La Doctrina Pieperiana de la Fiesta -
 - un análisis de la obra de un pintor "brasiliano"

 

Luiz Jean Lauand
jeanlaua@usp.br

Trad.: Hermenegildo Pizzio

¿Para qué poetas en tiempos de penuria? 
(Hölderlin)

“Yo amo al ser humano. En realidad yo amo
 lo divino que todo ser humano tiene en sí”
 (Fulvio Pennachi)

 

                   En 1999 conmemoramos los 70 años de la llegada al Brasil del más brasileño de los grandes pintores italianos: Fulvio Pennachi (27 –12 –1905 /5 –10 –1992). Esta fecha nos invita a retomar la reflexión -guiados por Pieper- sobre el significado singular de su arte en el mundo contemporáneo: la realización plena de las clásicas tesis de la filosofía del Arte.

            Sin desmedro de su sólida formación italiana, Pennachi fue profundamente brasileño, no solamente por haber vivido en Brasil 63 de sus 87 años, sino fundamentalmente porque la emigración lo condujo a una tierra donde la gente del pueblo espontáneamente vive (o vivía) realidades y valores, por decirlo de alguna manera, sobredimensionados para su peculiar sensibilidad artística. La sencillez, la fraternidad, el acogimiento, la fiesta, el amor. Se identificó con el Brasil que le proveyó materia prima para nutrir un arte original y profundo; sus cuadros son algo así como delicados "chorinhos" compuestos por un clásico erudito.

            Con justa razón el maestro Pennacchi es recordado como uno de los principales exponentes de la Historia del Arte en Brasil. Son ampliamente reconocidos su particular dominio de diversas técnicas, su participación en el grupo renovador de la pintura paulista y brasileña, etc. En este comentario, sin embargo destacaremos precisamente este aspecto: “el significado de la obra de Fulvio Pennachi en relación con la filosofía pieperiana del Arte: en correspondencia con las tesis fundamentales de Píndaro, Hölderlin, Platón y Tomas de Aquino.

            En esta cosmovisión, el arte se relaciona especialmente con seis elementos: fiesta, creación, amor, alabanza, participación y contemplación.

            Comencemos con la incomoda interpelación de Hölderlin: “¿Por qué fenecen las artes?. ¿Porqué están silenciosos los teatros? . ¿Por qué se ha paralizado la danza?.

            No por casualidad adquirió vida otro verso del grandioso poema “Pan y vino” – a su manera una suerte de tratado de filosofía del arte - que inspiró estudios estéticos a dos de los más grandes exponentes de la filosofía alemana contemporánea: Martín Heidegger y Josef Pieper.

            Este categórico verso que diagnostica profundamente no sólo la perplejidad del arte, sino también la del hombre de nuestro tiempo, es. “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?. La respuesta de Hölderlin a esta trágica pregunta se sitúa en la línea de concepción del arte afirmada hace ya 2.500 años por el poeta Píndaro, que es la única que permite comprender integralmente la grandeza del pintor Fulvio Pennachi.

            La grandeza del artista en el caso de Pennacchi está indisolublemente vinculada a la grandeza del hombre: En la convivencia con Fulvio se transparenta siempre la profunda unidad -¡ruptura con la penuria de nuestro tiempo!- entre su modo de ser y la fuerza expresiva de su arte, que a todos hechiza, pero que sin embargo no todos son capaces de decir porqué. Es que Fulvio Pennacchi tradujo en arte sus valores vitales; valores tanto más apremiantes para nuestro tiempo, que no sólo tropieza con dificultades para realizarlos, sino también para comprenderlos.

            La dificultad radica, antes que nada, en la recta valoración de la penuria de nuestro tiempo: “Nuestro tiempo –dice Heidegger comentando aquel verso- asimila erróneamente la pregunta; ¿cómo vamos a comprender la respuesta dada por Hölderlin?

            La respuesta de Hölderlin incide con certeza sobre el núcleo esencial de aquella gran tradición estética: “El verdadero arte en ultima instancia sola florece cuando se convierte en expresión de afirmación y de alabanza a Dios por la belleza del mundo”: Ah, amigo mío, llegamos demasiado tarde... Sí, todavía existen dioses mas allá de nosotros (por encima de mi cabeza), en otro mundo (... ¿Qué decir? No sé. ¿Para qué poetas en tiempos de penuria?).

