleva a una actitud negativa y de descontento permanente. Por eso hablaba de complicidad, que ha existido. Pero, claro, esto tiene la consecuencia de que altera la condición misma. Yo tengo la impresión de que, en tiempos relativamente próximos y no antes –no digo que no haya habido, en algunas épocas, fenómenos parecidos pero no han sido generales–, hay una cierta confusión acerca de lo que es ser varón y ser mujer. Tradicionalmente los dos sexos han estado instalados en su condición: la han tomado como algo obvio, algo que está ahí, han creído que era natural o bien que era por la tradición, que era un fenómeno histórico, se lo han aceptado como tal. Y hay un momento que se podría precisar, ocurre en diferentes dimensiones de la vida, ocurre en diferentes países o lugares, con diferencias, pero hay un momento en que empieza a no haber demasiada claridad. No hay una claridad plena acerca de lo que es ser varón y de lo que es ser mujer y, por supuesto, cual es la relación justa, la relación adecuada, la relación normal entre ambos. Esto es, creo, un origen muy claro de prosaísmo.

En lugar de proyectarse en uno hacia la otra, o la otra hacia el uno, y encontrar que la propia realidad se realiza justamente en esta relación, hay un comienzo de rivalidad, hay un comienzo de hostilidad. Es decir, no se proyecta a cada uno hacia el otro, sino más bien contra el otro. Y, repito, hay una participación de ambos sexos en esta actitud. El fenómeno no es –o casi nunca es– unilateral. Lo cual produce una situación de un cierto malestar: se pierde el cultivo de la imaginación – no olviden ustedes que el lirismo es muy fundamentalmente imaginativo. Creo que les decía el otro día, respecto de una conferencia que pronuncié hace algún tiempo en Roma, les mencionaba la expresión que emplea Cervantes a propósito del enamoramiento de D. Quijote, a respecto de Dulcinea del Toboso: esta actitud de la "dama de sus pensamientos". Porque efectivamente el irreal amor de D. Quijote se nutre de que piensa constantemente en la dama de sus pensamientos, en Dulcinea de Toboso. La piensa constantemente, la imagina, la realiza mentalmente. Y yo dije, en esta conferencia, que normalmente el hombre desea la mujer, frecuentemente la quiere..., pero no la piensa mucho, no es frecuente que la piense mucho. Y recuerdo que todas las señoras que estaban en la conferencia me decían qué razón tenía y que esto era así, es decir, caían en la cuenta de que se sentían poco pensadas, escasamente pensadas... Deseadas, queridas talvez –probablemente en muchos casos...–, pero no muy pensadas, deficientemente pensadas. Y al oír esto lo echaban de menos, encontraban que definitivamente algo faltaba.

Esto, comprenden ustedes, tiene un valor extraordinario, y es justamente la clave de este lirismo ambiente y envolvente que engloba al varón y al mujer, en una relación que no tiene que tener ninguna actividad particular, en concreto, sino que se justifica por sí misma. Es decir, el hombre en presencia de la mujer, o la mujer en presencia del hombre, basta, es suficiente. No necesitan hacer algo particularmente.

Los hombres necesitan, en general, hacer algo juntos. Las mujeres... la cuestión es más delicada, porque no es frecuente que necesiten hacer algo juntas. Más bien, hay ciertas dificultades. Es curioso este fenómeno porque probablemente la mujer, en definitiva, si hace algo es, normalmente, con un hombre o, en otro caso, con los hijos. La relación del varón con los hijos no es la misma – evidentemente, no hay paralelismo: son dos relaciones muy profundas, muy importantes, pero diferentes. Todo en el varón y en la mujer es diferente. Incluso los fenómenos que son comunes o aparentemente parecidos, si se miran bien, son bastante distintos. Y esto porque tienen otros sentidos, porque entran en contextos diferentes. Las mujeres entre sí no tienen frecuentemente mucho que hacer juntas y, más bien, aparecen relaciones de rivalidad, de independencia... La relación, por ejemplo, frecuente de camaradería que existe entre hombres, compañeros de trabajo, compañeros de milicia... esto no es nada frecuente en las mujeres. Si ustedes miran bien, verán como hay amistades femeninas rigurosamente personales y no muy frecuentes y no siempre próximas. Lo que se da con perfecta normalidad en el hombre no se da en la mujer, se dan otras cosas.

