Home | Novidades Revistas Nossos Livros  Links Amigos

La Ciudad de Cobre [1]

 

 

Izz al-Din al-Madani
(Traducción española por Ana Ramos Calvo)

 

Dijo el rey Shahriar a su esposa Shahrazad:

“¡Qué deliciosa, dulce y agradable es tu conversación!. Me complacería oír alguna historia maravillosa y original, capaz de despejar mi mente de las preocupaciones de la jornada”.

Y dijo Shahrazad:

“Te complaceré encantada, ¡oh mi señor!. ¿Has oído la Historia de la Ciudad de Cobre?. Se trata de uno de los relatos más placenteros, lleno de maravillas, de genios y de diablillos. Ningún ser humano lo escuchó antes que tú. Me interesé por él, ¡oh mi rey!, en mis laboriosas y múltiples lecturas grabadas  en la tablilla del tiempo”.

El rey Shahriar, sintiéndose vivamente interesado dijo:

“¡Por Dios, ornato de los reinos, cuéntamelo!”.

Y dijo Shahrazad:

“Ten paciencia, mi querido amo, la próxima noche te contaré esta historia extraordinaria”.

... El amanecer sorprendió a Shahrazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 287 (bis)

Cuando llegó la noche 287 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“... Ha llegado hasta mí, ¡oh rey feliz!, que cuando el jefe de los Servicios de Inteligencia conoció los informes de los espías y de los agentes secretos acerca de la Ciudad de Cobre se puso inmediatamente en contacto con el ministro de Defensa, se reunió con él y le informó acerca de estos importantes documentos. El ministro, asombrado, dijo:

Resumidamente, ¿qué detalles conoces sobre este asunto? .

Y contestó el jefe de los Servicios de Inteligencia:

Señor ministro, he sabido, a través de ciertos informes, que uno de nuestros espías tomó un avión en <Yadj Tazar>, una isla que forma parte de un archipiélago del Océano Pacífico, con la intención de regresar a nuestro país, tras haber cumplido una importante y peligrosa misión. Apenas llevaba volando el avión unas pocas horas en dirección a uno de los aeropuertos en los que hacía escala, cuando se desencadenó una violenta tempestad, viéndose envuelto en una profunda y densa niebla. El piloto perdió el control, quedando la aeronave como un juguete a merced de las borrascas y los vientos. Se cortó la radiofonía  y con ella toda esperanza. En aquellos momentos los pasajeros se hallaban convencidos de que iban a morir. Pero quiso la buena suerte que el avión, una vez calmado el huracán,  pudiera aterrizar en una remota y desconocida tierra de esos mundos de Dios. Esto ocurría en mitad de la noche. El piloto buscó la posición en su mapa, pero no pudo localizarla. Al amanecer, el piloto, los viajeros y el agente (S.A.N.007) –nuestro espía -, comprobaron que la maquinaria del avión sufría una grave avería, por cuya causa se verían forzados a permanecer en aquel lugar uno o varios días, hasta su completa reparación y puesta a punto. Mientras se hallaban sumidos en sus pensamientos, de entre la espesura de aquellos extraños parajes aparecieron ante ellos unas gentes vestidas de harapos, con barbas endemoniadas, feísimos y extremadamente delgados, marcados, al parecer, por las huellas de la enfermedad, la miseria y la desnutrición. Aquellas gentes, tan pronto como descubrieron a los pasajeros y al avión, se atemorizaron, pues pensaron que eran gente de Marte que habían llegado en un platillo volante, por ello, tras rodear a los viajeros, al avión y a nuestro espía, solicitaron la ayuda de su ejército y de su policía. El que parecía el jefe se adelantó hacia ellos y les preguntó: “ ¿De donde venís, cuál es vuestro país, cuál vuestra política y cuál vuestro sistema económico?”.

Pero nadie contestó a estas preguntas, porque no comprendían la lengua de las gentes de aquella tierra desconocida. Ante aquel silencio y confusión el jefe los condujo encañonados por las metralletas ante el señor de aquellos lugares, que hacía de rey, aunque no lo era, y que hablaba la lengua universal. Les saludó, les libró de sus ataduras, se interesó por su país, sus circunstancias y sus deseos, y les dio la mejor de las bienvenidas, acogiéndoles como huéspedes suyos durante siete días con sus noches correspondientes. Personalmente se dispuso a ofrecerles arroz y algo que se parecía a las algas marinas, que constituía el alimento de la gente de su país. Les alojó en imponentes palacios con bellos jardines, puso a su disposición un guía, para que les acompañara en su visita,  amén de proporcionarles ropa y dinero.

Cierto día, cuando se hallaban visitando unas regiones de aquella tierra desconocida, los pasajeros vieron un número incontable de individuos que parecían hormigas - tan numerosos eran, todos ellos uniformemente vestidos y moviéndose al unísono- y que colocaban, unas sobre otras, hileras de piedras, bajo las órdenes de un hombre vestido de amarillo. Éste, situado en un lugar prominente, leía incesantemente números y fórmulas, que la megafonía transmitía retumbando. Aquellos seres, que no disponían de herramienta alguna, ni de trenes de carga, ni de remolcadores, y que solamente contaban con sus fornidos músculos y  sus nervios templados, entonaban un cántico dulce y melodioso. Según  les dijo el guía- intérprete, lo que cantaban, asimismo al unísono, era: “¡Reflexión, decisión, voluntad!. Levantamos muros con nuestros músculos, construimos ciudades con nuestras manos, erigimos fortalezas, torres y fortificaciones sobre nuestra fe, nuestro esfuerzo y nuestra cerviz ”. Los pasajeros del avión estaban asombrados con todo esto, perplejos ante el orgullo de los albañiles, su dignidad y su compenetración, como si se tratara de la Gran Pirámide.