            Las crisis en nuestra época ha llegado a un extremo tal, comenta Heidegger, que ni siquiera es posible advertir que la “falta” de Dios implica una carencia esencial. Así la penuria de nuestro tiempo no radica en una escasez material sino en la ausencia “para nosotros” de Dios. Es posible que exista, pero in anderer Welt, en otro mundo, no aquí.

            Esta manera de encarar el arte tiene, según decíamos, raíces históricas de antigua data. En el Himno a Zeus, Píndaro narra que éste, cuando concluyó su obra ordenadora del mundo, preguntó a los otros dioses si no le estaría faltando algo, y la respuesta fue: “sí, faltan criaturas divinas que alaben la belleza de este mundo maravilloso”. De modo que cuando se percibe al mundo como creación –como obra de Dios, presente y creador – y el hombre como partícipe en él que está por encima de lo humano, solamente entonces pueden las musas surgir para celebrar un mundo pleno de sentido y belleza.

            La discreta sensibilidad de esos valores trasciende hoy a la sofocante mentalidad consumista y masificada, amarga y reivindicadora, del hombre, que se considera autosuficiente en un mundo tecnológicamente domesticado que, a lo sumo, sólo se deja alcanzar por “efectos especiales”. El cautivante magnetismo de los cuadros de Pennacchi es la resultante de un magnifico talento técnico-artístico que expresa aquélla visión del mundo clásico.- Sus obras se convierten en una suerte de auténtica terapia existencial como antídoto para la multifacética neurosis de nuestro tiempo, que persiste en el error de considerar prescindibles (por haber perdido el hábito de vivirlas), el sentido festivo de la vida, de la alabanza, del amor, de la creación, de la participación. Constituye una autentica invitación a superar la penuria (de la vida y de las artes), cuya primera manifestación dice Hölderlin, es la incapacidad para la fiesta!.

            Como afirma Platón en Las Leyes, “las musas son un regalo de la misericordia divina dado a los hombres como compañeras de fiesta y remedio contra la tendencia al embotamiento y embrutecimiento a que estamos sujetos”. - En tiempos de penuria se yergue la paráfrasis de Pieper”: ¿Para qué compañeras de fiesta si ya no hay fiesta?, Puesto que, - prosigue Pieper.- la actitud festiva sólo se da realmente en quien está profundamente “de bien”, en armonía con el mundo y con la totalidad del ser, lo que presupone la alabanza a Dios. Por ende, ¿para qué poetas, para qué pintores, para qué festejar y cantar a un mundo que no fuese Creación?. La fiesta siempre es alabanza y afirmación. Cualquiera que celebra una fiesta, aunque sea una simple fiesta de aniversario,  consciente o inconscientemente da su reconocimiento a Dios y al mundo. O, ¿sería posible festejar igualmente una simple fiesta de aniversario, para alguien que estuviese íntimamente convencido, con Jean Paul Sartre que “es absurdo que hayamos nacido, es absurdo que existamos”?

            Pues, la fiesta y el arte se nutren del amor, que en definitiva es reconocimiento, afirmación y –como también formuló Pieper- es ponerse delante de la persona amada y decir “qué bueno es que tu existas, qué maravilloso es el hecho que tú estés en el mundo!

            Pero el amor humano es todavía algo provisional. En realidad es como una continuación, una participación y prolongación de Otro Amor, el Amor de Dios, que desde el principio prorrumpe la frase creadora por excelencia. “Es bueno que existas!”.

            La obra de Fulvio Pennacchi nos muestra precisamente el carácter creatural del mundo; con mano de maestro nos hace ver en las escenas simples de lo cotidiano, el trasfondo divino de la realidad que nos circunda.