Creo que está por estudiar la tipología de las relaciones humanas en su detalle efectivo. Además, habría que distinguir, claro está, entre las edades. Es evidente que las edades tienen una importancia muy grande. Piensen, por ejemplo, en la amistad entre niños, que evidentemente no es demasiado intensa. Cuando la gente dice a veces: “¡Oh! Somos amigos desde la infancia, amigos íntimos!” ¡No! Porque el niño no tiene intimidad. Los amigos de infancia no son íntimos: son triviales, son compañeros de juegos, no más. La intimidad aparece en la adolescencia. Los amigos íntimos se originan, con gran frecuencia, en la adolescencia, en la primera juventud – y son los amigos íntimos más frecuentes y más duraderos. Puede haber amigos íntimos a cualquier edad, no hay límite: se puede tener amigos íntimos hasta la vejez y se pueden adquirir amistades íntimas hasta la vejez. Pero las más frecuentes son las de adolescencia y primera juventud. Y naturalmente la edad no significa lo mismo para el hombre y para la mujer – incluso hay razones fisiológicas que hacen con que haya diferencias, pero, en todo caso, biográficamente es muy diferente. ¿Comprenden ustedes que para entender la vida humana hay que acercarse a ella y a su detalle?

Es frecuente que cuando se produce esta especie de reivindicación de la mujer, de su independencia, de sus dotes, de sus capacidades, de sus derechos, se produzca en el hombre –sobre todo si no está muy seguro de sí mismo– una actitud, en cierto modo, de temor. Piensen ustedes que, quizá por primera vez en la historia, es bastante frecuente que el hombre tenga temor a la mujer. No temor a lo que el hombre ha tenido siempre, que es temor a enamorarse. El hombre siempre ha tenido un cierto temor, una ilusión, un apasionamiento, pero un temor también a enamorarse, a quedar prendido – prendido y prendado...

Ahora esto quizá es menos frecuente – menos frecuente porque se ha producido una enorme simplificación de las relaciones. En cambio, hay un cierto temor. ¿Temor a qué? Temor a que la mujer tenga poder, o tenga independencia económica, o tenga capacidades que pueden ser superiores a las del hombre, que se siente en falta. Hay un fenómeno que es cómico, es un poco ridículo: al hombre vulgar, español por lo menos, no sé si los demás, probablemente también..., le producía una gran felicidad que su mujer le preguntara si una palabra se escribía con b o con v. Esto le daba conciencia de su superioridad, lo tranquilizaba. La mujer sabe perfectamente si se escribe la palabra con b o con v, con g o con j y el que talvez no lo sabe es el hombre porque además lee menos, probablemente. El hombre, cuando la mujer le hacía una pregunta bastante elementar, se sentía seguro, se sentía confirmado en su superioridad, que probablemente no existía, pero suponía existir.

Hoy día se ha producido una alteración de las relaciones que es prosaica. Es evidente que si el hombre tiene rivalidad con la mujer, o si le tiene temor, o si se siente en falta, inseguro de sí mismo, la relación pierde lirismo, pierde entusiasmo, se convierte en algo, en definitiva, prosaico. Lleva a ciertas realidades concretas que son económicas, o de prestigio, o que son, a veces, incluso, lo que ocurre ahora con cierta frecuencia, que hombres y mujeres trabajan en una misma empresa. Hay un problema que se presenta muchas veces: por ejemplo, una mujer tiene un puesto de mando –de mando, en cualquier sentido de la palabra– y el hombre tiene una consideración inferior – tiene menos sueldo, menos poder, menos títulos... lo que sea. Esto introduce un factor de prosaísmo, que es muy grave.

Son fenómenos que corresponden a ciertas estructuras sociales, económicas y profesionales, que son recientes – son fenómenos bastante recientes. En otros tiempos se planteaban desde otro punto de vista. Por ejemplo: cuando había una articulación en clases sociales muy aguzada y la mujer podía ser de un linaje superior; otras veces, ocurría lo contrario: había la idea dominante de que el hombre podía fácilmente elevar a la mujer a una jerarquía social superior, por ejemplo, fundándose en la belleza de la mujer. Un hombre, por ejemplo, distinguido, de una clase superior, un aristócrata, podía elevar a una mujer que fuera de clase social inferior porque esta mujer era de gran belleza, era atractiva y por consiguiente había el ascenso normal y fácil. A la inversa era mucho más difícil, era más problemático, introducía un malestar.