Otro día los viajeros del avión fueron a un árido desierto rodeado por todas partes de una alambrada de espinas como agujas. Al bajar de los escasos coches con los que contaban en aquella ignota tierra, vieron ante sí un campamento militar  sobre cuya enorme puerta se encontraba un cartel  que decía: <Prohibido el paso>. Pidieron permiso, y tras mostrar sus documentos les permitieron entrar. En un abrir y cerrar de ojos se encontraron en una ciudad que no tenía casas, solamente calles, talleres, locales comerciales, chimeneas, coches aparcados sobre las aceras, jardines... siempre precedidos por el guía, fueron conducidos inmediatamente por éste a un amplio sector de este campamento donde pudieron contemplar unas enormes maquinarias de color amarillo, que funcionaban a pleno rendimiento. Les hizo fijar su atención después en un sector esquinado de enormes muros donde vieron a unas gentes que trabajaban en compartimentos de vidrio con mucha precaución, haciéndoles subir posteriormente a un espacio abierto donde admiraron una columna de acero, inmensa, como jamás habían visto: su parte más alta estaba coronada por las nubes y su base se hundía en las entrañas de la  Tierra, con todo el aspecto de un terrible titán.

Tras haberse puesto una indumentaria especial, proseguían la visita de otras áreas de aquel campamento, cuando la tierra retumbó bajo sus pies y se puso a temblar el mundo entero. Al cabo de unos instantes, oyeron un ruido espantoso, más fuerte que el estruendo de los truenos y de los huracanes y vieron nublarse el sol a causa de un humo azul, que salía de la parte inferior de la columna, precediendo a un gran fuego llameante, y de repente se dieron cuenta de que, en un instante y a gran velocidad, la gigantesca columna de acero, entre fortísimos resoplidos, salió disparada hacia el cielo hasta perderse en el horizonte. Los pasajeros, al ver aquello, a punto estuvieron de desmayarse, de no ser porque el guía, para tranquilizarles, les dijo: “¡No os preocupéis!. Ésta es una base  de pruebas nucleares y  eso es un misil lanzado al espacio de manera experimental. Pesa más de un millón de toneladas, por lo que la tierra se partiría en pedazos si uno de ellos cayera ante nosotros. Tenemos túneles repletos de misiles; unos para ser tripulados por hombres y otros destinados a dar incesantemente vueltas alrededor de la Tierra, hasta que Dios destruya a ésta y a cuantos habiten en ella, porque el tiempo para los misiles es diferente a nuestro tiempo”.

El guía les expuso este enmarañado asunto y les refirió las cosas más asombrosas, bellas y atractivas. Pero los pasajeros del avión, que estaban horrorizados por las extrañas cosas que habían visto y oído, se despojaron  de los trajes de protección y volvieron rápidamente a su alojamiento para meditar en todo este asunto”.

Cuando el ministro de Defensa oyó este relato exclamó:

“¡Esto supone para nosotros un gran peligro!. ¡A menos que fuera posible obtener unos informes más detallados, para tomar la revancha?. ¿No podría alguno de tus agentes conseguir los planos, conocer el tipo de combustible y hacerse con la maqueta de la construcción?– y añadió a continuación-  Convocaré al Parlamento para tratar esta cuestión”.

El ministro de Defensa tomó luego los informes del jefe de los Servicios de Inteligencia y se pasó en blanco todo el día y toda la noche analizándolos y estudiándolos. Mientras tanto, solicitó del Parlamento una sesión secreta con la mayor brevedad posible, para informarle de  tan grave asunto, que suponía una seria amenaza para la existencia del país. Al cabo de tres días, el ministro de Defensa informó al Parlamento de todo lo que había llegado a su conocimiento, de cuantos planos y fotografías relacionados con esta tierra desconocida había visto y de todo lo que había podido averiguar sobre ella. Las discusiones se prolongaron hasta le noche durante horas, sin que los parlamentarios se pusieran de acuerdo, hasta que, finalmente, el Presidente exclamó:

“¡Por Dios!. ¡Tengo que ver sin falta algo concreto acerca de estos misiles!.”

El ministro de Defensa dijo:

“¡A sus órdenes, Sr. Presidente!. Encargaremos de ello a los Servicios de Inteligencia y sus deseos serán complacidos.”

Seguidamente el ministro de Defensa mandó comparecer inmediatamente al jefe de los Servicios de Inteligencia y le ordenó que enviase al más valiente, voluntarioso, inteligente y fuerte de sus espías, pero que a la vez fuera también el más paciente y de mejor carácter y que le recomendara, tras haber cumplido con éxito su misión, para ser condecorado como <Héroe de la Patria>.

... El amanecer sorprendió a Shahrazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 288 (bis)

Cuando llegó la noche 288 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“... Según he podido saber, ¡oh rey sensato y feliz!, cuando el jefe de los Servicios de Inteligencia volvió a colocar el auricular del teléfono en su lugar, se desplomó en el sillón y se puso a meditar largamente en el asunto, ya que jamás había sido encargado de una cuestión tan difícil y espinosa, cuya resolución lo mismo podía ser un éxito que un total fracaso. Seguidamente, convocó a sus jefes de departamento para informarles de todo lo relacionado con aquel problema crucial, y éstos le dijeron:

“Señor, si desea obtener noticias sobre esta tierra desconocida, ha de contar con el ingeniero Ali ben Muhammad al-Fulani, jefe técnico de los Servicios de Cartografía Universal quien, además de ser un eminente sabio en estas cuestiones, ha viajado mucho y conoce por experiencia tierras, desiertos y mares, que ha descrito en numerosas publicaciones, de consulta obligada para todo experto en la materia. No cabe duda de que habrá de orientarle en cuanto desee.”