 


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            No se piense que me estoy refiriendo aquí a su maravilloso arte sacro (donde además su temática preferida es San Francisco de Asís y por coincidencia su último día en la tierra fue en el que se conmemora a este santo, a quien representó en decenas de obras), sino a la representación del mundo cotidiano donde el artista ve y enseña a observar la realidad humana: El trabajo, las fiestas populares, el agua, los enamorados, la madre abrazando al pequeño, la gente sencilla del pueblo conviviendo, los pájaros, los perros que (solía decir Fulvio forman parte de mi mundo), también ellos “contagiados” por la atmósfera de amor entre los hombres; las diversiones de los niños, etc.

            Pennacchi nos revela el valor de lo sencillo, la riqueza del alma buena, ingenua, brasileña –“de bien”, en armonía con Dios y con el mundo, siempre dispuesta para volverse hacia el otro con aquella mirada como diciendo en voz alta”¡qué bueno es que tu existas!”. En los rostros y en los gestos de sus figuras y paisajes se expresan la ternura, el querer bien, el acogimiento, el amor humano, prolongación del Amor de Dios.

            Guiados por la mirada de Pennacchi descubrimos en nuestra realidad, tan familiar, algo nuevo, algo ya intuido y visto, pero que la rutina de lo cotidiano de penuria, se encargó de desfigurar: Todo lo que es, es bueno, todo lo que es , es amado por Dios.- Mas aun, es, porque es amado por Dios.

            Resulta ocioso sostener que, a la manera de los clásicos, Pennacchi no propone una actitud  como de cerrar los ojos a la dura realidad ni ignorar la presencia del mal o los problemas sociales, tan acuciantes en nuestro tiempo, tampoco el arte como forma de evasión. Viene a cuento el conmovedor discurso que Louis Armstrong hizo (en respuesta a las críticas de que fue objeto por parte del arte “engagée” del final de la década de los 60) en el ocaso de su carrera (y de su vida) como introducción a la regrabación de la canción titulada “What a Wonderful Word” (¡qué mundo maravilloso!). Con este “Testamento Espiritual”, Armstrong reafirma el carácter intrínsecamente bueno del mundo, el arte como testimonio y expresión del amor: “El problema no es que el mundo sea malo, sino que somos nosotros quienes lo volvemos malo. En realidad lo que dice mi canción es: 'Vean que maravilloso sería el mundo si le diéramos una oportunidad de amor'. Amar, este es el secreto! Y yo pienso para mis adentros: What a wonderful Word!”.

            Prestar atención a ese “secreto” -con toda la potencialidad transformadora que encierra- es la misión del artista. Como señala Pieper: “La afirmación de la contemplación terrena supone el convencimiento de que en el fondo de las cosas, - a pesar de los pesares que en esta vida no faltan- hay paz, salvación y gloria. Que nada ni nadie está irremisiblemente perdido. Que en las manos de Dios, como dice Platón, está el principio, el medio y el fin de todas las cosas”.

            Con esto venimos a dar en el meollo mas profundo de la concepción de la estética clásica subyacente en el arte de Pennacchi. La metafísica de la participación. Participar en sentido trascendente significa tener en oposición a ser: el metal tiene calor, decían los antiguos, en la medida en que participa del calor que le transfiere el fuego.

            Ahora bien, la Creación es el acto mediante el cual nos es dado el ser en calidad de participación. Por eso, todo lo que es, es bueno, porque participa del Ser (y necesariamente del Bien). De esta manera se comprende que la afirmación ontológica de Tomás de Aquino sea también la base de la estética clásica: “Así como el bien creado tiene cierta semejanza y participación del Bien Increado, de la misma manera el logro de cualquier bien creado tiene también cierta semejanza y participación de la felicidad definitiva.

            La participación en el Ser es la base metafísica sobre la cual acontece la contemplación, dado que, prosigue Tomás, dentro de las diversas formas de “obtención del bien”, la más profunda es la contemplación, el ver con la mirada de amor”: mediante la contemplación de Dios en la Creación se origina en nosotros una suerte de incoación a la gloria que se consumará en el cielo”.

            El arte de Fulvio Pennacchi, como expresión estética de la participación, nos abre cromáticamente este comienzo del cielo que es la contemplación de la realidad terrena. Y esto gracias a que su talento ha sabido transmitir su particular visión: una suerte de captación fiel de la presencia fundante del Amor de Dios, causa primera del ser.