Como ven ustedes, son relaciones sumamente delicadas, porque afectan a lo más íntimo de la persona, a la idea que cada uno tiene de sí mismo. Y, repito, estos fenómenos que acabo de enumerar y que acabo casi de nombrar, simplemente, sin entrar mucho en ellos, son recientes – se producen en un cierto momento, en general, en este siglo. Piensen, por ejemplo, como, ha parecido normal, en las democracias europeas modernas, pareció simplemente normal el que el voto fuera exclusivamente masculino. Cuando se establecen las democracias, ya desde la Revolución Francesa y posteriormente, votan los hombres, no votan las mujeres y esto parece normal, ni se ocurre. ¿Por qué? Por muchas razones: una, por falta de interés. La cosa es tan reciente en muchos países que se puede recordar perfectamente: ciertamente había algunas mujeres que tenían deseo y gran voluntad de votar – eran unas que se llamaban en Inglaterra "las sufragistas", pero cuando se planteó este problema en España, la República, desde el año 1931, recuerdo muy bien que la reacción habitual, frecuente de las mujeres era: ¡Qué lata tener que votar! ¡Qué fastidio! No tenían ningún interés – algunas sí, pero una minoría muy exigua. Y había dos deputadas en las Cortes de la República de 1931: una, Clara Campoamor, que era partidaria del voto femenino, lo deseaba, lo propugnaba; y otra, Victoria Kent, que era enemiga del voto femenino. ¿Por qué? Porque decía que las mujeres iban a votar en quien les dijera el cura... Esta era la cuestión, entonces esto le parecía inconveniente. No se les ocurría –porque no les parecía mal– que votaran lo que dijera, por ejemplo, el jefe del sindicato: era su papel político. Pero le molestaba la idea de que podrían votar lo que les aconsejara el cura. Al final se aprobó el voto femenino, pero duraran tan poco el voto femenino, como el masculino porque desde el año 1936 se acabó todo...

Pero esto parecía normal, parecía una obligación más o menos enojosa, más o menos penosa, no tenía interés... Este fenómeno pasó del mismo modo con el sufragio universal. Antes, en el siglo XIX, en la mayor parte de los países, el voto era censitario: tenían voto los que pagaban impuestos, los que tenían tributación o los que tenían algún título académico – los demás no votaban. Lo cual hacia que el voto fuera más auténtico, porque votaban los que tenían ideas políticas, los que tenían alguna preocupación política y algún conocimiento de asuntos políticos. Había parte de la gente que no tenía ni idea, no sabían que partidos había, ni que querían decir, ni que valor tenían. Esto lo supría el caciquismo, el cacique local les decía lo que debían votar, a cambio de algunos servicios, algunos favores o, a veces, de algún soborno... Poco a poco se fue formando un interés político, una voluntad política, se empezó a distinguir de grupos, de partidos, de ideologías, de programas políticos y se fue formando una conciencia política, democrática, más o menos perfecta, más o menos intensa, más o menos alerta, pero llegó a producirse. Esto empezó naturalmente mucho más en las ciudades grandes que en las ciudades pequeñas o en los pueblos. Entre los trabajadores, la voluntad política empezó entre los del gremio de impresores porque leían, leían por oficio. Muchas gentes no leían nunca un libro, pero los que eran profesionales de la imprenta, sí, naturalmente leían porque era su trabajo. Y ahí se organizó precisamente el movimiento político, el interés político, que no existía antes. Los debates políticos, las discusiones en las Cortes, fue poco a poco penetrando, porque durante mucho tiempo la actitud normal era de una cierta indiferencia en la mayor parte de la población. No olviden ustedes el hecho de que los medios de comunicación se han multiplicado por 50 o por 200. Esto empieza a existir cuando los periódicos diarios, periódicos primariamente políticos –los periódicos del siglo XIX son ya políticos–, en gran parte, discuten cuestiones públicas. Con poca difusión, se leían poco, evidentemente, pero luego ya se generalizan: en la segunda mitad del siglo XIX son muy importantes – son quizá más importantes que ahora, porque entonces hacían un efecto continuado. A la larga el papel de la prensa es más importante, por ejemplo, que el de la televisión, que hace efectos súbitos, rápidos –puede incluso, por ejemplo, influir en las elecciones–, pero en la formación de la opinión habitual y permanente, la reiteración de lo que se lee, al cabo de mucho tiempo es mucho más profundo, mucho más eficaz que la televisión o la radio que se oye... son fugaces – hacen efectos inmediatos pero no más. No olviden ustedes otro problema: no había radio, no había televisión. El único medio de comunicación multitudinaria era la prensa, eran los periódicos. Esto cambió también mucho el sistema de la formación de opiniones.

Pero además había un factor más: es el interés menor de la mujer por la vida pública. Hay un hecho que sigue siendo todavía verdadero y actual: cuando llega el periódico a una casa, normalmente, el hombre se apodera del periódico primero. La mujer tiene menos interés por el periódico, le interesa menos lo que pasa, le interesa más las cosas personales. Por ejemplo, es más propio de la mujer el dominio de lo que se llama cotillería. Hay hombres muy cotillos; yo he conocido a algunos en grado superlativo, pero no es frecuente. Y la mujer es más cotilla porque le interesa más lo personal, le interesa más lo que le pasa al vecino que lo que pasa en el periódico... ¡Es evidente! Lo cual tiene también su interés, porque es evidente que una cosa es más abstracta, la otra es más concreta y más personal.