Oído aquello, el Jefe de los Servicios de Inteligencia ordenó a su secretario que convocara al susodicho ingeniero Ali ben Muhammad al-Fulani y cuando éste se presentó, observó que se trataba de un anciano de pelo cano. Tras darle la más calurosa bienvenida le dijo:

“Sr. Ingeniero, el Presidente del Parlamento de nuestra Nación nos ha pedido un informe detallado acerca de cierta ciudad, llamada La Ciudad de Cobre. Mis conocimientos sobre dicho lugar son escasos y me han informado de que Ud. sabe donde localizarla. ¿Querría encargarse de satisfacer esta demanda de nuestro Presidente?”.

El ingeniero, perplejo, exclamó:

“¡La Ciudad de Cobre?. Jamás he oído hablar  de tal ciudad. ¿Cómo dice que se llama?”.

Tras permanecer unos instantes en silencio, añadió:

“Quizás se la conozca por otro nombre. La buscaré en el Atlas Geográfico, en la Enciclopedia Geográfica, y en el Diccionario de las Repúblicas y los Reinos”.

El Jefe de los Servicios de Inteligencia ordenó que trajeran dichas obras y el ingeniero las consultó, pero no encontró mención alguna de aquella tierra desconocida.

El jefe de los Servicios de Inteligencia creyó entonces oportuno decir:

“ Nuestros espías han informado que se encuentra en medio del Océano Pacífico a unas siete horas de vuelo de nuestro país”.

A lo que el ingeniero comentó:

 “¿No será algo así como la Atlántida?”.

Luego, de repente exclamó:

“¡Ya lo tengo, ya lo tengo!. Está citada en  Las Mil y Una Noches”.

Sin saber a qué atenerse, el Jefe de los Servicios de Inteligencia, clavando sus ojos en el respetable ingeniero, le reprochó:

“¡No está el momento para bromas!”.

El ingeniero se defendió:

“¡Le juro por Dios que en mi juventud leí  algo acerca de la Ciudad de Cobre en Las Mil y Una Noches!. Tiene que hacerse con esta obra, porque es el mejor de todos los libros de la Tierra, conocida y desconocida”.

Pensando que desvariaba, el Jefe de los Servicios de Inteligencia llamó al hospital, de donde no tardaron en llegar unos celadores que se llevaron al jefe de los ingenieros al manicomio, donde permaneció encerrado los últimos días de su vida, buscando la Ciudad de Cobre en los libros de Geografía ...”.

... El amanecer sorprendió a Shahrazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 289 (bis)

Cuando llegó la noche 289, antes de celebrarse la velada, dijo Shahrazad a su hermana Dunyazad:

“¡ Ay, hermanita !. Me abruma un dolor de cabeza que me tiene agotada. Esta noche no voy a poder contarle al rey Shahriar el resto de la Historia de la Ciudad de Cobre. Voy a volver a mi alcoba. ¿Podrías avisar al médico para que me alivie esta horrible jaqueca?”.

Y contestó Dunyazad:

“¡Querida mía!. ¿Olvidas lo que hizo el sanguinario Shahriar con sus anteriores esposas?. Esta jaqueca tuya no parece una disculpa válida. Manténte firme y no sientas temor”.

Exclamó Shahrazad:

“¡Cómo voy a rematar esta historia, si desconozco el final?. Me he metido en un buen lío. ¿ Cómo terminará? . No sé. ¿A ti que se te ocurre?”.

Insistió Dunyazad:

“Cálmale los nervios con esta historia tuya...”

Dijo Shahrazad:

“Tienes razón, hermanita, tengo que adormecerle para que olvide el derramamiento de sangre”.

... El amanecer no sorprendió a Shahrazad, pero ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 290 (bis)

Cuando llegó la noche 290 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“ Te pido mil y una disculpas ¡oh rey paciente!. Ya he recuperado mis fuerzas después de la jaqueca que me atormentó durante toda la noche pasada. Pero ¡por Dios que es mi deseo contar a mi señor el resto de esta historia para aliviarle con ella de sus preocupaciones de la jornada!. Sin embargo, es preciso – si me lo permitís- que retroceda un poco para contarte ciertos pormenores que olvidé en el transcurso de esta historia extraordinaria”.

Y dijo el rey Shahriar:

“¿Qué pormenores son ésos, mi bella torturadora?”

Prosiguió Shahrazad:

“ ...Ha llegado hasta mí, ¡oh rey sensato y feliz!, que cuando el jefe de los Servicios de Inteligencia se reunió por segunda vez con el ministro de Defensa le dijo lo siguiente:

“Ha de saber, señor ministro, que he recibido esta misma tarde nuevas informaciones acerca de la Ciudad de Cobre. Se trata de un importante informe que nos ha llegado a través del agente (A.N.S 009), en el que resumidamente dice lo siguiente: Cuando el agente subió al helicóptero que pusimos a su disposición en la isla Yadj Tazur, sita en un archipiélago del Océano Pacífico, para que regresara a nuestro país, tomó fotografías de algunas bases aéreas situadas en islas de dicho Océano, así como de movimientos de escuadras enemigas y de sus puntos fuertes y débiles, remontándose inmediatamente a la mayor altura posible y tomando todo tipo de precauciones para no ser detectado por sorpresa en cielo enemigo por el radar. Seguía su ruta, volando en su helicóptero rumbo a uno de los aeródromos en los que ebía hacer escala, cuando sintió retumbar en sus oídos un ruido espantoso, comprobando, al mirar por el retrovisor, que una escuadrilla de reactores de tipo <D 24> le rodeaba por todas partes. El agente (A.N.S 009) aumentó la velocidad para escapar de ellos, pero los otros aviones eran más rápidos y con motores más potentes que su helicóptero. Sin saber qué hacer, pensó en quemar los documentos, las fotografías y sus negativos, pero temió que se incendiara el combustible de su aparato. Tratando estaba de idear una estrategia que le permitiera librarse de aquellos reactores, que le observaban sin despegarse de él, cuando oyó una voz que le decía:

“ Aquí el avión tal. Aquí el capitán del reactor tal. Responda. Aquí el centro de mando de la escuadrilla de reactores tal. Responda. Descienda. Aquí el capitán del reactor tal. Responda. Descienda. Si no lo hace abriremos fuego con nuestras armas contra Vd. Aquí el centro de mando de la escuadrilla de reactores tal. Responda. Responda. Ríndase. Tome tierra en el aeródromo tal, situado en el punto tal, entre la latitud tal y la longitud tal...Responda”.

Sólo que nuestro agente no respondió, ni obedeció  a esta llamada apremiante. Y tampoco sintió cómo el fuego empezó a alcanzarle por todos los lados, quemando el techo de cristal de su máquina. El agente (A.N.S.009) intentó escapar al ataque de los reactores, volando a ras de suelo, estrategia que no le sirvió de nada porque los aviones de combate descargaron sobre él, junto a una lluvia de combustible hirviendo, el fuego de sus enormes ametralladoras, incendiándose el motor del helicóptero. El agente (A.N.S.009) perdió el control, quedando su avión jugando entre la vida y la muerte. Pero su buena suerte quiso librarle de una muerte segura, al saltar del avión antes de que éste se estrellara contra las rocas, para caer a continuación al suelo donde explotó. Él huyó, corriendo bajo las ráfagas de proyectiles”.

El ministro de Defensa preguntó:

“¿ Y qué pasó con los informes? .¿Se redujeron a cenizas?. ¿Pudo salvarlos?”.

Y el jefe de los Servicios de Inteligencia respondió:

“ Cuando el agente (A.N.S.009) se vio obligado a lanzarse a tierra y huir, se dirigió a unas piedras para esconderse en ellas. Pero aquel montón de piedras era en realidad un muro enormemente alto, de una altura de 400 pies, de piedras compactas, chapado con placas de cobre amarillo, que reflejaban los rayos del sol. Pero el agente especial (A.N.S.009) no prestó demasiada atención a las peculiaridades de aquel muro enorme, sino que se precipitó hacia una puerta colosal, que se cerró tras él, apenas hubo atravesado su umbral. En aquel instante cayó como traspuesto por el cansancio. Al cabo de un rato de descanso, empezó a considerar lo que había a su alrededor, percatándose de que se encontraba en una ciudad. Se puso inmediatamente de pie y vio sus murallas amarillas del color del cobre, sus palacios imponentes, sus altísimas chimeneas, que no echaban humo, sus bellas casas, el curso corriente de sus ríos, sus frondosos árboles y sus coches suntuosos. Por cada milla tenía una puerta enorme, concretamente tenía siete grandes puertas y cada vez que el agente (A.N.S.009) atravesaba una de ellas, ésta se cerraba tras él, hasta que se cerraron todas las puertas y nuestro agente, el intrépido héroe, no sabía de qué manera salir de aquella extraña ciudad...”.

... El amanecer sorprendió a Sharazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 291 (bis)

Cuando llegó la noche 291 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“Cuando el jefe de los Servicios de Inteligencia dio por concluida su conversación telefónica se fue inmediatamente a ver al ministro de Defensa para darle cuenta del contenido de tan importante comunicación inalámbrica. Dijo el ministro:

“¿En resumen,¿qué pormenores, tienes de este asunto?”

Y contestó el jefe de los Servicios de Inteligencia:

“Según mis noticias, Sr. Ministro, cuando nuestro agente (S.A.N.006) volaba a gran altura, temiendo lo peor del enemigo, se encontró con una escuadrilla de aviones de tipo <Ifrit 555>, que cruzaron el espacio como relámpagos, ya que, como sabrá el Sr. Ministro, son más rápidos que la velocidad del sonido. El agente (S.A.N.006) aumentó su velocidad con el fin de esquivarlos, pero los “Ifrit 555” le dieron alcance en un abrir y cerrar de ojos, rodeándole y acosándole por todos los lados, con objeto de derribarle y cogerle, vivo o muerto. El jefe de la escuadrilla le ordenó repetidas veces que aterrizara y se entregase, pero nuestro agente rehusó hacerlo, poniéndose al habla con nosotros por radio, pidiéndonos ayuda. Pero ¿qué podríamos hacer nosotros?. El agente (S.A.N.006) no tardó en verse convertido por todas partes en el blanco del fuego y de los proyectiles, incendiándose el motor del avión, sólo que él pudo arrojarse en paracaídas antes de que el avión se estrellara contra el suelo y explotase. Todo aquello sucedía en plena oscuridad de la noche; al amanecer pudo comprobar que se encontraba muy lejos de los restos y las cenizas del avión, viendo junto a él su cartera de documentos. Se puso en pie y caminó a lo largo de toda la jornada por bosques y desiertos hasta que, al caer la tarde, vislumbró una montaña de cumbre azulada y rodeada de nubes, que parecían nieve, pero siempre que el agente (S.A.N.006) avanzaba hacia aquella elevada e inaccesible montaña, ésta se metamorfoseaba, convirtiéndose en un  cúmulo de enormes y terribles piedras. Pero cada vez que se aproximaba, aquel montón transformaba su aspecto, convirtiéndose en una pared descomunal, de altura inexpugnable, de color amarillo, chapada con placas de cobre, cuyas piedras lisas y alineadas reflejaban los rayos del sol, que se perdían en el horizonte. Perplejo ante aquello, se puso en contacto con nosotros por teléfono, describiéndonos aquel terrible muro. Le dimos orden de que se aproximara, cosa que hizo, y cuando hubo avanzado unos cuantos metros, pudimos oír, a través de la línea telefónica, un grito prolongado. Había caído sobre él un montón de polvo amarillo, que iba en aumento hasta el punto de que casi le ahoga, sepultándolo vivo, de no haber huido rápidamente de allí. Le explicamos que aquel muro formaba parte de las murallas de la Ciudad de Cobre, que fue construida por Noé y por los que con él habían escapado del Diluvio. También le indicamos que Noé y su familia habían abandonado la ciudad, concentrándose en ella sus enemigos: Gog y Magog, y le dimos orden de que entrase a saco en ella, a manera de razia  para la gloria de Dios y que inspeccionase para nosotros los arsenales de misiles que allí había, así como los laboratorios donde los fabricaban. También le ordenamos que hiciera prisioneros a sus propietarios, trabajadores, sabios y diseñadores, recordándole que se trataba de una ciudad que había permanecido muerta durante siglos, olvidada por la Humanidad desde la Antigüedad, y tragada por la lengua de los tiempos. Recientemente había sido inmolada por la química de los laboratorios, se oxidó, se puso amarilla y se cubrió de moho, permaneciendo vacía, desnuda... Le dijimos: ¡Ojalá tengas éxito y encuentres vida fértil en su interior, y existencia  consciente en su silencio y en su pasado!. También le ordenamos lo siguiente: Refúgiate en ella si vuelven los <Ifrit 555>.

Inmediatamente después de aquello el agente (S.A.N.006), se puso a dar vueltas alrededor de los muros de la Ciudad de Cobre, hasta que dio con una gran puerta que, al empujarla, giró sobre sus goznes. La atravesó rápidamente, pero apenas la hubo cruzado, cuando la puerta se cerró, volviendo los cerrojos a su lugar. Al agente (S.A.N.006) aquello no le preocupó ni poco ni mucho, es más prosiguió su camino sin inmutarse. Cuando hubo avanzado unos pasos, se encontró en una gran ciudad, de grandes avenidas, altas torres, elevadísimas chimeneas sin humo y vastas plazas en las que no había ni ruido ni gente. Sólo que cada milla que avanzaba se topaba con una puerta. Abrió la primera, y al hacerlo, súbitamente, como si estuvieran esperando su llegada, se le echaron encima unos personajes de barbas diabólicas y cuerpos esqueléticos. Les arrojó unos mendrugos de pan, sobre los que se abalanzaron, peleando, disputándoselos y devorándolos velozmente, continuando en esta actitud hasta que la puerta se cerró ante ellos, quedando nuestro agente libre. Siguió avanzando éste una segunda milla y al encontrarse con otra puerta, la abrió. Apenas lo hubo hecho, cuando se arrojaron sobre él unos individuos descalzos y harapientos, que olían apestosamente. Sacó el agente su arma y al disparar al aire para amedrentarles, se  batieron en retirada hasta que se cerró la puerta ante ellos. La noche había caído sobre la ciudad  y, sin saber a donde dirigirse, nuestro agente se encaminó a la orilla del río donde se dispuso a esperar, tranquilizado por la luz de las estrellas,  que se reflejaba en el agua, cuando oyó un estruendo subterráneo. Se puso en pie para indagar de donde provenían aquellos ruidos y tratando estaba de escuchar, cuando oyó una voz que le decía: “Acércate”. Y así lo hizo, encontrándose ante un angosto callejón por el que un hombre grueso apenas podría caminar y en el que, a cada metro, había una puerta pequeña.

Al extremo del callejón había una lámpara o un gran farol rojo de luz parpadeante. Muy a su pesar el agente (S.A.N.006) avanzó por aquella calle dócilmente, resignado y abatido sin querer y sin poder girar sobre sus talones, ni sentarse en el suelo ni siquiera permanecer en pie. Y es que el farol estaba fabricado con un imán mágico. Sin darse cuenta, cayó desmayado y así pasó la noche vigilado por las estrellas. Cuando amaneció se encontró en un amplio espacio. Se puso en pie y con el propósito de buscar los laboratorios, echó a andar por las calles principales, encontrando todo como estaba antes. Echó a correr  por ellas hacia los campos, a los que también encontró iguales. Se dio la vuelta y volvió a las calles, que seguían estando igual que antes las había dejado y se puso a correr por ellas sin atreverse a abrir las puertas, por temor a aquellos desgraciados, harapientos, hambrientos y asesinos. Y así continuó, dando vueltas en círculo, hasta caer vencido por el cansancio. Presa del vértigo gritó por la radio: “¡Me habéis engañado!. ¿Será éste mi destino?. ¡Me habéis engañado!. ¡Salvadme!”.

Le escuchamos  llorar y sollozar. Después oímos un disparo, lo que nos hizo llegar a la conclusión de que el agente( S.A.N.006) se había suicidado en la Ciudad de Cobre”.