            Comienzo del Cielo, decíamos!. – Dentro de los recuerdos más indelebles que guardo de Fulvio, están también las clases que teníamos en su casa: de vez en cuando alternábamos el campus con el taller del artista, que así se transformaba transitoriamente en un aula universitaria. En compañía de profesores y alumnos de la FEUSP discutíamos Filosofía del Arte con el propio artista, literalmente delante de su obra. En una de esas ocasiones, en que recibió a uno de nuestros grupos de pos-grado, quedó visiblemente emocionado cuando fue citada aquella frase proferida a la entrada del Paraíso (el paraíso. el mismo y único dulce fruto que nosotros, mortales, por mil ramas buscamos), una de las predilectas del mismo Dante:

Aquel dulce fruto que por tantas ramas
buscando va la solicitud de los mortales,
Hoy pondrá en paz tus ardientes deseos...!

            Es el ansia de plenitud, de saciedad para la sed infinita del corazón humano, tan intensamente vivida por el propio Pennacchi a través de su vida y de su arte. Mensaje cifrado de felicidad plena y de Amor definitivo....

            No quisiera concluir estos recuerdos y consideraciones sin antes mencionar otra faceta de la personalidad de Fulvio, aún poco conocida por el gran público: la de inspirado poeta. –

            La contemplación de Dios en la creación constituía el motor no solo de la pintura de Fulvio Pennacchi, sino también de su vida, como decíamos. En este sentido nos sorprendió siempre la extraordinaria conciencia que el artista tenía sobre los dos fundamentos filosóficos de su arte, que se manifiestan, por ejemplo, en sus poesías. A modo de limitada muestra, ofrecemos: “Vida y Amor” y “Belleza y Tormentos de Amor”.

 

Vida y Amor

Cómo me encanta el ver
A mi alrededor todo es nuevo...!
Siempre es nueva la gente que pasa y juega
Llanto y risa –el perro ladra,
El árbol que da frutos, los pájaros que cantan alegres y ruidosos...
Me gusta estar solito, contemplando despreocupado
Las maravillas eternas del Creador.
Si leo, me encierro en el mundo
hecho por el hombre...
Libre, que hermosura!, estar en el campo
Vivir en el mundo del Creador,
Mundo que frecuentemente parece estar triste
Pero en el fondo, es todo amor.-

Encanto y tormentos de amor,

Qué hermoso es ver, persistir en la mirada!
Hurgar a fondo en la diversas cosas del mundo,
Detenerse fijamente y admirar una niña.
El cielo, una flor nueva,
Un pájaro que vuela libremente
La ruidosa alegría de los niños, las muchachas ostentosas
Que juegan con el amor como mariposas en torno al fuego
Vida de este mundo,
Dulzura tan nuestra de fijar la mirada de una mujer
Y adivinarle el pensamiento
De sentir vivo el humano suave calor de su vida.
Pero todo eso es un juego, pronto se desvanece
Y nada queda; el amor no, el amor es diferente
Es vida eterna, gozo y sufrimiento
Sombrío tormento con dulzura divina.

 

            Pennacchi en sus cuadros, en su vida y en su arte, nos legó la profunda y necesaria lección, que en lenguaje de la Escritura se expresa así: “Lo invisible de Dios se vuelve visible  a través de las cosas creadas”(Rom. I,20). Su arte demuestra/recuerda, que el mundo es Creación, y por lo tanto se manifiesta como colmado de sentido: la alabanza, la fiesta, la contemplación (verdadera riqueza del hombre), y el amor.

            El amor, decía Agustín, hace 1500 años es el peso, la fuerza gravitacional del corazón humano (Amor meus, pondus meum). Un amor que a través de la participación se encuentra en todas partes a nuestro alrededor.-

            La vida y el arte de Fulvio Pennacchi nos llevan a comprender la participación y la evidencia de que “la flor del amor tiene muchos nombres” (Guimaraes Rosa) y nos lleva a descubrir – para citar de nuevo a Guimaraes – “el quien de las cosas”.