Como ven ustedes, hay cambios de desplazamientos de la opinión, del interés, de lo que interesa a cada sexo (o a cada edad). Entonces se ha producido un cambio muy considerable. El resultado ha sido también otro, que es el ocupar los puestos de trabajo. Ahora hay muchas más chicas que chicos en cualquier universidad, sin duda ninguna. En todas partes ahora hay un número de mujeres casi siempre mayor que de hombres, lo cual ha hecho un desplazamiento de la sociedad y de las relaciones mutuas. Entonces, ahora se ha producido una especie de alteración del equilibrio habitual: hay ahora relaciones de competencia, de rivalidad, incluso económicas. El primer paso ha sido el que la mujer ha tenido un grado de independencia económica que no ha tenido casi nunca: hay mujeres que tenían una fortuna personal o que eran herederas, por ejemplo, tenían su independencia. Había, por ejemplo, esos matrimonios en que alguien se casaba con una mujer rica y decía: "no es verdad que me he casado por interés..., me he casado por el capital...” (risas) ¡Esto pasaba!

Pero ahora resulta que no es esto... No es que la mujer tenga un capital: ¡es que gana dinero, bastante dinero! A veces, gana más que el marido – ¡frecuentemente! Ahora, por ejemplo, lo normal, con el doble ingreso, es que los matrimonios actuales tengan cuentas corrientes independientes, separadas... es muy frecuente. Esto, por ejemplo, en mi casa, nunca ha ocurrido – nunca hemos tenido cuentas corrientes..., pero, en todo caso, era una común, a nombre de los dos. Nunca ha habido más cuentas que la única de la familia. Pero ahora es muy frecuente que un matrimonio tenga dos cuentas separadas: el marido tiene su cuenta y la mujer tiene la suya. Y a veces es más pingüe la femenina que la masculina, lo cual evidentemente produce malestar.

Son relaciones sumamente curiosas: la mujer puede tener más poder, más competencia, puestos más importantes o más brillantes, puede tener una cultura mayor..., lo cual ha afectado también –y esto es favorable– la relación con los hijos. Porque en general, la mujer ha tenido una relación excelente, eficaz y muy valiosa con los niños, pero, quizá, no con los hijos mayores. Ha sido muy frecuente el caso de que los hijos mayores –que hacen, por ejemplo, estudios superiores– no tenían una comunicación demasiado fácil con la madre – porque la madre no entendía de asuntos que ocupaban, que interesaban mucho a los hijos mayores. ¡Ahora no! Ahora, en definitiva, esto ha disminuido mucho porque la mujer suele entender tanto como el marido – o más..., segun los casos, porque es muy frecuente que la mujer tiene una profesión culturalmente más valiosa que la del marido, que es más economicamente a lo mejor o más técnica. Pero, en definitiva, la mujer es frecuentemente más cultivada. En todos los países de Hispanoamérica y en Estados Unidos también, la cultura la ha creado en gran proporción las mujeres. Hay ciertos hechos lingüísticos muy reveladores: por ejemplo, la palabra inglesa teacher es femenina, en principio, – porque los maestros suelen ser maestras en una proporción enorme. De modo que se alguien dice que es teacher –si no se precisa más– se da por supuesto que es una mujer. Del mismo modo se pasa con las enfermeras. Por ejemplo, también en inglés, para hablar de enfermero se dice male nurse porque no existe más que nurse. ¡Se da por supuesto que es una mujer también! Como ven ustedes, dos profesiones, maestro y enfermero, que, en principio, son femeninas, son profesiones femeninas – pueden ser masculinas, pero no es lo frecuente.

Son cambios que han producido un tipo de relaciones distintas. El hecho es que el punto de arranque de esta nueva situación fue la Primera Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial llevó a unas grandes movilizaciones. La Guerra de catorce a dieciocho, movilizó enormes ejércitos porque se hacía una guerra de trincheras – una cosa que no ha existido en la Segunda Guerra Mundial, ni hoy mucho menos. Eran movilizaciones enormes y entonces, naturalmente, las mujeres tuvieran que ocupar los puestos de trabajo de muchas profesiones. Las mujeres se movilizan, ocupan sus puestos y se quedan en ellos. Es decir, ya no vuelven a tener el puesto más bien doméstico, familiar que tenían anteriormente. Esto ya produce un cambio enorme en la sociedad. Y actualmente estamos en esta situación.