...El amanecer sorprendió a Sharazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 292 (bis)

Al llegar la noche 292 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“Querido rey mío. El jefe de los Servicios de Inteligencia no informó al ministro de Defensa de lo que le había ocurrido al agente (S.A.N. 003) cuando llegó a las proximidades de la Ciudad de Cobre. O bien se le olvidó o, sencillamente, lo pasó por alto con la más olímpica indiferencia. El caso es que cuando este agente llegó junto a la Ciudad de Cobre y se aproximó a unos cuantos metros de sus imponentes muros, cayó sobre él una nube de polvo parecido al cobre que le cubrió, amontonándose a su alrededor. El agente sintió entonces por todo el cuerpo el picor de aquel polvo amarillo, como si le estuviera picando todo un hormiguero, se rascó una y otra vez por todas partes, pero cuanto más se rascaba, el picor iba en aumento dolorosamente,  hasta que el cuerpo entero se le puso rojo. Al instante vio cómo se le iban abriendo poco a poco los poros de su piel, saliendo de ellos una sustancia amarilla, como pus. Además de todo esto se le inflamaron las articulaciones, las venas, la garganta, los labios y las manos. De repente cayó al suelo temblando, gritando y pidiendo compasión. Pero la lepra empezó a comérsele la piel, después de que ésta se pudriera. Así murió el agente (S.A.N.003), ante la Ciudad de Cobre sin, de modo alguno, haber podido penetrar en ella”.

... El amanecer sorprendió a Sharazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 293 (bis)

Cuando llegó la noche 293 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“ ... Ha llegado hasta mí, ¡Oh rey feliz!, que pasada una semana del asunto de la Ciudad de Cobre, sin obtener resultado alguno de las pesquisas que se hicieran sobre ella, el Presidente del Gobierno de aquel país mandó llamar al ministro de Defensa, quien se presentó ante él y cuando fue recibido dijo:

“¿Se puede saber hasta cuando va a estar pendiente este asunto? ¿Está enterrado en algún archivo? ¿Qué pasa con él?. ¡No he vuelto a recibir al respecto informe alguno de tu parte!”.

A lo que el ministro de Defensa respondió:

“Señor Presidente, el Servicio de Inteligencia al completo está trabajando en ello noche y día y ha enviado al más valiente de sus espías, al más fuerte, al más entregado y al más inteligente de todos ellos, pero no tenemos noticias de lo que le ha sucedido en esta ciudad embrujada. El jefe del departamento nos ha informado de que dicho agente secreto ha llegado hasta allí y ha conseguido hacer algunas fotografías de las bases atómicas, marcándolas con precisión en un mapa”.

Y dijo el Presidente del Gobierno:

“¡Eso no es suficiente! ¡Eso no es suficiente!. Nos encontramos en una situación comprometida. La paz está en peligro. Nuestra obligación es proteger al mundo del desastre de los misiles. No tenemos más remedio que defender nuestra existencia de las infernales armas nucleares. Destituya Ud. inmediatamente al jefe de los Servicios de Inteligencia, destitúyale delante de sus agentes, despójele de sus condecoraciones ante los ujieres y destiérrele a una guarnición militar o a una isla lejana por no cumplir satisfactoriamente con sus obligaciones ni asumir sus responsabilidades, que le fueron encomendadas con su asentimiento, de manera idónea y conveniente. Deténgale de forma violenta y hágale morir de desesperación en una mazmorra y sustitúyale por un hombre resuelto, intransigente, duro, que no conozca la compasión ni la debilidad. Somos los defensores de la paz en el mundo. ¿Cómo podríamos permitirnos ser negligentes con el destino de la Humanidad y con su libertad?”.

Y dijo el ministro de Defensa, inclinándose ante el Presidente:

“Sus órdenes serán obedecidas, Sr. Presidente, sus órdenes son de obligado cumplimiento”.

Después, incorporándose, con el miedo dibujado en el rostro y con una angustia que le hacía temblar de pies a cabeza, dijo con voz trémula:

“Si su Señoría me lo permite, voy a darle cuenta de ciertos informes que han llegado hasta nosotros acerca de unos detalles relacionados con este espinoso asunto, con el fin de poner sus sucesivas etapas en conocimiento de Su Señoría”.

Dijo el Presidente del Gobierno:

“¡Déjate de rodeos y habla de una vez!”.

Y prosiguió el ministro de Defensa:

“Según me ha informado el jefe de los Servicios de Inteligencia, cuando el agente (S.A.N.005) se hallaba en los aledaños de la Ciudad de Cobre, tras haber sufrido una avería el avión que habíamos puesto a su disposición en una de las islas, los muros de esta ciudad muerta le parecieron como montañas, o como cobre fundido en un molde o más aún como un vidrio compacto y fétido al que nada podía adherirse. El agente (S.A.N.005) puso todo su empeño en hallar una puerta o una vía de acceso, pero fracasando en su intento se decía: “¿Qué estrategia podría yo idear para entrar en esta ciudad?” - y añadió: “Es absolutamente necesario que encuentre una puerta o al menos alguna hendidura”. Y se puso a pensar en el asunto detenidamente. Como primer paso decidió rodear la muralla, con la esperanza de descubrir grietas en sus enormes paredes, que él agrandaría para abrirse un paso hacia la ciudad a través de ellas. Tras caminar durante una hora, se encontró de regreso en el mismo lugar, completamente maravillado de la extensión y altura de aquellos muros. Después se dijo: “Sin duda éste es el punto más fácil”. Y allí permaneció hasta que cayó la noche y se fue en busca de sus provisiones. Se durmió con un sueño agitado en el que se vio colocando una escala de cuerda por la que subía hasta llegar a lo más alto y, poniéndose de puntillas, se asomaba a la ciudad y se ponía a aplaudir, gritando con todas sus fuerzas: “¡Qué bonito, qué bonito!”. Después se precipitaba al interior, haciéndose papilla. Acto seguido volvía a hacer la misma operación una y otra vez y siempre se moría y siempre revivía hasta quedar destrozado. A la séptima vez vio tres mujeres, bellas como lunas, que  con señas le parecían estar diciendo: “ Ven hacia nosotras”.  En aquel momento imaginó que entre ellas estaba la amada de su corazón, alta, rubia, de ojos azules como la profundidad del mar, y se enamoró de ella. Quiso volver a arrojarse muros abajo, como la primera vez, pero vaciló un instante e inconscientemente las miraba bailar, recitar poemas, palmotear y despojarse de sus ropas, mientras iban desapareciendo poco a poco de su vista,  atrayéndole como si dijeran: “Ven con nosotras”.  Esta vez se mantuvo firme y se tapó los ojos con su diestra. De esta manera se libró de la estratagema que la gente de aquella ciudad había urdido para alejar de ella a todo el que quisiera asomarse o deseara entrar en ella...”.

... El amanecer sorprendió a Sharazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 294 (bis)

Cuando llegó la noche 294 dijo Shahrazad al rey Shahriar:

“ ...He sabido, ¡oh rey feliz, inteligente y prudente!, que el ministro de Defensa contó al Presidente del Gobierno todo lo que le había sucedido al agente secreto (A.N.S.005) en la Ciudad de Cobre. Después le  relató todo lo que le había acontecido al espía (S.A.N.001) delante de la Ciudad de Cobre y a continuación le narró todos los terribles sucesos que le ocurrieron al agente (N.A.S.003) en esta ciudad, para finalmente continuar presentándole las aventuras del agente (A.N.S.004) relacionadas con este asunto, diciendo:

“Sr. Presidente del Gobierno, por el jefe de los Servicios Secretos he sabido que cuando el agente (A.N.S.004) se percató de la estratagema urdida por los habitantes de la Ciudad de Cobre contra todo aquel que tuviera la intención de entrar en ella, se vio a sí mismo muerto en el suelo multitud de veces y cayó postrado sobre sus rodillas; se despertó alarmado por ello bajo los ardientes rayos del sol y, poniéndose en pie inmediatamente, echó a andar de nuevo alrededor de las murallas, con la esperanza de encontrar un resquicio en ellas. Mientras iba caminando se imaginó que había entrado en la ciudad con enorme poderío, que lo había conseguido, obteniendo un éxito arrollador. Se vio a sí mismo en pie en el centro de una gran calle, ancha, flanqueada por árboles y estatuas amarillas de cobre. Sin saber cómo se topó en mitad de aquella calle con un robot, de aspecto rígido, parecido a las estatuas, sólo que de aspecto más moderno. Contemplando a este personaje, advirtió un interruptor fijado en su mano derecha y lo pulsó. Apenas lo hubo hecho cuando oyó un gran estruendo y al volverse, se percató de que una gran puerta se había abierto de par en par. Inmediatamente se dirigió hacia ella y atravesó su umbral. Anduvo unos cuantos metros hasta llegar a un vestíbulo alumbrado por pequeñas lámparas, desde el que descendió por unos escalones para encontrar una estancia muy espaciosa y débilmente iluminada, parecida a una sala circular, en el que había divanes, mesas y unos cofres. Al abrir uno de éstos  descubrió en su interior libros, fotografías, carpetas y películas; de todo ello cogió cuanto quiso, lo metió en su cartera y huyó hasta salir por aquella  puerta. Y después de todo eso se imaginó que volaba a lomos de un caballo picazo de pura raza, que le depositó a las afueras de la ciudad y cayó rodando. Después se figuró que iba a otra ciudad y recordó de repente que estructuralmente se parecía a la Ciudad de Cobre, sólo que ésta estaba habitada por un gran número de mujeres, recordando asimismo que había jugado a las cartas con ellas en un club nocturno, que había ganado y que jugó después a la ruleta donde perdió todo su dinero. Súbitamente recordó su primer amor. A aquella bella joven de ojos oscuros, pelo negro y mirada tierna; la misma muchacha que le envidiaban sus amigos, en los tiempos en que era un adolescente impulsivo. Después recordó a la segunda, a la tercera y a la cuarta y sin saber cómo se sorprendió  riendo, viéndose a sí mismo participar en una ruidosa manifestación  y que no había llegado a cumplir los veinte años. La policía disparó y él saltó por los aires, dejando atrás un cuerpo inerte, que se  debatía por última vez en su propia sangre, llevando a un niño al que no sabía dónde poner. Después recordó que estuvo empleado como publicista en un  periódico mediocre, amasando por el día mucho dinero y dilapidándolo por la noche en fastuosos banquetes con mujeres y amigotes, entre los que se pavoneaba como el sol de la fiesta. Y se quedó perplejo al  recordar el día en el que fue nombrado agente especial de los Servicios Secretos del Gobierno. Los recuerdos, los ensueños y las visiones se le fueron amontonando hasta enturbiársele la razón. A continuación el agente (A.N.S.004) volvió al lugar del que había partido, derrotado y deprimido, habiendo acabado con todas sus provisiones, con su paciencia y con su esperanza. Apenas hubo llegado allá, cuando vio ante sí a un par de gigantes, vestidos de negro de pies a cabeza y que, con aires militares, desenfundaron sus armas, pero que ni le hablaron, ni le importunaron, es más se ausentaron inmediatamente de allí.

... El amanecer sorprendió a Shahrazad y ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 295 (bis)

Cuando llegó la noche 295 dijo Shahrazad a su hermana Dunyazad:

“¡Querida hermanita!. Estoy abrumada con esta historia que no tiene fin, estoy muy cansada de ella. Pero, ¿cómo la acabo?”.

Dijo Dunyazad:

“En lo que se refiere a esta fábula te has puesto en un verdadero aprieto, ya que el rey Shahriar está acostumbrado a oír historias maravillosas y bien construidas, que siempre concluyen y tú no sabes cómo deshacerte de ésta”.

Dijo Shahrazad:

“Estoy harta de falsas historias con las que el rey aplaca su conciencia, calma  sus nervios  y se tranquiliza”.

A lo que replicó Dunyazad:

“ Esta noche el rey va a pedir que acabe. ¿Qué harás?. Invéntate algún final, un final cualquiera, al azar, con tal de que sea apropiado. Invéntate lo que quieras, pero no sigas con la farsa”.

Y dijo Shahrazad:

“Desde el principio he tenido la sensación de que esta historia actúa por sí misma, sin darme yo cuenta se va construyendo y en cuanto abro la boca, mi lengua habla por ella”.

Advirtió Dunyazad:

“Ten cuidado, Shahrazad, con el exceso de imaginación, que el rey es un tirano a quien no interesa nada más que aquello que pide, decreta y ordena... ¿Qué es lo que hizo con sus esposas anteriores?. Me asusta esta noche”.

Dijo Shahrazad:

“ He de pensar detenidamente en este asunto durante la noche. Díle al rey que estoy enferma”.

... El amanecer no sorprendió a Shahrazad, pero ésta interrumpió su autorizado discurso.

***

Noche 296 (bis)

Cuando llegó la noche 296 se reanudó la sesión nocturna y Shahrazad se dispuso a continuar relatando la fantástica historia de la Ciudad de Cobre al rey Shahriar quien, tomando asiento, se puso cómodo. Entonces dijo Shahrazad, esforzándose por  mostrarse agradable:

“Mi querido y paciente rey, esta noche concluiremos la historia de la Ciudad de Cobre, si bien, para su final existen diferentes hipótesis. Supongamos que el espía (N.A.S.003) no entró en la ciudad. ¿Qué podría haber sucedido?.

Los dos hombres vestidos de negro de pies a cabeza no se fueron, por el contrario, se quedaron mirándole de medio lado, altiva y desdeñosamente, marchando militarmente ante él. A continuación le ordenaron: “Apoya tu espalda en la pared y permanece de pie sin moverte ni una pizca, cierra los ojos y deja quietas las manos”. Y así lo hizo el agente (N.A.S. 003), dócilmente, patentemente resignado. Después, con paso militar, se apartaron unos cuantos metros de él, hicieron alto y desenfundaron sendas pistolas, grandes y negras, las frotaron repetidas veces, alzaron los brazos, apuntaron al espía y dispararon dos tiros. Seguidamente abandonaron el lugar con paso militar, dejando tras de sí un cadáver yerto, que había perdido el sentido de la voluntad.

Supongamos que el espía no murió, ni vio a los dos desconocidos hombres de negro, ni éstos fueron hacia él para ejecutarle. Tampoco estuvo dando vueltas alrededor de las murallas durante, aproximadamente, una semana, sino que entró en ella, la conquistó y la sometió, pero las sirenas le encontraron y una ellas le sedujo, permaneciendo allí feliz y en paz hasta el final de sus días.

Digamos que el espía permaneció ante los muros de la Ciudad de Cobre, esperando refuerzos mucho tiempo, una eternidad, pero ningún avión vino a rescatarle y que murió esperando.

Presumamos que cuando el espía se arrojó en paracaídas sobre el cielo de la Ciudad de Cobre, un espejismo le deslumbró y se perdió en el desierto.

Figurémonos que cuando el espía cayó del avión incendiado, se encontró en un desierto por cuyas dunas estuvo andando hasta el atardecer, cuando sediento y hambriento vio centellear un espejismo de color amarillo.

Imaginémonos que el jefe de los Servicios Secretos había leído cierta novela de espionaje, quedando grabada en su mente hasta el punto de construir una ciudadela imaginaria, a la que designó como la Ciudad de Cobre, hablándole de ella al ministro de Defensa quien, creyéndola real, la reportó al Presidente del Gobierno, el cual le dio crédito. Cuando se comprobó que este asunto había resultado ser absolutamente nada, el jefe de los Servicios Secretos fue destituido, el ministro de Defensa fue relevado de sus funciones y el Presidente del Gobierno, depuesto, imponiéndose la Revolución en el país.

Supongamos, mi querido rey, que me veo a mí misma mirar en un espejo que a su vez me mira y que mi imagen se refleja en un segundo espejo y esa imagen refleja la imagen y así hasta el infinito, como si yo no existiera, como si no fuera nada.

Imaginémonos que la Historia de la Ciudad de Cobre es un vacío que gira vertiginosamente como un torbellino y que no ha sido más que un profundo sopor”.



[1] Este relato de Izz al- Din al-Madani (Túnez,1938), titulado originalmente “Madinat al-Nuhas”, forma parte de la colección Jurafat, Túnez, Dar al-Tunisi li-l-Nashr,1968, pp. 95-126.